Mungia. El cauce del río Butroi se desbocó aquel tremendo día de agosto de 1983. Las comarcas de Mungialdea y Uribe-Butroi sufrieron de lleno los efectos de aquellas inundaciones que sacudieron Bizkaia. En la memoria de sus gentes aún perduran a fuego las imágenes, sonidos y sensaciones de aquellas largas horas en las que el Butroi tomó posesión absoluta de terrenos, huertas, casas y del propio corazón de municipios de la zona. Mungia fue especialmente golpeada aquella maldita madrugada en la que la avenida incluso se cobró la vida de dos personas en la localidad.

Hoy, treinta años después, dos vecinos de la comarca narran cómo vivieron aquella jornada. Iñaki Uria, de Mungia, y Mila Elguezabal, de Gatika, saben lo que es empezar de cero después de la riada. Y conocen lo que es pasar una noche envueltos en tiniebla, agua e incertidumbre.

Una embarcación en Lauaxeta Iñaki regentaba por aquel entonces una zapatería en la calle Lauaxeta, en Mungia. "Aquel día teníamos cantidad de trabajo. Llovía mucho y estábamos vendiendo bien calzado de invierno", narra este mungiarra. No paraba de caer agua y el nivel del Butroi, que transcurre a apenas unos metros de donde estaba la tienda, comenzaba a alcanzar una cota preocupante. Les llegó la noticia de que en el barrio de Larrauri ya había desbordado el cauce y eso les puso en alerta, así que comenzaron a recoger el género que pudieron para subirlo a su domicilio, que se hallaba en el mismo edificio. Eran en torno a las 16.30 horas cuando Iñaki y su familia decidieron refugiarse definitivamente en casa. Unos vecinos y los propietarios de la joyería aledaña también se atrincheraron en casa de los Uria. Entonces comenzó una eterna noche, sin luz eléctrica, en la que Mungia estuvo tomada por las aguas. La calle Lauaxeta se convirtió en un río. Incluso apareció una embarcación en medio de la vía.

Tal y como narra Iñaki, lo peor era la oscuridad y los inquietantes sonidos que tomaron la noche. "Saltaron las alarmas de los bancos y no dejaron de sonar. Había una sensación total de caos y miedo", explica. "Y recuerdo perfectamente el ruido del agua. Era impresionante. A su paso iba rompiendo escaparates", añade.

Pasada la 1.00 de la madrugada, Iñaki se atrevió a bajar para tratar de ver cómo estaba su negocio. En mitad de la oscuridad vislumbró esa imagen que se le ha quedado grabada. "Vimos gente con linternas y con botas hasta las rodillas. Eran saqueadores, que pillaban todo lo que podían para llevárselo a casa", explica pesaroso.

Llegó el día y con él la evidencia del destrozo. El agua había alcanzado 1,75 metros de altura en la zapatería y el género que no lograron salvar estaba desperdigado. Iñaki rememora como la solidaridad fue la protagonista durante los siguientes días. Los vecinos se volcaron en ayudar a los afectados limpiando casas y locales. Todos arrimaron el hombro. Incluso la gente le llevaba los zapatos sueltos que iban apareciendo en huertas y en las orillas del río.

Aquella riada supuso un antes y un después en la vida de Iñaki y de su familia. Los Uria decidieron no reabrir la zapatería y el local volvió a estar en marcha en enero del año siguiente, pero como bar: el mítico Ikusi. "Había que partir de cero...", concluye Iñaki.

Volver a empezar Hace unos años, cuando la gatikarra Mila Elguezabal y su familia decidieron construir su casa, huyeron de los terrenos bajos y buscaron un pedazo de tierra alto, en el monte, a salvo de las habituales crecidas del Butroi. No fue una decisión arbitraria. Las inundaciones de 1983 hicieron mella de forma que, treinta años después, sigue mirando con respeto las aguas del río.

Mila vivía por aquel entonces con su familia en una casa del barrio gatikarra de Urondo. Aquella jornada su familia estaba fuera y ella se quedó sola en casa. "Mi primer impulso fue poner a salvo el coche y lo subí al monte", narra. "Y después, mi instinto fue subir a los armarios todo, para protegerlo. Incluso cogí los sofás y los puse encima de la mesa", añade. Y en eso estaba mientras fuera, sin que ella se diera cuenta, el agua subía y ya empezaba a colarse por el resquicio de las ventanas. El grito de su vecino advirtiéndole le puso en alerta y corrió a la puerta. La abrió sin pensar y una tromba de agua entró arrojándola contra la pared y derribando sobre ella el sofá que acababa de alzar sobre la mesa. La Guardia Civil acudió en una lancha y la puso a salvo en el piso superior, donde hizo frente sola a una larga y oscura noche. "Fue terrible escuchar como el agua ya golpeaba el suelo de arriba y empezaba a colarse por el tablero", narra expresiva.

De aquella noche hay una cosa que a Mila se le ha quedado grabada. El sonido lastimero del ganado de su primo, que estaba en unos terrenos cercanos. "Era un mugido especial, que te indicaba que pasaba algo, como si te estuvieran llamando y diciendo ¡sácame de aquí!", narra.

La tesitura de Mila y su familia fue doblemente complicada ya que, además de anegarse su casa de Gatika, también se inundó la tienda que tenían en la calle Askao, en el Casco Viejo de Bilbao. "Nos vimos sin casa y sin negocio para seguir viviendo. Fue empezar de cero", se duele.

Los vecinos y amigos se volcaron en ayudarles, tanto a ellos como al resto de afectados. Esta gatikarra se queda con ese recuerdo positivo. Pero hoy, tres décadas después, Mila confiesa que sigue estando con el corazón en un puño cada vez que la lluvia cae insistentemente y el ganado y los perros alzan sus lamentos viscerales y lacerantes a modo de extraños presagios.