Bilbao
OíR, ver y callar". Esa es una de las reglas de oro no escrita de los porteros de fincas urbanas, "una especie en vías de extinción" en la capital vizcaina. Así lo consideran los pocos porteros que sobreviven en Bilbao a la externalización de los servicios de limpieza y mantenimiento por parte de las comunidades de vecinos. La mayoría de ellos ya no vive en el mismo edificio en el que realizan su trabajo. Por eso, el convenio que regula sus condiciones laborales distingue entre portero y conserje. El primero es el que vive en "la casa del portero", y el segundo, el que lo hace fuera de inmueble donde trabaja. Ambos tienen la misma jornada, cuarenta horas semanales, de lunes a viernes. Sin embargo, el portero con vivienda en la comunidad no acaba de "desconectar" durante los fines de semana. Este es el caso de Antonio Lozano, un portero a la vieja usanza, con traje y corbata, que desarrolla su trabajo en la Gran Vía bilbaina.
Aunque su jornada laboral comienza oficialmente a las ocho de la mañana, Antonio se pone en pie mucho antes, a las seis y media, para dejar el portal y la escalera como una patena y poder limpiar los coches de los vecinos que así se lo hayan pedido. Lo hace en el garaje subterráneo que tiene el edificio, "de los pocos que hay en la Gran Vía", dice con orgullo. La limpieza de los vehículos es un trabajo que no está contemplado entre sus obligaciones como portero, pero reconoce que le viene muy bien para redondear la nómina, que no supera los 900 euros. Con ese dinero "extra" y las propinas, Antonio ha podido sacar adelante a su familia, mujer e hijo. Incluso ha podido comprarse un piso en Noja, donde piensa retirarse cuando se jubile "porque en algún sitio habrá que vivir cuando esto se acabe".
Antonio tiene 50 años y lleva 15 en la portería del número 75 de la Gran Vía, un elegante portal de un bloque de 14 viviendas de 200 m2. Antes de la última crisis inmobiliaria se vendían por 180 millones de pesetas. Antonio accedió a la portería gracias un cuñado que desempeñaba el mismo empleo en un bloque cercano y se enteró de que quedaba libre una plaza por jubilación. No se lo pensó dos veces. Tampoco tenía mucho donde elegir. Estaba en paro y las perspectivas de trabajo no eran nada buenas. Atrás dejaba años de duros trabajos en la construcción, la fontanería "y como ferroviario en las vías del tren".
Vivienda Antonio tuvo una infancia dura. A los 15 años abandonó los estudios para ponerse a trabajar. La muerte prematura de su padre, que había emigrado de Córdoba para buscar una vida mejor en el País Vasco, hizo que Antonio cambiara los libros por la paleta de la construcción. Él también nació en Andalucía, pero llegó a Bilbao con apenas seis años. Pasado el tiempo, Antonio cree que acertó con la decisión de quedarse en la garita de la portería. "No me quejo", dice, "es un trabajo tranquilo y, aunque el sueldo es bajo, compensa porque tengo gratis la vivienda; no pago ningún gasto, sólo el teléfono". El único inconveniente que ve es que "si un fin de semana te llama un vecino porque surge un problema, no puedes decir que no". Lo podría hacer porque desde hace unos años las condiciones laborales de estos trabajadores han mejorado. Pero no lo hace porque mantiene una buena relación con los vecinos.
Sin embargo, para desconectar del trabajo hay fines de semana que se va a Noja, aunque "el domingo por la noche tengo que estar aquí para recoger la basura de los vecinos". Esa es una de sus obligaciones principales. También la limpieza, repartir el correo por las viviendas "porque aquí no hay buzones", especifica, y, por supuesto, la seguridad. Toca madera cuando dice que en su inmueble no ha habido problemas de robos, pero "por las noticias que se escuchan últimamente", le hacen estar ojo avizor. "Cuando entra algún desconocido le preguntó a dónde va; no le hago un interrogatorio, pero sí algunas preguntas para ver si conoce de verdad a algún vecino".
El portero automático, que ha sido uno de los causantes de que este gremio vaya desapareciendo, también les ha facilitado la labor de seguridad. "Antes", relata Antonio, "los porteros no podían ni ir tranquilos a comer porque la puerta se quedaba abierta y cualquiera podía entrar. Por eso, tenía que bajar la mujer del portero a hacer guardia mientras él comía". Ahora es distinto. Gracias al video-portero y a una pequeña cámara de seguridad, Antonio puede descansar tranquilo hasta que, a las cinco de la tarde, vuelve a la garita. Allí pasa la horas o sale a la calle, sin alejarse del portal, para observar el trasiego de gente. Eso, si no llama un vecino para que le resuelva algún problemilla casero. "Yo me defiendo haciendo chapucillas porque he sido fontanero". Su habilidad y predisposición le reporta alguna que otra propina y la confianza de los vecinos, sobre todo de los más mayores. "El trato con la gente mayor es diferente porque llevan muchos años aquí y te conocen; la gente joven te trata más como si esto fuera una oficina, igual de correctos que los mayores, pero sin tanto trato humano".
Una tumba Antonio ha visto y oído más de la cuenta en la escalera. Pero para evitar problemas, aplica a rajatabla el secreto de confesión. "Nosotros somos como los curas, no podemos contar infidelidades", comenta sonriente. Por eso, intenta quedarse al margen de los problemas y cuitas que puedan tener los vecinos. "El que se mete por el medio, siempre es el que peor parado sale", aclara.
La misma actitud toma Andoni, que lleva 13 años de portero en el número 64 de la calle Rodríguez Arias. "Aquí lo mejor es oír, ver y callar", señala. Gracias a esta máxima mantiene una buena relación con los 14 vecinos del inmueble. Andoni, de 57 años, llegó a la portería después de haber tenido negocios. El paro le obligó a buscarse la vida en un empleo en el que "jamás hubiese pensado que iba a acabar". Hoy es el día que no se arrepiente porque "es un trabajo llevadero". "Por las mañanas hago las labores de limpieza y por las tardes estoy en la garita o en el portal hasta las 8 de la tarde", explica. A esa hora, y como cualquier trabajador, Andoni se va a su casa y se olvida de los vecinos hasta el día siguiente. "Esto ya no es como antes, que el portero estaba las 24 horas del día".
Mikel del Olmo hace lo mismo que Andoni. A las 7.30 horas, después de bajar la basura de los 14 vecinos que viven en el número 3 de la calle Sabino Arana, se va a su vivienda de Santutxu. Mikel, de 46 años, se quedó en paro después de haber trabajado toda su vida como administrativo. "No se me cayeron los anillos por aceptar este trabajo", recuerda , a pesar de que por su formación podía aspirar a más. Tampoco se arrepiente. "Es un trabajo cómodo". Y la única queja es el sueldo. Por lo demás, hace como el resto de sus compañeros, comportarse como una "tumba". "Cuanto menos sepas de los vecinos, mejor". Por último, Pedro San Martín se muestra orgulloso de su trabajo. "Antes era pintor, igual se ganaba algo más, pero esto es mejor", dice. Pedro es portero del número 68 de la calle Rodríguez Arias. Tampoco vive en el inmueble. Tiene 54 años y lleva 5 en la portería. Espera seguir muchos más aunque la portería sea "una especie a extinguir".