La mente es como un paraguas, funciona mucho mejor cuando está abierta. Y gracias a una reflexión de estas características, la Paragüería Leoz se instaló en el año 1933 en Belostikale, en el Casco Viejo de Bilbao, ubicación en la que continúa abierta a día de hoy.

La abrió Juan Leoz, aitite de la actual propietaria del local. Juan llegó a la capital vizcaina desde Nafarroa para trabajar de recadista en otra paragüería. Trabajó muy duro hasta llegar a convertirse en el encargado de ese establecimiento.

La propietaria de aquel local falleció y los sobrinos, que no querían continuar con el negocio, le dijeron a Juan que iban a cerrar pero que podía coger todas las herramientas. Con todo ello, compró la lonja en la que a día de hoy se encuentra la paragüería.

Se instaló como pudo, pidiendo créditos e hipotecando la casa. No obstante, los clientes del negocio en el que él trabajaba le siguieron a esta nueva aventura.

Cuando Juan Leoz falleció, la segunda generación se puso al frente del negocio. Elisa, Fernando y Juan Manuel continuaron con la tradición familiar hasta que llegó Lourdes Leoz, la actual propietaria.

En un visto y no visto

Cuando comenzó, desde bien pequeña, Lourdes jugaba a que vendía paraguas y, tras más de cuarenta años regentando la paragüería por excelencia del Casco Viejo de Bilbao, varios de ellos acompañada de su aita, Juan Manuel, ha logrado mantener la tradición de sus dos generaciones antecesoras.

De hecho, confiesa que las más de cuatro décadas se le han pasado en un visto y no visto.

En Paragüería Leoz son muy fieles a sus fabricantes. Alguno de ellos han cambiado de dueños pero no su calidad.

De hecho, a modo de anécdota, Lourdes cuenta que esta misma semana, una mujer de Segovia que ha viajado a la capital vizcaina con una amiga acudió a su tienda para comprar un paraguas y le dijo que todavía le duraba el paraguas que le compró a Lourdes hace seis años, cuando tuvo que venir a Bilbao a trabajar.

Inundaciones

Paragüería Leoz superó las inundaciones de 1983 con dificultades, ya que los seguros cubrían una mínima parte de los desperfectos.

El apoyo de Lourdes fue vital para salir adelante. Bilbao, la familia y los clientes se acercaron al local para ofrecerles dinero sin intereses. De hecho, Lourdes recuerda que su aita lloraba de la emoción que le generaba todo ese apoyo de su clientela.

Gracias a ello, mantuvieron el negocio abierto. Para la actual generación, manteniendo los valores que le inculcaron desde que era pequeña, la paragüería representa mucho más que un simple comercio. Sus clientes son parte de su familia.

No entiende el local como un sitio en el que toma el paraguas y dame el dinero. Lo comprende como un establecimiento en el que hacen ciudad, barrio y dan un servicio a la ciudadanía.

En esta dirección, la paragüería no solo se ha mantenido abierta por la venta de paraguas sino que también innova y realiza reparaciones que antes no se hacían, sus señas de identidad son el paraguas de calidad, el cariño y la profesionalidad.

Lourdes echa de menos los inviernos de hace años en los que llovía prácticamente todos los días. Cuenta que este invierno y otoño han sido especialmente secos. De hecho, lleva varios años apuntando en una libreta cuáles son los días que llueve.

Siguiente generación

La próxima generación está en el aire. Hay clientes que le comentan entre risas que ni se le ocurra cerrar, que saben dónde vive. Ante la pregunta del millón explica, tras soltar una carcajada, apunta que no sabe qué pasará.

Uno de sus dos hijos nació cantando mientras que al otro se lamenta de no haberle camelado cuando era más pequeño.

No obstante, reconoce que no solo cierran negocios, también fábricas. Y en su caso, tiene claro que productos de baja calidad no van a entrar en su tienda.

Es de lo que se vale el pequeño negocio, de ser profesionales y ofrecer productos de calidad. Por el momento, Lourdes pretende aguantar el negocio de toda la vida abierto hasta que el paraguas le supere.