UNA explicación científica ya extendida mediante creencia popular indica que el frío entra por la cabeza. Por ello, durante estas frías semanas de invierno no es de extrañar que las calles se llenen de viandantes que lucen gorros y sombreros como el mejor de los aliados contra las bajas temperaturas. En los últimos años, además, comienza a prevalecer la función estética del complemento invernal estrella, ya que la timidez del bilbaino está empezando a quedarse en casa, de forma que cada vez son más los que se atreven a participar en la pasarela improvisada de tendencias que componen las aceras.

Los comerciantes del sector sombrerero de la villa coinciden en apreciar el aumento de su uso. “A la gente ya no le importa que le miren, quieren ir cómodos; hay personas que están deseando llevar gorro y finalmente se deciden en los días que hace mucho frío”, explica Carmen Jiménez de Sombreros Merche, ubicada en la calle Colón de Larreategui. De hecho, cuando el termómetro baja, las ventas suben. “Nos viene bien que haga frío para las ventas”, explica. “Aunque hay fechas, como en navidades, que haga o no frío, si se tiene en mente regalar un sombrero vas a tiro fijo”, añade.

El incremento de las ventas también ha funcionado por el efecto contagio, ya el sombrero ha dejado de ser cosa de celebrities. “Ahora vendo mucho más a mujeres, que han empezado a animarse y no solo llevan las boinas de estilo francés; se han ampliado las miras de sus preferencias”, explica Emilio Pirla, de la mítica Sombrerería Gorostiaga del Casco Viejo fundada en 1857. A los que les cuesta más salirse de lo básico es a los hombres: “Siguen llevando la típica boina Elosegui y la gorra inglesa”, declara el propietario.

Desde finales de 2013, tiempo suficiente para tomar el pulso al sector, la diseñadora Anita Ribbon regenta una tienda en Gran Vía 51, donde vende tocados y pamelas, además de otros complementos para la cabeza. “La vergüenza siempre es el componente fundamental. Vendo mucho sombrero de calle, pero más de ceremonia. La gente cree que tiene una excusa y no le da tanto apuro”, explica. El apocamiento por llevar la cabeza cubierta parece que tampoco se nota fuera durante las vacaciones, “cuando la gente no les conoce”. De hecho, Ribbon señala el repunte de ventas antes del puente de diciembre. Afortunadamente, considera, la vergüenza es algo que se va superando.

Para todos los gustos Gorro, bonete, chambergo, pamela, boina, casquete, fieltro, bombín... los hay para todos los gustos. “Los que más se han vendido son los de fieltro, que son muy sport: te los quitas, los doblas y te lo metes al bolso”, expone Ribbon. Un tipo que nunca falla es el gorro de lana. Con pompón o sin pompón, tienen un público adepto. “Gustan mucho y no solo a la gente más joven, las personas entre 30-50 los llevan mucho”, dice la diseñadora.

Incluso los sombreros de ala ancha han dejado de ser cosa de bloggers para encontrar su hueco, por pequeño que sea. “Gustan muchísimo pero luego son pocos los que se atreven a llevarlos. Hay muchas jovencitas que se los compran por dos perras, pero la gente mayor, a la que realmente les quedarían bien puestos con una buena prenda le cuesta más atreverse”, estima Ribbon, evidenciando diferencias entre la gente que más viaja, más acostumbrados a verlos y proclives a llevarlos. “Por cada mil boinas he vendido cien sombreros, es una cifra bastante elevada”, expone, por su parte, Pirla.

Cómo combinar el complemento con el atuendo no debe ser nunca un impedimento. “El sombrero rígido es más de llevar con ropa de vestir, pero los de ala ancha y fieltro se deben combinar sin miedo, tanto en color como en forma. Lo que ocurre es que en Bilbao seguimos pecando del zapato a juego con el bolso”, considera la diseñadora de tocados con tienda en la Gran Vía. Jiménez también vende sus creaciones, muchas de ellas elaboradas por encargo. “La piel está volviendo. Hubo una temporada que la piel natural estaba mal vista, pero este año estoy trabajando muchísimo”, indica mientras muestra un sombrero que está confeccionando con los restos de un abrigo largo.

Luego están las bodas, bautizos y comuniones y su exhibición de pamelas, tocados y turbantes. “Los tocados los hago yo misma, son diferentes y personalizados. Los trabajo desde la base, tal y como hacía mi madre”, comenta Jiménez, quien continúa con el negocio familiar abierto por su progenitora hace más de 80 años. Exclusivamente utilizados para dichos acontecimientos, las pamelas y los tocados no hacen sombra a los turbantes, codiciados entre las más jóvenes incluso para el día a día. “Se venden muchísimo, aunque luego apenas se ven en la calle”, se lamenta Ribbon.

Más estática es la variedad ofertada para el hombre. “Han sido de llevar solo la típica boina y ahora se animan con el sombrero, porque uno deportivo se lo pueden poner con un gabán o con una chaqueta acolchada”, especifica Jiménez. “A los que no se atreven a llevar sombrero les digo que se animen con uno de agua, que es un básico”, cuenta la sombrerera.

Precios y edades En cuanto a precios varían mucho según materiales y diseños. “Los más baratos oscilan entre los 14-20 euros y los más caros, de diseño, puede llegar a los 180. Los precios medios son entre 25 y 60 euros”, especifica Ribbon. “Un sombrero de señora puede costar entre 40 y 100 euros”, señala por su parte Pirla sobre los complementos femeninos que vende en la histórica sombrerería del Casco Viejo.

Pese a que el uso de estos complementos no entiende de edades, ya que componen un público de lo más heterogéneo, los compradores que se acercan a las sombrererías son personas con cierto poder adquisitivo. “Puede venir una chica joven igual que una señora de 70 años. Aunque mayoría de las personas que vienen son de 30 años en adelante”, cuenta Carmen Jiménez. Emilio Pirla está de acuerdo: “Son las mujeres de 30-40 años las que están sacando a la luz el mercado de los sombreros”.