El ‘Titanic’ español revive su gloria en Plentzia
Una exposición por el centenario de su naufragio rescata la historia del ‘Príncipe de Asturias’, un buque insignia
Se decía que era insumergible. Un superbarco. La joya de la corona. No obstante, el Príncipe de Asturias, el Titanic español, que cubría la línea regular entre España y Sudamérica, se fue a pique al igual que el trasatlántico británico. Ocurrió el 5 de marzo de 1916, cuatro años después que el buque inglés, y también de madrugada, a las 04.15 horas, frente a la costa de Brasil. Sin embargo, su historia no ha trascendido tanto como la del Titanic. No se han hecho películas galardonadas con estatuillas doradas ni se ha convertido en un mito como catástrofe marítima a pesar de las similitudes entre ambos, como la de transportar entre sus pasajeros a personas acaudaladas y al mismo tiempo a pobres emigrantes en busca de una vida mejor.
El Príncipe de Asturias fue la tumba de 452 personas, entre ellas, el capitán José Lotina Abrisqueta, nacido en Plentzia en 1978, y el primer oficial, Antonio Salazar, entre otros muchos tripulantes procedentes de Plentzia, Gorliz y Barrika. Precisamente, el hecho de que la máxima autoridad del buque, además del segundo oficial y el jefe de máquinas fueran vecinos de Plentzia, ha motivado al Ayuntamiento y al Museo de la Fundación Plasentia de Butrón a conmemorar el centenario del naufragio con una exposición en el museo, situado en pleno centro de la villa. La exposición tiene como eje central una maqueta a escala de la nave, -sus dimensiones reales eran 145,35 metros de eslora, 17,75 de manga y 8,46 de puntal-, realizada en 1941 por el plentziarra Luis de Mota Astobizaga, que es propiedad de la familia Lotina y la han cedido para la exposición que se presentó el pasado sábado en Plentzia, a la cual acudió una representación de la familia. “Es maravilloso que se recupere un hecho histórico. Nos encanta cómo está todo documentado punto por punto”, indica Amaia, una de las nietas del capitán, quien se mostró encantada con la muestra al igual que sus parientes Ana Mari, Roberto, Mirentxu e Itziar.
Su historia familiar está marcada por la leyenda del trasatlántico. “El abuelo murió con 38 años, cuando mi aita tenía 4 años, y él no nos pudo contar recuerdos”, afirma Amaia. No obstante, sí que conocen que falleció cuando brindaba su último servicio a la naviera Pinillos Izquierdo y Compañía, propietaria del buque. “Era su último viaje en el barco más grande de España. Era tan grande que estaba atracado en Barcelona porque no podía hacerlo en el puerto de Bilbao. Por eso, mis abuelos tuvieron que trasladarse a vivir allí, aunque la abuela venía siempre a dar a luz a Plentzia”, recuerda. Anteriormente al fatal desenlace, el capitán Lotina ya había librado la muerte. “Estuvo cerca de naufragar en el Cantábrico pero su pericia lo evitó”, destaca orgullosa Amaia.
El Príncipe de Asturias era un gigante hecho para marcar una época. Un faraón del mar. Con 8.371 toneladas de registro bruto, podía desplazar 16.500 toneladas de carga y navegar a una velocidad de 18 nudos. Equipado con los últimos avances para la seguridad marítima, gemelo del Infanta Isabel, era el buque insignia de la marina mercante española. Su precio, 180.000 libras de la época, dan muestra de su categoría. Lujoso como el Titanic, en la muestra se exponen documentos, fotografías, un retrato del capitán y distintos objetos que acercan a la vida social de la época. Como una pulsera regalada a Catalina de Araluce por la Naviera Pinillos por ser la madrina de la botadura del vapor Ebro, así como un juego de tocador, diversa cubertería, etc.
Naufragio Con capacidad para 150 pasajeros de primera clase, 120 de segunda y 1.500 sollados de emigrantes, se decía que era insumergible. Sin embargo, debido a las condiciones climatológicas, después de estar horas navegando bajo una densa niebla, por estima y sin precisión respecto a la costa, bajo fuertes corrientes a lo que hay que añadirle una posible desviación de la aguja de la brújula causada por la carga de material férrico, embarrancó de madrugada en las proximidades de la Punta do Boi, al oeste de la Isla de Sao Sebastiao, en la costa brasileña entre Río de Janeiro y Santos. “Se hundió en 5 minutos”, precisó David Crestelo, alcalde de Plentzia. La vía de agua provocó explosiones en las calderas y varios incendios, dificultando las labores de salvamento y socorro. Un trágico desenlace para la joya de la corona. Quizás, una lección de la mar frente a los insumergibles.
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