HACE menos de mes y medio, al término de la quinta jornada, el Surne Bilbao Basket era el conjunto revelación de la Liga Endesa. Acababa de igualar su mejor balance histórico a esa altura competitiva, 4-1, se veía empatado con tres equipos de Euroliga –Baskonia, Barça y Valencia Basket– y superado solo por el por aquel entonces inmaculado Real Madrid, acumulaba un colchón de cuatro victorias con respecto a la zona de descenso –Coviran Granada y Zunder Palencia aún no se habían estrenado– y la palabra Copa empezó a nombrarse como posible aspiración tanto dentro como fuera del vestuario de los hombres de negro.

Seis jornadas después, tras acumular otras tantas derrotas consecutivas, el conjunto vizcaino se encuentra, sin ningún género de dudas, en su peor momento del curso tanto desde el punto de vista de los resultados como del de las sensaciones, ha llenado su mochila de disgustos con algunos episodios tan dolorosos como los acontecidos en Badalona y Zaragoza o el ocurrido este último sábado en Miribilla ante el Unicaja, con una pírrica anotación de 43 puntos que supone la peor de su historia, y ha perdido gran parte del brío y el dinamismo que mostró hace no tanto tiempo. Además, observa cómo vuelve a figurar en la zona baja de la tabla clasificatoria habiendo dilapidado gran parte de su renta con respecto a los puestos de descenso, con solo una victoria ya de margen tras las victorias de Breogán y Granada en la última jornada.

El notable endurecimiento del calendario en este tramo de la competición ha sacado a la luz las limitaciones y problemas estructurales de un colectivo que empieza a mostrar versiones radicalmente distintas en su rendimiento, alejándose de la sostenibilidad y la regularidad necesaria para explotar sus virtudes. En estas seis últimas semanas, el conjunto de Jaume Ponsarnau ha mezclado las versiones batalladoras ante equipos de nivel superior como Lenovo Tenerife y Real Madrid en casa, las abruptas debacles a domicilio frente a los más asequibles y vulnerables Casademont Zaragoza –renta de 17 puntos a 16 minutos del final para acabar perdiendo por 14– y Joventut –colchón de siete puntos a un minuto del final– y el último varapalo ante Unicaja con un rendimiento ofensivo paupérrimo y unos guarismos sonrojantes.

Esta racha de seis derrotas consecutivas es la peor que sufre la escuadra bilbaina desde el ejercicio 2017-18, el que desembocó en el descenso a la LEB Oro –en la campaña 2020-21 se acumularon derrotas entre la quinta y la decimoprimera jornada, pero la alteración del orden de los partidos por el covid provocó que no fueran seguidas–. En aquella ocasión, los hombres de negro perdieron seis choques encadenados entre las jornadas 17 y 22 con un calendario mucho más asequible –en casa hincaron la rodilla ante Obradoiro, Fuenlabrada y Gipuzkoa Basket– y bajaron el telón de aquella fatídica campaña con otros siete resultados en contra.

Tras otro compromiso de armas tomar la próxima jornada –visita el domingo (17.00 horas) al Valencia Basket de Álex Mumbrú–, la fase de calendario extremadamente exigente dará paso a otro en el que el conjunto vizcaino se enfrentará a rivales de un nivel más similar al suyo, con choques consecutivos en casa ante Breogán, Basket Girona y Baxi Manresa y una visita al colista Palencia. Serán esas las semanas en las que el Bilbao Basket se jugará probablemente su estado de ánimo para lo que reste ejercicio: tranquilidad si se vuelve a cargar el zurrón de las victorias o preocupación y toma de decisiones si las cosas se siguen torciendo. Porque esta racha de seis derrotas se ha llevado ya por delante gran parte del colchón de seguridad fabricado en el arranque de curso.