Junto a los destellos de las escamas de titanio del icono de la villa, un brillo más humilde busca la atención de turistas, transeúntes y curiosos. Son las pulseras, sortijas y collares que tras una pequeña mesa ofrece Javier Patón con una sonrisa a quienes se acercan.
A sus 68 años, este barcelonés afincado en Barakaldo desde hace dos años, decidió alejarse del estrés de la vida moderna para llevar un estilo de vida sencillo y alejado del consumismo y de la inmediatez. Desde trabajos de cuidados en residencias de ancianos hasta educador de niños en situación vulnerable, Javier se ha reinventado en numerosas ocasiones hace diez años, cuando alentado por conocedores del gremio empezó a vender artículos de artesanía allá donde fuera.
“A los 40 años trabajaba como subdirector de un centro ocupacional en Barcelona. Sin embargo, en el fondo sabía que esa vida ni me satisfacía ni me hacía feliz, pero me daba miedo no saber de qué podría vivir”, declara. Pese a todo, la oferta de trabajo que recibió como educador en Guatemala le impulsó a tomar la decisión de dar un giro a su vida. Desde entonces Javier ha recorrido casi toda Sudamérica en búsqueda de nuevos retos personales.
Sentado en un pretil frente al Museo Guggenheim en Bilbao, Javier elabora pulseras y accesorios de distintos colores y materiales. Entre brazalete y brazalete, mientras saluda a otros buscavidas del entorno, Javier aprovecha los lapsos de tiempo para cultivar su gran afición: la lectura.
Formación continua
Ya sea un libro sobre las gemas que adornan los complementos que vende o un manual de Filosofía o Psicología, este licenciado en Sociología otorga una gran importancia a continuar con su formación de manera autónoma. “Hoy en día es muy difícil encontrar personas que inviertan su tiempo en leer, ir al teatro o ver una película. La mayoría de la gente va de casa al trabajo y del trabajo a casa”, destaca.
A su edad y con una mochila llena de libros a modo de bálsamo para sus inquietudes, Javier es incapaz de reconocerse entre una multitud que, a su modo de ver, envejece, se jubila y se encuentra perdida. “Llegamos a viejos y la gente no sabe qué hacer ni con su tiempo ni con el dinero porque solo han dedicado toda su vida a trabajar”. Inmerso ahora mismo en la lectura de los estoicos, Patón admite que además de nutrir su curiosidad, la lectura le ayuda a sobrellevar su día a día. “En esta vida no hacen falta tantas cosas aparte de comida y una vivienda”. “Este tipo de lecturas me han enseñado a valorar mucho más mi tiempo, pero la gente tiene un miedo terrible a aburrirse”, plantea.
Con todo, y a pesar de haber encontrado la plenitud después de muchos años, Patón admite las dificultades que halla como vendedor ambulante. Pese a reconocer que agosto es el mejor mes del año para vender, el día a día está lleno de contingencias capaces de amenazar una jornada prometedora. “Los días que llueven solamente podemos maldecir al tiempo porque son inaprovechables para vender nada”, se lamenta.
En cualquier caso, entre chubasco y chubasco Javier consigue reconciliarse con su ocupación gracias a la gente que se le acerca con curiosidad para hablar. “Las charlas agradables que suelo tener compensan los malos ratos contados con otros que me han faltado al respeto. Sin duda, el trato con la gente es una de las mejores cosas que tiene este trabajo”, dice.
Javier ha cogido gran cariño a Euskadi. Tras salir de Sudamérica durante la pandemia del covid, Patón regresó a su Barcelona natal para encontrarse una ciudad totalmente distinta de la que había conocido 40 años atrás. Movido por los recuerdos de su juventud cuando venía a Euskadi para jugar partidos de Rugby contra el Atlético de San Sebastián, el Getxo o el Gaztedi, decidió coger su mochila y parar en Euskadi hasta que el azar o el destino le lleven a tomar otra decisión.
Ahora Javier mira hacia el futuro con cierto optimismo gracias a las metas y los objetivos por cumplir. “En realidad la gran ilusión que tengo, y en la que estoy trabajando ahora mismo, es hacerme con una furgoneta que me permita recorrer el Estado al mismo tiempo que continúo con mi negocio”, confiesa Patón. Con pueblos como Lekeitio o Zumaia fijados como unas de sus primeras paradas, este artista comenta sin perder el sentido del humor los problemas que está teniendo para encontrar uno de estos vehículos desde que se hayan puesto de moda en los últimos años.
A pesar de la incertidumbre ocasionada por la inestabilidad, Javier se muestra muy positivo y con más ganas de vivir que nunca. “Hay gente que piensa que hacerse mayor es sinónimo de esperar a la muerte sentado. Yo no tengo nada que me ate, con lo que me siento totalmente dueño de mi destino para coger mi mochila y ponerme a rodar. Para mí es una vida fantástica”.
Hoy hace sol, es fácil que Javier llegue a los 20 euros que, de promedio, obtiene por jornada de trabajo. Como todos los días, a la hora de comer recogerá su mercancía para llegar a casa y disfrutar de los libros, de la calle y, en definitiva, de su tiempo.