La céntrica y concurrida arteria que une Zabalburu con la Plaza Indautxu escondía una pequeña joya conocida por solo unos pocos afortunados. Sin embargo, el callejón Zollo, una diminuta prolongación de Alameda San Mamés a la altura del número 11, ha pasado de ser uno de los espacios más ignorados de la ciudad a ser uno de los más fotografiados. Las puertas azules de los locales que alberga, en contraposición con las paredes blancas, evocan paisajes mediterráneos más típicos de Mykonos o Santorini, sobre todo cuando la luz se filtra por el estrecho hueco que dejan los edificios. Y todo sin salir del centro de Bilbao. Ello ha propiciado que el goteo de turistas y curiosos que se acercan a uno de los spots más instagrameables de la ciudad sea constante. 

Los propietarios de la tienda enmarcación Molcris, que lleva más de 40 años en el callejón, han favorecido en la rehabilitación del callejón Zollo. Borja Guerrero

Así lo corrobora Natxo López, uno de los propietarios del taller de enmarcación Molcris, que lleva más de cuatro décadas abierto en diferentes emplazamientos del pasadizo, de apenas unos metros de longitud. “Google me tiene registrado como dueño del callejón y me mandan notificaciones de las visitas que ha tenido. Hay veces que me dicen que más de 1.000 o 2.000 personas han realizado la búsqueda”, explica López, quien indica que el incremento de visitantes que se adentran en la callejuela se debe a la publicación de varios reportajes dándolo a conocer. “En un inicio acudían más los turistas, como los que se alojan en el hotel de al lado”, expone el propietario de Molcris, quien añade que, en contraposición, los bilbainos pasaban de largo. Ahora, por el contrario, cada vez son más los autóctonos que se acercan por curiosidad. “Hay gente que viene a contarnos que solían jugar aquí de pequeños”, indica.

Son los propietarios de las lonjas los que se han encargado de adecentar el callejón. “Por las noches cerramos la verja, porque si no esto sería Jauja”, afirma Natxo López, quien indica que tomaron la determinación de cerrar el paso hace varias décadas. “Cuando estaba abierto, venías por la mañana y te lo encontrabas todo... Ahora ya está más controlado”, agrega, sin querer terminar la frase, rememorando los años 80.

Desde un inicio optaron por pintar las paredes de blanco, en combinación con las puertas y ventanas azules. Así se ha mantenido por todos los propietarios que han llegado a posteriori. “Depende de lo que haya viajado la gente, les recuerda a un sitio u otro: los que han estado en Andalucía, les recuerda a Andalucía. Lo mismo con los que han estado en Marruecos o Grecia. Escuchamos todo tipo de comentarios mientras la gente baja”, indica López sobre el pasadizo en cuesta.

Más locales

En un principio, el callejón Zollo tenía salida por la calle Iparraguirre. “Era la trasera de los edificios y se quedó como servidumbre de paso”, expone el comerciante. Después, cuando abrieron la calle a Alameda Recalde, cortaron el callejón. Sin embargo, relata que había un edificio derruido y no se podía pasar. “Antes daba un poco de miedo. No estaba tan cuidado, ahora tiene otra presencia”, asevera López, quien insiste en que este esfuerzo se debe a los propietarios que han colocado plantas por todas partes. “Consiste en hacernos visibles. No están las cosas como para desaprovechar clientes”, apostilla el propietario de Molcris, que ha ocupado distintos locales, siempre en el callejón Zollo. “Cuando tuvimos que dejar la lonja de arriba, queríamos continuar en el callejón. Al final todo el mundo nos relaciona con el callejón”, indica.

Natxo López y Jorge Hierro, de Molcris, comparten pasadizo con la galería de arte Aire. Se trata de un espacio en el que se muestra, promociona y difunde, a través de exposiciones, la labor artística que alumnos o profesores vinculados a la facultad de Bellas Artes de la UPV/EHU. El espacio, cuyo responsable es el artista, docente e investigador Fito Ramírez, está abierto de martes a viernes de 17.00 a 19.30 horas. Además, Pedro Rojo, de El cajón, trabaja en uno de los locales las llamativas creaciones que muestra en el escaparate del número 13 de Alameda San Mamés. “Lo utiliza de almacén. Anteriormente hubo también un taller de artesanía. Siempre ha habido cosas relacionadas con el mundo del arte”, añade.

El último inquilino en llegar al callejón es Iñigo Onzain. “Lo conocía de oídas, pero no sabía exactamente dónde estaba ubicado. Cuando vine, me enamoré”, afirma este joven arquitecto, que ha comprado uno de los locales, con acceso desde tres puertas, con intención de ponerlo en alquiler tras rehabilitarlo. “Pensé que era una pena que estuviera tan destrozado en un sitio tan bonito”, considera Onzain. Su interés por el callejón ha sido tal, que acudió al Ayuntamiento a preguntar por su historia. “Antes hubo una panadería y algo del vermú Zollo”, expone el arquitecto, que ha tenido acceso a documentos antiguos. “Se qué un médico vino a inspeccionar la salubridad de la zona”, añade.

“Antes daba un poco de miedo. No estaba tan cuidado, ahora el callejón tiene otra presencia”

Natxo López - Propietario de Molcris

“Lo conocía de oídas, pero no sabía dónde estaba ubicado. Cuando vine, me enamoré”

Iñigo Onzain - Propietario de uno de los locales