LAS calles de Balmaseda están pobladas de esculturas que representan diferentes episodios de su historia. Las últimas en incorporarse al ya nutrido grupo son cuatro soldados romanos, repartidos a partes iguales entre el Ayuntamiento y el antiguo convento de Santa Clara, donde hoy se encuentra el centro de la Pasión Viviente.

Llevan el sello particular de Luis Padura, que ha estado al frente de los talleres municipales de empleo dedicados a la forja durante los últimos nueve años. Con ellas se despide de Balmaseda. Hace pocos días le rindieron un homenaje al que no faltaron buena parte de sus alumnos. Asistió "con una mezcla de pena y emoción porque ha sido mucho tiempo", recuerda.

A lo largo de estos años han salido de los siete talleres de forja impartidos emblemas del paisaje urbano, como el Cristo situado cerca del polideportivo o los peregrinos que dan la bienvenida al museo de la historia de Balmaseda, en la plaza de San Juan. "El Cristo fue, probablemente, la escultura más difícil por su tamaño. Se puso allí porque se dice que antiguamente había una ermita", describe.

Pasión por la escultura

Herencia familiar

Padura ayudó a los participantes en los talleres a plasmar en estas obras los conocimientos aprendidos en toda una vida ligada a la escultura. No en vano, esta profesión que es al mismo tiempo su afición, "se ha transmitido a través de varias generaciones de la familia". Es originario de la localidad alavesa de Llanteno, y antes de recalar en Balmaseda trabajó en Orduña y en un taller de recuperación de forja, en Legazpi.

Su trayectoria incluye también el Premio Nacional de Artesanía de 1987 y un encargo muy especial: "Una réplica de la virgen del Cabello, que se conserva en el museo de Quejana, y que se le entregó al papa Juan Pablo II cuando visitó la Basílica de Loyola en 1982. Así que se puede decir que tengo una escultura en el Vaticano", ríe. Hablamos de una obra de apenas 34 centímetros de altura en la que invirtió nueve meses de arduo trabajo.

Dar vida a los romanos no ha supuesto tanto tiempo, pero sí el esfuerzo de pensar una manera original de representarlos. Al final concibió "unas esculturas vivas, en las que pudiera participar la gente". El casco, la sandalia, la lanza la armadura y el escudo "labrado con rayos de Júpiter, ramas de laurel y motivos astrológicos" parecen flotar en el aire. Un efecto que ha buscado a propósito, "para que los peatones se integren en los espacios vacíos".

La situación de las esculturas de acero en escenarios imprescindibles en las representaciones de Semana Santa le parece "maravillosa, ya que encajan perfectamente con el entorno". Y cree, además, que la localidad tiene rincones que ganarían en belleza con este tipo de arte. Por ejemplo, "la iglesia de San Severino y el Puente Viejo".

Pero tendrá que ser ya sin su colaboración. Después de que concluyeran en diciembre las clases de forja regresará a su taller. Para un futuro cercano deja el proyecto de viajar a Florencia "para pasar horas contemplando la perfección" de su escultura favorita: El David de Miguel Ángel.

Y una cuenta pendiente. Aunque parezca mentira, nunca ha presenciado la Pasión Viviente. "Me he inspirado en los trajes expuestos en el museo para crear a los romanos, pero no he visto la representación", confiesa en voz baja.