YER no fue el día del padre. Ayer no hubo tortitas, ni zumito de naranja, ni regalos. Ayer cumplía una semana de encierro. De arresto domiciliario, como empiezo a llamarlo. Al despertar, todavía en la cama, suelo pensar en diez segundos las cosas que tengo que hacer ese día, las que me gustan y las que no. Por muy grande que sea el marrón que tenga en esa jornada, siempre hay algo a lo que agarrarse y que me empuja a salir de la cama: un partido del Athletic, una comida, una excursión, una escapada al cine€ Pero ayer por la mañana me quedé en blanco. No había nada ilusionante por lo que despedirse de la cama.

Desde que vi recortar las barbas de los chinos ya me hice a la idea de que la solución iba a pasar por estar dos o tres meses encerrados, pero hasta ayer no sentí mínimamente lo que ello implica. Al pensar en el coronavirus lo primero que sientes es miedo por tus mayores y después te preocupa lo que van a sufrir los niños encerrados tanto tiempo, pero ahora observo a mi alrededor y me doy cuenta de que los enanos son los que mejor llevan la cuarentena. Solo necesitan jugar, jugar y jugar. Sí, es verdad, lo sé: cuento con la ventaja de tener un jardín. Ese rato que salen cuando no llueve les da la vida, pero llevan ocho días sin contacto de más personas y están como el primer día. Yo, en cambio, ayer le confesé a mi mujer que empezaba a echar en falta otros estímulos. A mi mujer no le hicieron falta tres segundos para estimularme: "Hoy puedes cortar el césped". Y dos segundos más tarde me dio algo en lo que pensar: "Todo esto es la manera que tiene el planeta de parar lo que llevamos haciendo mal durante siglos. Acción, reacción".

Total, que en un periquete estaba yo con la cortadora de césped pensando en el apocalipsis. El comentario de mi mujer me hizo acordarme de la horrorosa película titulada El incidente, del director Night Shyamalan y protagonizada por Mark Wahlberg. Siento el spoiler, pero trataba sobre un misterioso fenómeno que hacía que la gente se suicidara inexplicablemente. Al final resultó que todo se debía a algo que segregaban las plantas y árboles, como una especie de venganza ecológica, tal y como argumenta mi mujer. Así que a ratos, según pasaba la cortadora, me puse a susurrar a la hierba: "Perdón, perdón€ Perdona margarita, perdone señor trébol". ¡Nos ha jodido mayo con las flores! Si esto tiene que ser el acabose, que lo sea. Pero yo no quiero crearme enemigos en mi propio jardín.

Paranoias verdes al margen, creo que esto va a cambiar nuestra sociedad. Supongo que la peste negra hizo que algo cambiara en el mundo, o que los grandes incendios trajeron consigo mejoras en urbanismo. Sospecho que esto cambiará la forma de movernos por el planeta. Si esta crisis fuese una película yo tendría claro que habría una segunda parte. Y si una buena secuela requiere grandes guionistas, más nos vale que nos pille con mejores dirigentes.