"Bájate los pantalones”. La orden resuena en la cabeza de Joseba Imanol Ibarra, víctima de abusos sexuales por parte de un sacerdote en la Casa de Misericordia de Bilbao, cada vez que sale alguna noticia similar en los medios. “Me pongo fatal y tengo que apagar la tele”, confiesa. Apenas tenía 10 años, pero sus recuerdos son nítidos. “Te obligaba a beber un licor y te quedabas grogui. Luego te cogía y te ponía encima de sus piernas. Eso no se puede olvidar”, dice. Ni eso ni que “me diera de comulgar el sacerdote que me estaba violando”. Tampoco que “muchos compañeros del orfanato me dijeran: Maricón, ya te ha dado por culo el cura. Encima, se burlaban”, se duele.

Marcado para siempre por aquellas heridas, que ocultó durante décadas “por vergüenza y miedo”, este septuagenario bilbaino ha plasmado sus vivencias en el libro El cuervo de la sotana negra, una obra en la que se “desnuda” emocionalmente y que le ha servido como terapia y como denuncia. “Los abusos que sufrí de niño afectaron a mi sexualidad toda la vida. He querido transmitir que te condiciona en todos los aspectos, no solo ese tiempo, porque el paso a la adolescencia también fue muy duro, la juventud, salir a la calle con esa losa...”, cuenta Joseba, que siente que una vez que lo ha escrito ha “soltado la mochila”.

“Soñaba con castillos y, cuando fui abusado, tenía pesadillas con un cuervo, que era el cura”

Joseba nació en 1951 en la maternidad de Solokoetxe de una mujer a la que, en la pedanía de Karrantza de donde era, la llamaban “María, la puta” por haberse quedado embarazada del chico con el que salía. Antes de asomar la cabeza, a él también le habían colgado una etiqueta, “el hijo del pecado”. No parecía un buen comienzo para venir al mundo. “Fue la comidilla de todo el pueblo. Mi familia quería que se casaran, la otra, que a la fuerza no, y mi abuelo tuvo que vender el molino y venir a Bilbao para ver si era más llevadero, aunque a mi madre la encerraron en casa hasta que dio a luz”, relata.

Inscrito “en los papeles” como si fuera un “hermano” de su madre, en vez de su hijo, Joseba fue “abandonado” en la maternidad, donde las monjas propusieron darlo en adopción. “Mi madre, la pobre, dijo: No, es mi hijo, yo lo cuido, pero luego no pudo. Más tarde cogió tisis, la enfermedad de los pobres, y falleció”, lamenta. Joseba fue a parar a la casa cuna de La Casilla y, a los 7 años, lo trasladaron a la Casa de La Misericordia, donde le esperaba un auténtico calvario. “De pequeño soñaba con castillos, juegos y cosas de niños, pero, cuando empecé a sufrir los abusos, tenía pesadillas con un cuervo, que era el cura de la sotana negra”, explica, en referencia a su agresor y a la portada de su libro.

Imagen de Joseba Imanol Ibarra de niño junto al sacerdote. Borja Guerrero

Muchos de los menores internos, dice, eran “hijos de mujeres solteras, de prostitutas o de padres que estaban en la cárcel por problemas políticos”. “Había mucha pobreza”, recuerda, con la mirada puesta en el niño que fue y que sobrevivió a duras penas en aquel patio en el que, a los 10 años, les juntaban con chavales de hasta 18. “Era una cárcel a cielo abierto porque los mayores eran muy abusones. No solo te apartaban para jugar o te quitaban cosas, sino que te obligaban a masturbarles. Los baños eran descomunales y ahí se daban todos esos abusos. Fue tremendo”, condena. Por si fuera poco, les castigaban encerrándoles “a oscuras en unos cubículos, que luego me dijeron que era donde metían los ataúdes en la morgue”. Fruto de ese ambiente hostil, asegura, “intentabas encontrar cariño entre tus compañeros y a veces confundías la afectividad con la sexualidad”.

“El despertar al sexo”

Cumplida la mayoría de edad, resume, “te ibas con una patada a la calle, a buscarte la vida. O dormías en el albergue municipal o te buscabas una pensión”. Él pudo alojarse en una con el dinero que le prestó un amigo. “Fue muy duro porque salías y no tenías con quién hablar, en quién confiar, a quién decirle lo que te pasaba”, señala. Formado en artes gráficas, trabajó en una empresa y después en un periódico, pero “no sabía ni cómo era una nómina”. “No estaba preparado, me veía perdido, impotente. Me habría hecho falta una persona que me orientara”.

Joseba Imanol Ibarra: "Era imposible probar ante un juez los abusos, sería mi palabra contra la del abusador"

Joseba Imanol Ibarra: "Era imposible probar ante un juez los abusos, sería mi palabra contra la del abusador" Cedido

Su rostro se torna risueño cuando recuerda el reencuentro con sus amigos del internado, con los que descubrió “cómo era la música” en el local La gramola de la calle San Francisco y conoció por primera vez a chicas en la discoteca Holiday. “Tocaba agarrado y, con el simple hecho de arrimarme, eyaculé. Era un despertar al sexo. Mis amigos se reían: Picha floja, eyaculador precoz... Puse los calzoncillos en la bombilla del baño para secarlos y casi se me queman”, cuenta entre risas. Sus colegas también le hicieron “la faena” de llevarle a “un bar de prostitutas” para enseñarle “a ser hombre”. “Al de tres semanas, pillé una gonorrea”, confiesa, reconociendo su ignorancia. “No teníamos libros de consulta para aprender. La sexualidad era tabú, a los curas ni se les ocurría”.

Amor entre dos abusados

“Yo no quiero dinero, no soy un prostituto. Quería una compensación moral y ya la he tenido"

JOSEBA IMANOL IBARRA - Víctima de abusos sexuales en la infancia

Entre los capítulos más dolorosos de su vida, Joseba destaca la pérdida de su primer amor, “un compañero de internado que también fue abusado y que era hermafrodita, pero se sentía mujer. La vulnerabilidad nos unió, nos necesitábamos”, explica. Sedientos de cariño, afianzaron su relación, viajaron a Francia en busca de hormonas femeninas y para dar rienda suelta a su sexualidad y planearon irse a Madrid, donde ella pensaba poner una tienda. Pero todo se truncó. “Me fui a hacer la mili y ella se fue a Marruecos, que es donde se hacían los cambios de sexo, para darme una sorpresa. Falleció en la operación. Me habría gustado haberla podido arropar”, cuenta con tristeza. “Sufrimos mucho los dos, siempre clandestinos. No podías amar como querías. Yo era muy religioso y sentía una culpabilidad tremenda, pensaba que el cielo se iba a caer, pero luego estaba con ella y no se cayó. Por eso le decía: Prefiero estar contigo en el infierno que sin ti en este falso cielo. Y era cierto, estaba tan feliz con alguien que me quería de verdad”, se sincera.

En las páginas de su libro se entremezclan otros duros episodios, como su tentativa de suicidio o la búsqueda de su padre, al que acabó localizando en Altos Hornos. “El desengaño de mi padre fue muy doloroso. Yo pensaba que me iba a aceptar y a querer y lo único que hizo fue presentarme, como si yo fuera su sobrino, a mi hermana para que la conociera y no me volviera a acercar a ella”, relata.

“Me siento reconfortado”

Joseba denunció su caso en la Comisión de protección de menores y prevención de abusos que puso en marcha la Diócesis de Bilbao. “Le agradezco al obispo Segura infinitamente que la abriera. Aquello fue una tabla de salvación”. Los gestos posteriores fueron sanando sus heridas. “La misa del perdón me produjo paz. El abrazo que nos dimos fue tremendo, las placas en la catedral y en La Misericordia, la bomba...”, agradece, tras rechazar las invitaciones que le han llegado desde distintas organizaciones para reclamar una indemnización. “Yo no quiero dinero, no soy un prostituto. Quería una compensación moral y ya la he tenido. Me siento reconfortado”, asegura este hombre, que silenció su drama durante 58 años por temor a que lo pusieran en duda. “Siempre he estado con la angustia de creerme culpable, de que no me iban a creer por el hecho de ser un niño y de que no se puede contrastar. Para mí ya se ha reconocido, ya ha quedado constancia”, respira por fin aliviado.