No corren buenos tiempos en el Martín Carpena, donde desde hace unas semanas se escucha ruido de sables. El Unicaja se ha quedado fuera de la Copa, ha iniciado el Top 16 de la Champions con una dura derrota en casa ante el modesto Cluj-Napoca rumano y llega a Miribilla por detrás del Bilbao Basket en la clasificación. En Málaga, todo el mundo está cuestionado, empezando por el entrenador Fotis Katsikaris, porque los resultados no están siendo los esperados en una campaña especialmente sensible por las decisiones tomadas en los despachos malagueños.

El club decidió por razones económicas lo que se entendió como un paso atrás, abandonar la Eurocup para disputar la Champions League de la FIBA, que muchos entienden como un reto menor para un equipo que hasta hace poco se codeaba con los grandes del continente y que en este siglo ha ganado la Liga Endesa, la Copa y la Eurocup y llegó a jugar la Final Four de la Euroliga. Es duro aceptar la nueva realidad, buscar un nuevo sitio en este baloncesto globalizado y la afición está de uñas porque una plantilla cara y mal diseñada no responde a esos más modestos desafíos deportivos. Para colmo, esta semana han perdido a Micheal Eric por una grave lesión de rodilla y quien iba a ser su sustituto, Devin Williams, no pasó el reconocimiento médico. Al final, el fichaje interior será Dejan Kravic, al que el club ya quiso en verano.

Entonces, el Unicaja quiso fichar al base Marco Spissu, que tampoco superó las pruebas médicas y, sin embargo, acabó firmando por el Unics Kazan de la Euroliga. El hueco del italiano fue para Norris Cole, excampeón de la NBA con los Miami Heat que está en el punto de mira por su actitud egoísta y porque no es un base puro. Su perfil choca con el de Fernández, Brizuela, Bouteille, exteriores que necesitan el balón en sus manos para anotar. Como en el puesto de cuatro, Barreiro y Suárez también son cromos repetidos, y por dentro Nzosa no ha dado el paso adelante esperado, la plantilla malagueña acusa una clara descompensación y falta de fluidez en su juego.

El Unicaja es un equipo con buenos porcentajes de tiro, pero mal reparto del balón, y además es uno de los peores en rebotes, lo que viene a decir que hay calidad, pero hasta ahora poca solidaridad. Alberto Díaz es el único director de juego que piensa como tal y el termómetro defensivo, pero no puede cargar con todo el peso. Katsikaris no ha dado aún con la tecla para hacer rendir a un equipo que encaja poco con su manera de ver el baloncesto. Tras la derrota europea del martes, repitió varias veces los conceptos “morder y pegar”, una apelación a cuestiones ajenas a lo táctico y técnico que siempre supone un arma de doble filo para un entrenador porque le deja desnudo ante otros argumentos y en manos de los jugadores, de que capten el mensaje y reaccionen.

El técnico griego, que lleva un año en Málaga con un balance global de 20 victorias y 25 derrotas, está en una posición débil de cara al entorno. A finales del año anterior, ya tuvo que disculparse por unas manifestaciones en las que censuró la negatividad que había alrededor, en clara referencia a los medios de comunicación, y ha tenido que redirigir sus palabras hacia su plantilla de la que se espera mucho más. El brote de covid que ha sufrido recientemente tampoco ha ayudado a rearmar el juego del equipo y buscar nuevas opciones. La reacción puede llegar en cualquier momento porque ver alejarse también el play-off puede ser fatal para una entidad que frecuentó las plantas nobles y ahora no se adapta a convivir con los más modestos.