Cada órgano del cuerpo está conectado al que se encuentra debajo del sombrero. Hace más de un siglo y medio, Fructuoso Gorostiaga y su mujer fundaron lo que a día de hoy se conoce como Sombreros Gorostiaga. Un negocio que ha logrado consagrarse en el Bilbao de toda la vida y que continúa vistiendo la cabeza a las y los bilbainos en la actualidad. Los inicios fueron en un taller que estaba ubicado en un primer piso de la calle Bidebarrieta. Ahí estuvo confeccionando sombreros durante los primeros 35 años de su trayectoria.
En la actualidad no es tan habitual ver sombreros en la calle pero hace no muchos años eran una seña de identidad. Cuando Gorostiaga inició su negocio hace más de siglo y medio Bilbao contaba con algo más de 120.000 habitantes para los que tenían repartidas por la villa un total de catorce sombrererías. Había mucha clientela. Por este motivo, las sombrererías se multiplicaron a finales del siglo XIX.
Siete generaciones
En el caso de Sombreros Gorostiaga son siete las generaciones que han estado al frente del negocio. Las tres primeras llevaban el apellido Gorostiaga mientras que las cuatro siguientes pertenecen a la familia Pirla. El cambio vino cuando Benjamín Gorostiaga, tercera generación del negocio, decidió irse a París a estudiar para ser odontólogo. Desafortunadamente, mientras se encontraba estudiando en la capital francesa se desencadenó la Guerra Civil por lo que decidió quedarse en la capital gala, no volver a Bilbao y vender sus propiedades poco a poco. Fue entonces cuando entró en escena el apellido Pirla. Isidoro compró la lonja que correspondía al taller de la sombrerería. Las generaciones se fueron sucediendo al frente del negocio. A Isidoro le siguió su hijo Antonio y luego su nieto Luis. Antonio animó a su hijo a que mantuviese el negocio ya que, según cuenta una anécdota familiar, si faltaban clientes en la tienda “siempre podría ganarse la vida cepillando los sombreros en las puertas de los teatros”. Ambos comenzaron a colaborar con el negocio familiar desde bien pequeños. De la misma manera lo hizo la séptima y actual generación, Emilio Pirla. Empezó con doce años recogiendo las cajas. De aquellos años recuerda, entre muchas anécdotas, los chocolates con churros que tomaban. Mientras estaba haciendo la mili en Burgos, volvió para ayudar con la limpieza del negocio que se había visto afectado como consecuencia de las inundaciones y, hasta el día de hoy, ha estado atendiendo a los clientes que han acudido al local a lo largo de los años. Aquella debacle de la naturaleza arrasó el establecimiento y hoy solo mantienen el mostrador de madera que restauraron y la roseta del techo que no llegó a mojarse. Fue un antes y un después. En la actualidad, la clientela que transita por la tienda es internacional. A modo de anécdota, Emilio recuerda que en su día hicieron unos programas asiáticos y, una modelo, pasó por la tienda y se compró un total de once boinas.
El recuerdo que queda para la historia es que, después de esa acción, los clientes se han acercado al comercio de Bilbao de toda la vida para comprar algunas de esas txapelas, incluso hay quien se ha llevado las mismas once que adquirió la actriz en su momento. De la misma forma llegan turistas ingleses a raíz de la visita de un cómico británico. Es tal la magnitud del negocio, que se ha convertido en un punto de referencia cuando se visita la capital vizcaina en cualquier época del año.
La octava generación de la emblemática sombrerería del Casco Viejo parece ir bien encaminada. Según cuenta Emilio Pirla, su hijo Ander está trabajando con él a diario en la tienda. Se desenvuelve bien en inglés y eso siempre ayuda a la hora de recibir a los clientes que llegan desde otras partes del mundo. Sobre la continuidad de Sombreros Gorostiaga, aunque Ander reconoce que al principio llegó a la tienda a regañadientes, también opina que como en casa no se está en ningún sitio.
De toda la vida
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