Cada 21 de junio, el sonido de las sirenas estremece a los vecinos que se acercan a mediodía a la plaza Euskadi. Se imaginan cómo hubieran reaccionado de haberlo escuchado en 1937, cuando Zalla se convirtió en objetivo de la aviación fascista. Ayer martes, al cumplirse el 85 aniversario de uno de estos ataques, el Ayuntamiento recordó a tres personas que los vivieron desde puestos relevantes: los alcaldes Bernardo Lanzagorta y Jesús Ariño y el entonces director de la papelera, Joseba Arregi.

Jasone Acasuso, nieta de Jesús Ariño, ha publicado un libro sobre la vida de su abuelo y la valentía con la que afrontó tomar el relevo en el cargo de Bernardo Lanzagorta, que renunció en abril de 1937 en un Zalla repleto de refugiados que huían del frente. La víspera de la entrada de las tropas golpistas marchó con batallones de gudaris y cayó preso en Santoña. Dos veces escaparía de sendas penas de muerte. Su cuñado, Cosme Vivanco, no corrió la misma suerte. Durante esta semana se pueden ver en el kiosco de la plaza Euskadi fotografías y documentos relacionados con el paso del conflicto por Zalla y con la historia de Jesús Ariño. Jasone no se esperaba recibir una de las tres placas conmemorativas del Consistorio. Acudió a la plaza con su ordenador y documentos como “nóminas de batallones” por si alguien quisiera seguir el rastro de un allegado “y les puedo explicar cómo ha sido mi proceso de investigación” que condujo a Zalla entre tinieblas. Memorias de la guerra de un zallarra.

Bernardo Lanzagorta le precedió en la Alcaldía y gestionó los primeros meses de incertidumbre tras el golpe franquista, aunque “en casa no nos hablaron de eso después”, contaba su nieta Charo. Trabó amistad con Joseba Arregi, quien había sido nombrado director de la papelera de Aranguren en 1927 y destacó por su talante cercano, comprensivo y dispuesto a ayudar a los alrededor de 700 empleados. “Llegó con un libro recién traducido al euskera y recién editado: Heineren Olerkijak. Poemas de Heine”, leyeron el alcalde, Juanra Urkijo y la concejala Rosana Martínez de un texto redactado por el investigador de la localidad Iosu Gallarreta, quien no pudo acudir al evento y recibió también reconocimiento por su contribución a la recuperación de la memoria histórica. En 1937 le despidieron de su puesto tras la denuncia de una falangista local y más tarde le multaron “por organizar la votación del Estatuto de Lizarra de 1931 en Zalla”. A Bernardo “también se lo reprocharon, le quitaron la casa, le hicieron pagar una multa, lo desterraron del pueblo. Y al encontrarse en el extranjero no pudo regresar durante años”.

Represión del euskera

Ambos favorecieron el uso del euskera en el municipio los años previos a la Guerra Civil. “A cambio de una subvención, el Ayuntamiento consiguió libros en euskera y los repartió por las doce escuelas y la biblioteca. Este florecimiento tan solo duró seis años, “entre las dictaduras de Primo de Rivera y Franco”. Cuando los militares golpistas se hicieron con Zalla “los dueños de las colecciones de libros comenzaron a guardarlas bajo tierra; un solo libro serviría a los fascistas de excusa para arrestar a su dueño”.

En el “caos” que desencadenaron los ataques aéreos y militares los diez últimos días de junio de 1937 “el Ayuntamiento no pudo esconder la biblioteca municipal y los libros de las escuelas. No se supo más de ellos, pero ayer Gabriel Arregi, sobrino de Joseba, resarció a su tío al depositar en la biblioteca la desaparecida traducción del poeta Heine que Joseba había donado. “Fue machacado, le quitaron la voz. He investigado sobre su vida después de jubilarme y entregaré la placa a su hija, que vivió en Zalla”, agradeció.