La cabeza me daba vueltas como si, en aquel instante, viviese en un eterno tiovivo que no cesaba de girar, girar y girar. No era capaz de distinguir los objetos y las personas que se situaban a mi alrededor. Mi vista había sido conquistada por el etanol. Ese pequeño demonio que se comporta como una sustancia psicoactiva había tomado las riendas de mi visión – y de todo mi ser – y se resistía a abandonarme. A pesar de todo ello, logré atravesar la marea de personas ebrias de algarabía y alcohol, claro. “Trikkimailu y, despuéss, la pinpi. Esstoy sserca”, creo que repasé mental y torpemente. 

Cuando dejé atrás el océano festivo, me dispuse a cruzar el puente del Ayuntamiento. Iba acompañado, si la memoria no me falla, de un chico al que conocí esa misma noche. “Vas muy mamado Álex”, creo recordar que me advertía. Lo que sí recuerdo vívidamente es que tenía una necesidad imperiosa de realizarme un test de alcoholemia en uno de los puestos que el consistorio había habilitado para ello. (Por eso nos habíamos trasladado hasta allí). Quería saber si estaba en condiciones de conducir raudo y veloz a la comodidad de mi cama. ‘Spoiler’: no lo estaba. Pero en mi mente, poseída por Baco y sus caldos mezclados con carbonatado de cola, existía la posibilidad de que sí lo estuviese.

Al fin, tras caerme un par de veces e intentar tirarme a la ría para, según mi acompañante, “refressscarme”, – algo así debí "explicarle" – llegamos al toldo negro. Este chico – ¿Iñigo? ¿Ignacio? ¿Ikoitz? – me sentó en una silla. Estaba mojada. Me importó una mierda.

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De acuerdo con su relato, me hicieron varias preguntas y, después, soplé en el alcoholímetro. 1,20. Más que positivo. No podía conducir sin que, en el menos grave de los casos, me arrancaran de la cartera mi reluciente carné de conducir. Iñigo-Ignacio-Ikoitz me suplicó que me fuera con él. “¡Déjame tío!”, le espeté. “Si quieres matarte, mátate. No puedo contigo”, terminó diciéndome. 

A continuación, levanté los dedos del teclado que, ahora, escriben estas líneas. Tenía que darle un final a esta historia. ¿Homicidio involuntario?, ¿detención?, ¿el inicio de un tórrido romance? Eso, si me lo permiten, se lo dejaré a ustedes. Prefiero aprovechar esta ocasión para recordarles que la seguridad vial es importante y que el alcohol y la conducción están enemistados. Disfruten, es la primera Aste Nagusia en demasiado tiempo. Pero cuídense.