Bilbao - Ya lo adelantaba Ramón Bañuelos unos minutos antes de empezar a danzar el alcalde Aburto. “Está bien preparado, lo va ha hacer muy bien”, auguraba a DEIA el dantzari que durante esta semana, y en años anteriores, ha aleccionado al primer edil bilbaino para ofrecer el tradicional aurresku a la ciudadanía de la villa.

Como cada 15 de agosto la expectación estaba servida. Juana y Patrocinia, dos veteranas vecinas de Begoña que no se pierden esta costumbrista cita botxera, esperaban que este año Aburto dejara el pabellón, y la pierna, bien altos. “Con los kilos que ha bajado, seguro que esta vez salta más”, preveía Juana con un tono entre divertido y serio, alabando la bajada de peso experimentada por el alcalde en los últimos meses.

Ese mejor estado de forma también avalaba la predicción de Bañuelos, y eso “a pesar de que baila con traje, zapatos y después de estar sentado una hora en la basílica antes de salir”, explicaba. Aún así, antes de abandonar el templo, el alcalde estiró bien sus gemelos y calentó los tobillos para evitar cualquier torcedura o un tirón, como le ocurrió hace dos años.

El aurresku de ayer ya es la quinta muesca en el historial del danzarín amateur Aburto y a criterio de su docente “se nota el paso de los años y el aprendizaje”. Desde el pasado lunes ambos trabajaron durante una hora todas las mañanas en el Ayuntamiento, antes de que llegaran los funcionarios. La última sesión tuvo lugar a primera hora de ayer mismo en el Salón Árabe. Poco después de las 13.15 horas llegó la hora de la verdad.

Tras acudir con la comitiva municipal y acompañado del obispo de Bilbao, Mario Iceta, hasta la plazoleta de la trasera de la basílica de Begoña, el alcalde dejó su makila y entre aplausos de las más de 1.500 personas que abarrotaban el recinto se encomendó a su destreza y a la mano auxiliadora de Rubén. Los txistularis pusieron la reconocida banda sonora de dos instrumentos y Aburto danzó.

Y lo hizo con soltura y confiado, ejecutando los saltos a tiempo y con dos elevaciones de pierna nada desdeñables. Vamos, con cierto estilo, sobre todo para alguien que ejecuta el baile una vez al año. Que gustó lo prueba la prolongada salva de aplausos que recibió tras finalizar su actuación. Una retirada a su asiento que el alcalde salpicó con un gesto de ligera inclinación a sus convecinos y un saludo respetuoso, juntando las manos como pidiendo perdón por sus requiebros y saltos.

“Quizás para quienes no conocen esta danza de reverencia al público puede que no haya estado a la altura, pero ha marcado todos los pasos bien y las entradas las ha hecho correctamente”, valoraba con criterio uno de los espectadores que, por experiencia, de aurreskus sabía un rato.

No hay ni comparación Luego vino la plasticidad de las evoluciones de los dantzaris del Beti Jai Alai ataviados como en el tradicional grabado de Genaro Pérez de Villa-Amil titulado Un aurresku en Begoña y datado en 1842. Tras la actuación del grupo de Basurto, Aburto compartió con DEIA sus sensaciones durante la exhibición que protagonizó.

Primero en tono jocoso especificó que “la faena que tiene este acto es que después de bailar yo, vienen los del Beti Jai Alai y... Si en todos los casos las comparaciones son odiosas, en este no hay ni comparación”, bromeaba Aburto. Sobre la ejecución de la pieza, el alcalde confesó que “me he visto mejor que años atrás, lógicamente, cuando ensayas todos los años, vas cogiendo el ritmo, que no es mi mayor virtud, pero la verdad es que va mejor”.

Finalmente, no tuvo rubor en mostrar sus sentimientos por una cita a la que el alcalde da mucha importancia. Consideró que “todos los años, a pesar de repetir el acto, siento una emoción enorme”. Especialista en recoger en el aire la txapela que le lanzan a lo largo del año decenas de aurreskularis en diversos actos institucionales que preside, Aburto destacó que “ahora es al revés; soy yo quien baila un aurresku a tu gente, a las gentes de tu pueblo, y lo hago con emoción y cargado de sentimiento”.

Unas sensaciones que le devolvieron en forma de saludos y besos muchos de los bilbainos asistentes al espectáculo y que permanecieron hasta el final porque querían inmortalizarse con el alcalde con el ya típico selfi. Otra exigencia del cargo que le gusta complacer.