UANDO Xie Lei He caminaba por las calles de Bilbao con su mascarilla, mucho antes de que se decretara el estado de alarma, la gente la miraba “raro”. Tristemente, jugaba con ventaja, por llamarle de alguna manera a las advertencias que, desde el país donde se originó la pandemia, le hacían sus compatriotas. Ella no fue la única que se adelantó a la hora de tomar precauciones. “Hay mucha gente de 30 años que está aquí sola y sus familias en China les decían que dejaran sus trabajos, se fueran a casa y se aislaran por seguridad. Algunos negocios se cerraron porque no tenían personal para trabajar”, explica Lei Jin, portavoz de la Asociación de chinos de Euskadi, sorprendido aún por lo que ha tardado en decretarse aquí el confinamiento. “Allí todo el mundo se encerró un mes y ya se ha frenado”, dice.

Lei Jin empezó a estar pendiente del coronavirus en enero, cuando ni siquiera había sido bautizado y al resto aún nos sonaba achino. No en vano sus familiares y amigos estaban en riesgo. “En ese momento la situación en China era muy mala. Estábamos todo el día preocupándonos por ellos y ahora la cosa es al revés. Encima, viendo las medidas que se han tomado allí y que aquí no se tomaban, nos decían: Oye, hay que tener más precaución. Hay un choque de mentalidad muy fuerte por cómo lo ha gestionado el Gobierno chino y cómo lo está gestionando el Gobierno español”, afirma.

Las principal diferencia, apunta, es que no les tembló el pulso a la hora de confinar a la población y la concienciación ciudadana. “Allí todo el mundo se ha encerrado. No han salido de casa más que para comprar comida y la situación se ha frenado. De hecho, esos hospitales que se construyeron en diez días ya no los necesitan”, detalla, y alaba las medidas tomadas para paliar el colapso hospitalario en Wuhan, epicentro de la pandemia. “Lo que hizo el Gobierno de China es encerrar a todas las ciudades y los médicos fueron a la misma provincia a ayudar porque se saturaba. A día de hoy hay gente ingresada, pero ya no tienen nuevos casos”, se alegra. Es más, confía en que para el mes que viene “empiecen a abrir colegios, a fabricar y a trabajar con normalidad”.

Consciente de la facilidad con la que se transmite el virus, Lei Jin no se explica cómo se han podido producir situaciones como la del pasado 10 de marzo, cuando cientos de aficionados se concentraron en los aledaños de Mestalla, donde se jugaba el partido Valencia-Atalanta a puerta cerrada, precisamente para evitar contagios. “No había público dentro del estadio, pero la gente no entiende que estar en la calle, en un sitio aglomerado o en bares es lo mismo que estar en un campo de fútbol. Hasta que no sean conscientes, no se va a poder parar”, señala, apelando, ahora que la población ya está recluida en sus casas, a la responsabilidad individual.

Las actitudes imprudentes, aunque a pequeña escala, se siguen repitiendo a diario y son motivo de sanción. Algo incomprensible, dado el estado de alerta, para la comunidad china, que es muy disciplinada. De ahí también la inquietud de sus seres queridos. “Mis padres, que están en China, tienen miedo a que se colapsen aquí los hospitales y a que si enfermamos, no nos puedan atender”, confiesa. Por eso, les han insistido tanto desde hace semanas en la prevención y en que se cubran el rostro. “Nosotros sabemos que las mascarillas, si no estás contagiado, no tienes por qué ponértelas, pero si realmente todo el mundo se pusiera mascarilla, como en China, no habría tantos contagios”, considera. “Cada uno tiene que ser consciente de lo que hace y mirar por los que le rodean: nuestros padres, ancianos, amigos...”, insiste y admite que en su país están más familiarizados con la mascarilla que en otros. “No solo en China. En la mayoría de países asiáticos tienen costumbre de usarlas. Antiguamente era por la contaminación. Japón, cuando hubo en China el coronavirus, fue el primer país que donó mascarillas. Tenía muchas porque sus ciudadanos las llevaban a diario por la contaminación y por otras cosas”, expone y reconoce que “los chinos puede que sean, en general, más miedosos” que los autóctonos “a cualquier contagio”.

Lei Jin, que ve en Italia un espejo en el que mirarse, porque “lo que está pasando allí puede pasar aquí en 7 o 10 días”, interpreta las compras compulsivas de las últimas semanas en los supermercados como una señal inequívoca de que “el pánico está ya aquí”. Con él, comenta, llegaron las bajadas de persianas de algunos bazares regentados por asiáticos. “La mayoría de los negocios que tenemos son cara al público. Los trabajadores tenían miedo porque por algunos bazares pueden pasar al día entre 500 y 1.000 personas”, calcula con conocimiento de causa, ya que él mismo trabajaba en uno de estos establecimientos en Bilbao. Los primeros en echar el cerrojo, en ocasiones obligados por la espantada de sus empleados, fueron algunos locales de Gasteiz, donde estalló la crisis del coronavirus en Euskadi.

De no haberse decretado el cierre de los locales de hostelería, aventura, los restaurantes chinos habrían sido los siguientes en la lista. “En un supermercado si tienes diez empleados y se te van tres no pasa nada, sigue funcionando, pero en una cocina, que tiene tres personas, si de repente se van dos, ya tienes que cerrar sí o sí porque no puedes dar el servicio”, pone como ejemplo.

Tras constatar que, antes de echar el cerrojo a los comercios por orden del Gobierno, “las ventas ya habían bajado muchísimo”, el portavoz de la Asociación de chinos de Euskadi atribuye esa menor afluencia de clientes al “pánico” y la incertidumbre por la “crisis” que pueda venir después. “En el caso de los bazares, aunque China empezara a fabricar a finales de este mes, los barcos con las mercancías no llegarían aquí hasta julio. Hay falta de material, las empresas tienen que despedir a empleados... La gente tiene miedo”.

Peluquera de profesión, Xie Lei He también estuvo a comienzos de año “preocupada” por su familia en China. Un país, ensalza, donde “lo han hecho muy bien para cortar el coronavirus, saben protegerse y los ciudadanos hacen caso a lo que dice el Gobierno. Por eso ha mejorado mucho ya”, sostiene, sin alcanzar a comprender por qué “el Gobierno de aquí solo dice que se ponga mascarilla la gente que ya lo tiene. El coronavirus tiene una incubación de 15 días. La gente que lo tiene igual no lo sabe y lo puede contagiar por todos lados”, lamenta. Tras opinar que “habría que obligar a todo el mundo a ponerse mascarilla porque, mucho o poco, algo hará”, dice que el desabastecimiento no es excusa. “Si no hay mascarillas, hay que fabricarlas o comprarlas en otro sitio”, propone.

Por “suerte”, Xie Lei He utiliza mascarilla habitualmente en su negocio, ubicado en la calle Autonomía. “Las usamos cuando hacemos las uñas o en la decoloración”, explica. Las últimas semanas se la ha estado poniendo, además de para cortar el pelo y peinar a la clientela, para salir a la calle o hacer las compras. “Muy poca gente la lleva y cuando tú te la pones te miran raro, como: Huy, que tiene el coronavirus, pero a mí me da igual. Yo me la pongo por responsabilidad con mi familia y con la de los demás”, justifica. Está tan concienciada de que llevarla es necesario que, antes de restringirse el tránsito por las calles, tenía respuesta para todo aquel que la interpelara. “Cuando voy a hacer las compras y soy la única con mascarilla, la gente dice: Ya está protegiéndose. Digo: Protegiéndome a mí y a los demás. Otro dice: ¿Tienes miedo, eh? Digo: No, los que lo tienen son la gente mayor porque tienen menos defensas”.

Antes de ordenarse el cierre de las peluquerías, Xie Lei He ya se planteaba dejar de abrir la suya, pese a que “la limpiaba bastante a menudo, pero como es tan contagioso, nos daba miedo. Aguanté porque al final el alquiler, los autónomos, la seguridad social...”, enumera. Su temor, ahora, es económico. “El problema no es que cerremos el negocio una temporada, quince días, sino no saber cuándo termina, si va a ser un mes o dos y ¿qué comemos?”

Por un bazar pasan “de 500 a 2.000 personas al día, los trabajadores tenían miedo” y algunos locales tuvieron que cerrar por falta de personal

“Cada uno tiene que ser consciente de lo que hace y mirar por los que le rodean: padres, ancianos, amigos...”

“Si todo el mundo se pusiera la mascarilla, como se hizo en China, no habría tantos contagios”

Asociación de chinos de Euskadi

“En China lo han hecho muy bien para cortarlo, saben protegerse y los ciudadanos hacen caso a lo que dice el Gobierno”

“El problema no es cerrar el negocio quince días, sino no saber si es un mes o dos. ¿Qué comemos?”

Peluquera china