“Cuando tenía 10 años mi hermano Iñaki me regaló un barco, un kit comprado en una tienda para construir. Lo guardo todavía, conservo casi todas las que he montado” y eso que suman tantas como para llenar un local en el que Aitor Acasuso ha creado su propio mundo en miniatura. Enciende la música, se sienta en la mesa y da forma a sus maquetas. “Desde pequeño” las manualidades se han agigantado en dificultad, empezando por los juguetes que fabricaba a partir de “una caja de galletas” hasta las actuales estaciones espaciales y fieles reproducciones de aviones históricos. Combina el modelismo con sus propias obras, confeccionadas en ocasiones desde cero por encargo, algunas de las cuales se pueden admirar en su página web, aitormodelismo.wixsite.com/aitormodelismo.Del cartón, a la marquetería y los aviones. El primero, “de plástico, lo compré lo monté y lo tiré pensando que no sabría”. Con el tiempo “fui hablando con gente, acudía a tiendas especializadas en Bilbao y leía revistas porque en aquella época no había foros de Internet ni nada por el estilo”. Se atrevió también con “aviones de radiocontrol: te indicaban cómo iba el motor y tú ibas probando”. Aunque existían clubes de aeromodelismo, en sus inicios de juventud carecía de coche para desplazarse. Reniega del uso que se da a los aviones militares, pero aprecia su estética. “Busco información sobre los modelos y su historia y de qué tonos pintarlos, pese a que incorporen las instrucciones que detallan cómo colorearlos”. Las piezas “vienen en cajas, en troqueles que hay que pegar y ensamblar juntos para que no se noten los puntos de unión” antes de aplicar las capas finales de colores. Los de radiocontrol “son de madera de balsa”.

Los planeadores sin motor “se solían volar en laderas para que las corrientes de aire caliente los levanten hacia arriba, o se remolcaban con un avión de motor para subirlos y arriba se soltaban”. Los de motor de combustible “incluso cuentan con una pequeña bujía y su carburador”, asegura Aitor, que solía aprovechar la pista de avionetas del monte Ilso de Zalla para ponerlos a prueba. “Jugaba a atravesarlos en medio de los árboles, los subía y detenía el motor para que pudieran caer al ralentí y en barrena...”.

Durante un viaje a Nueva York “descubrí las maquetas metálicas de pequeño tamaño, once o doce centímetros”. Lo enlazó con su otra gran pasión: el universo. De hecho, forma parte de la asociación Betelgeuse de Enkarterri. El cohete Saturno V, “que mide un metro y algo, que transportó al hombre a la luna en las misiones Apolo”, el transbordador espacial de la NASA un astronauta, el módulo Eagle con el que aterrizaron en la luna o el telescopio James Webb conforman su colección junto con algunas piezas por rematar.

También con scalextric o dioramas “que entrañan la dificultad de recrear realismo y movimiento” ha perfeccionado su técnica. Sin embargo, una asignatura pendiente le reclama “desde hace 25 años”: un avión de madera de 1,60 metros de ala, “un Mustang P-51 de la Segunda Guerra Mundial que quiere calcar al real. “No daba con la hélice de cuatro palas que debía encajar con la escala del aparato” hasta que en 2021 indagó por Internet y, para su sorpresa, la solución aguardaba “en una empresa del elkartegi de Alonsotegi que vende drones y posee aviones de radiocontrol”.

Cuando se estabilice la pandemia que ha obligado a suspender observaciones con telescopios a cargo de la asociación de astronomía, abre la puerta a enseñar el txoko donde conserva medio centenar de maquetas porque “nunca he expuesto y me gustaría que la gente lo vea, no por egocentrismo”, solo para compartirlo con los demás.

“Llevo 25 años haciendo un avión Mustang P-51 de la Segunda Guerra Mundial”

“Nunca he expuesto mis maquetas, me gustaría que la gente las viera”

Modelista