San Mamés acoge un triunfo de enorme trascendencia
Un vistoso gol de Nico Williams sirvió para despejar el camino a un Athletic que dispuso de oportunidades de sobra para golear al flojo Oviedo
Una vistosa acción individual de Nico Williams alegró la tarde a la afición de San Mamés y aportó al equipo una dosis de calma indispensable en un contexto incierto. La visita del Oviedo resultó balsámica porque, al margen del resultado, permitió a los hombres de Ernesto Valverde explayarse y recuperar algunas de sus señas de identidad, en especial en el trabajo coral. La legitimidad del triunfo fue patente, sin discusión posible; no obstante, conviene puntualizar que una jornada más persistió el déficit de puntería y, ello tuvo un influjo negativo en el balance global del encuentro: que la ventaja mínima persistiese inamovible hasta la conclusión mantuvo al discreto conjunto asturiano con un hilo de vida que en condiciones normales jamás debería haber existido. Quizá tampoco estén las cosas como para pedir holgura o exquisiteces a los rojiblancos. Este domingo salieron con la misión de sumar los tres puntos como fuese y durante amplias fases respondieron al reto.
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Nadie tiene la culpa de que el Oviedo posea el nivel que desplegó, por lo que solo es achacable al Athletic su escasa claridad en la zona caliente del terreno, donde las evoluciones se siguieron con singular atención por coincidir Nico Williams y Selton. La presencia de ambos generó una expectativa lógica, aunque sus aportaciones fuesen escuetas. Al extremo le correspondió el honor de erigirse en el desatascador en un compromiso que había que resolver sí o sí, no había espacio para las medias tintas. Por lo demás, estuvo tan ineficaz como en el resto de sus actuaciones del último mes y acabó solicitando el cambio, dolorido y vacío.
Lo de Selton fue la nota de color. A La Catedral le encanta acoger la puesta de largo de un crío y este, por su perfil, está dotado para dejar detalles que encienden al público. En ese sentido la decisión del técnico resultó positiva, es momento para tratar de sacar una sonrisa al entorno y Selton cumplió esa función. Con los minutos se fue diluyendo, aún el físico no le da para aguantar el ritmo en la élite.
En realidad, si hay que escoger a los hombres que mejor rindieron, a los que dieron forma al planteamiento, lo justo es citar primero a Galarreta, con diferencia la pieza más brillante. Omnipresente en quites, aperturas, avances, elevando siempre el ritmo del fútbol, algo que el Athletic lleva tiempo sin poder realizar y así le está yendo. Ayer, con la colaboración de Jauregizar y la generosidad de Berenguer y Guruzeta entre líneas, el conjunto funcionó de manera más que aceptable. La razón de que esta concienzuda labor que capitaneó Galarreta no cundiese, en el sentido de lograr un reflejo más contundente en el resultado, hay que buscarla en otros aspectos, como el de la pegada y, por decirlo todo, en el notable encuentro que protagonizó Aarón. El portero ovetense mostró una enorme firmeza y no es fácil viendo las dudas y los fallos cometidos por su zaga.
El Athletic salió con siete caras nuevas respecto al cruce con el Newcastle y, tras el despiste inicial nacido de la presión alta del adversario, tomó el mando. Esto se tradujo en una elevación de las revoluciones que empezó a aflorar las carencias de un Oviedo que en un cuarto de hora había concedido ya cuatro remates y media docena de córneres. Todo apuntaba a que esta vez no habría sobresaltos, más aún cuando Nico Williams se marchó de tres defensas y clavó el balón en la red con un potente zurdazo que antes golpeó el larguero.
El efecto euforizante del lance duró poquito porque el Oviedo en su primera aventura ofensiva estableció la igualada. El VAR anuló el leve toque de Ilyas que sorprendió a Simón porque los centímetros de su talón izquierdo sobresalían de la figura de Galarreta al tirar la línea. Los visitantes asimilaron con suficiente entereza el jarro de agua fría, pero les costó un mundo volver a mostrarse incisivos. Con una actitud más conservadora, el Athletic cerró los pasillos con eficacia hasta que, en el añadido previo al descanso, en una falta botada desde lejos a Dendoncker le cayó un balón con el que exigió a Simón estirarse a fondo.
Este sobresalto fue casi el último contabilizado en el área local. Toda la segunda mitad estuvo marcada por la impotencia del Oviedo para agujerear la estructura del anfitrión. Asimismo, mereció una reseña la cantidad de intentos por ampliar la ventaja que el Athletic fue desperdiciando, uno tras otro, en ocasiones de forma incomprensible. Precisamente, la impericia para establecer una distancia que reflejase lo que acontecía sobre la hierba se convirtió en el factor que mantuvo la tensión del partido y un punto de intranquilidad en los aficionados.
Se emperró el Oviedo en salir de su área tocando siendo su potencial técnico, el de sus defensas básicamente, muy flojo, de modo que el discurrir del choque favoreció nítidamente los intereses de la tropa de Valverde. Qué más podía pedir el Athletic para lanzarse a degüello a robar a muchos metros de la línea divisoria, a menudo con éxito. Así que de nada le sirvió a Luis Carrión refrescar filas y terminar reuniendo a tres delanteros porque permanecieron aislados, sin contacto con la pelota todo el rato.
Su única aproximación a reseñar, nacida de una cesión corta de Vivian, obligó a Simón a salir del área para despejar de cabeza ante un Viñas lanzado. Una minucia en comparación con el generoso saldo de remates en el área opuesta. En muchos estuvo Berenguer, que no paró de buscar el tanto e incordiar a sus pares, fresco como si no hubiera jugado entero el partido del miércoles.
La sobremesa se prestó para un desenlace concluyente, el balance de oportunidades lo atestigua, así como la ternura de un Oviedo que cometió la mitad de faltas que su rival, pero quizá no se pueda pretender que de repente el Athletic vuelva a su ser y machaque, así que toca valorar el peso de la victoria, que interrumpe una racha inquietante.
