La sonrisa nerviosa es un estado de ánimo. Surge cuando el relámpago de lo extraordinario, la luz cegadora de la novedad, alumbra a quienes están habituados a vivir entre sombras, en el día a día sin sobresaltos. Ayer la lucían muchos de quienes ya pueden llamarse bachilleres tras completar sus estudios en el colegio Zabalburu de la calle La Esperanza. El escenario no puede ser más singular: esconde, a sus espaldas, un jardín colgante digno de Babilonia, y ahora acaban de descubrir los frescos de la cúpula de la iglesia del antiguo convento que ahora ocupa, reconvertida en salón de actos. Un grupo de estudiantes de la Facultad de Bellas Artes ha restaurado los techos y se ha encontrado con la pintura de Pablo Uranga, el legendario pintor vasco que amigueó en París, con otros artistas de la época, como Ignacio Zuloaga y Santiago Rusiñol. Los cielos de Uranga, el artista impresionista, dieron a la ceremonia de graduación un aire solemne, un toque de Capilla Sixtina.
El director del colegio, Eduardo Fernández, contemplaba el acto desde una prudente distancia, acompañado por el director de estudios del centro escolar, José Luis Salgado. La estampa recordaba a la de sendos sheriffs encargados de poner orden en O. K. Corral.
Izaskun Legarreta, Joseba Madariaga, Julián Manso y Patxi Goiria, jefes de estudios, también estaban expectantes. No en vano, aquella era la vendimia de su cosecha, los hombres y mujeres que han preparado para lanzar al espacio exterior, donde desaparecen las redes y cualquier esfuerzo precisa de redobles. Itxaso y Jone Ibarlucea, arriba y abajo, vigilaban para que todo fluyese con normalidad, para que aquellas sonrisas nerviosas de quienes iban a recoger los diplomas que les acreditan como bachilleres hechos y derechos, gente que pronto optará por la universidad, un módulo avanzado o la vida laboral pura y dura, más dura que pura en estos tiempos de renglones torcidos.
La ceremonia contó con algunas ilustraciones. Por un lado, el estudiante de Segundo de Bachiller, David Parra, violineó con sentimiento, poniéndole banda sonora a la tarde. Bajó la tensión un tipo singular: el matemático de la Universidad del País Vasco, Pedro Alegría. El hombre de los números no habló de un tren que sale de Cuenca y otro de Guadalajara a equis velocidades ni de las cinco manzanas que tiene Pedro, a quien Juan le quita dos. Tampoco raspó con logaritmos, derivadas, integrales ni demás malas artes (perdón: es una desviación de la niñez...), sino que tiró de las matemáticas como de un conejo blanco, para hacer magia. Creo que es la primera vez en mi vida que veo a un profesor de matemáticas aplaudido por el alumnado...
Y ahí estaban ellos, los estudiantes. Desde Aida Martínez a Oihane Rodeño, pasando por María Morán, Leire Rojo, Gonzalo Lapuente, Aitor Antuñano, Itxaso Segura, Ander Fano, Itziar Rojo, Gorka Villatoro, Jonathan Olmedilla, Jon Ander Torres, Víctor Lafuente, Claudia Casado, Mirian Miguel, Rafa Mora, Alex Txarramendieta, Gaizka Ventosa, Álvaro Moreno, Sheila Vegas, Urtzi Urzelai, Daniel Ibarra, Marcos Varona, Andoni Larrakoetxea, Andrés Vizuete, Jonathan Medina, Aitor Oliveira, Mikel Ruiz, Josue Martín, Badria Sellouni, Unai Gorostiza, Aitor Oilveira, Diego Sánchez Pando, Marta Delgado, Beatriz Maestro y así hasta completar el centenar de estudiantes que disfrutó de una tarde para no olvidar por mucho que el travieso diablo de los nervios les jugase una mala pasada. Nada podía frenarles ayer, cuando se sentían los reyes del mundo con un título en sus manos y el futuro a sus pies.