Se ha convertido en una mala costumbre. El Athletic ha salido lastimado en las dos finales consecutivas que ha disputado en La Cartuja en un intervalo de dos semanas, por lo que continúa la larga travesía en busca de la Copa número 25 que se resiste desde 1984. Este sábado el conjunto rojiblanco volvió a fracasar en su sexto intento por recuperar la gloria en su torneo por idiosincrasia y lo hizo con alevosía, una sensación que genera incredulidad y hasta rabia en su masa social.

La imagen que proyectó el equipo de Marcelino García dejó mucho que desear, fue impropia de una final de Copa y de paso señala al entrenador, que asumió unos riesgos y tomó unas decisiones que se cobraron un alto precio. El Athletic no compitió, dio síntomas de una fragilidad y de una carencia de fútbol muy preocupantes que merecen dar una vuelta a la gestión y coger un rumbo opuesto más pronto que tarde, una vez que la liga ni siquiera ofrece el objetivo de luchar por Europa, salvo una transformación radical a base de resultados, cuando aún restan ocho jornadas por delante, la más inmediata en tres días frente al Betis en el Benito Villamarín.

Decía Andoni Zubizarreta, integrante de la plantilla de los últimos títulos de liga y Copa y exportero también del Barcelona y Valencia, en una entrevista en este periódico que el Athletic "es un poco como los clubes grandes, jugamos finales; pero nos falta algo, que es ganarlas".

No le falta razón si se atiende a las estadísticas. Desde 1984 ha jugado otras seis finales y en todas ellas ha salido cruz. Cierto es que él mismo perdió una, la de 1985 ante el Atlético de Madrid, cuando los de Javier Clemente partían como favoritos, ya que cayeron por la mínima (1-2) pero compitiendo. Ya en este siglo XXI se ha cruzado en su camino un Barça superior en todo y ha pasado el rodillo en sus cuatro enfrentamientos en esta cita enorme, con la puntilla de la humillación infligida no hace muchas horas y la derrota dos semanas atrás frente a la Real Sociedad. Sus números obligan a hacer una autocrítica sincera.

En esas seis finales ha encajado 17 goles, 15 en las más recientes, y solo ha sido capaz de materializar tres tantos, dos en las de este siglo, un baremo dispar que retrata ese vértigo que le entra en el partido definitivo, especialmente en las cinco disputadas en los últimos doce años. Ni Joaquín Caparrós, ni Marcelo Bielsa, ni Ernesto Valverde, ni Marcelino han sido capaces de acabar con esta pequeña maldición.

EL ÉXITO DE LA SUPERCOPA

El éxito de la Supercopa de tres meses atrás se ha quedado en un bonito sueño de invierno y no ha tenido continuidad en las dos finales de Copa, por lo que el efecto Marcelino se ha diluido como un azucarillo.

El de Villaviciosa irrumpió en el banquillo del Athletic con brillantez y supo hacer competir a un equipo que estaba deprimido en la recta final de la etapa de Gaizka Garitano, censurado precisamente por actuaciones como las cercanas en La Cartuja. Pero el paso de tiempo ha devaluado su proyecto y el pico más bajo llegó el sábado. Marcelino jugó con fuego y se quemó de manera estrepitosa.

Confió en Iker Muniain cuando el capitán estaba sensiblemente mermado y esa gestión propia de la ruleta rusa fue suicida, como quizá también lo fue la presencia de un Yeray también tocado, mientras que Yuri Berchiche, con molestias similares a la del central, se quedó de inicio en el banquillo.

Unas decisiones que delatan la fijación del entrenador que quizá no se atrevió con prescindir, en su caso, del navarro y de apostar por Unai Nuñez como pareja de Iñigo Martínez, que como se sabe tuvo que pedir el cambio en el arranque de la prórroga de la final de la Supercopa.

Marcelino reconoció en su comparecencia tras el partido del sábado el fracaso en las dos finales de Copa, pero volvió a mencionar el éxito de la Supercopa a modo de matiz reivindicativo en unos momentos tan duros para todo el Athletic. Sin embargo, el conjunto de estos dos compromisos en La Cartuja poco o nada ha tenido que ver con el del pasado enero, cuando proyectó un gen competitivo loable, una idea creíble y unas sensaciones ilusionantes que se han ido difuminando con el transcurrir del tiempo.

Cierto es que el domingo solo hubo dos novedades en el once respecto al que triunfó el 17 de enero, con la presencia de un Alex Berenguer al que le ha desaparecido la efímera inspiración con el gol y de un Unai López que no estuvo al nivel esperado en un reto que sí lo requería.

Los sacrificados fueron Unai Vencedor, que ha perdido parte de la confianza del entrenador, y Ander Capa, del que sorprendentemente prescindió Marcelino como recambio de Muniain en el descanso y decantarse por un frágil Iñigo Lekue en el lateral derecho, un movimiento que desvela el nuevo rol que ejerce el portugalujo, otrora un fijo en su sistema. El proyecto Marcelino, por tanto, necesita un reseteo desde este mismo miércoles en un nuevo viaje a Sevilla.