San Mamés acogió un partido deprimente en lo que al nivel futbolístico se refiere, pero formidable para los intereses del Athletic. Un gol de Rego en el tramo final, en pleno caos, cuando resultaba imposible adivinar cuál sería el signo definitivo del partido, deshizo un empate que amenazaba con prorrogar la sensación de fragilidad que los rojiblancos han venido ofreciendo durante el último mes y, de paso, confirmaba que la ubicación del Mallorca en el fondo de la tabla no obedece a ninguna casualidad. Será difícil que se vea un partido tan escaso de luces en Bilbao durante la temporada como el que tuvo lugar en la tarde de este sábado. Comparecieron dos conjuntos escasos de inspiración, confianza, solidez y fondo físico, enfrentados en una pelea dramática por lo que había en juego y porque deparó un festival de errores. El guion alternó fases de muy distintos colores, siempre en un tono muy pobre, para desembocar en una montaña rusa cerca de la conclusión. Todo estuvo en el aire hasta el último pitido arbitral, pero el premio terminó por recaer en el bando menos malo.
Si algo distinguió al Athletic de su rival fue la puesta en escena, la intención, el deseo de resolver la contienda, mientras enfrente todo era conformismo y resignación. Pero las buenas intenciones de los chicos de Valverde fueron apagándose una vez obtenida la delantera para contagiarse de la vulgaridad exhibida por los chicos de Jagoba Arrasate. Estos reaccionaron tras el descanso, donde se supone que escucharían de todo por parte de su técnico, y sin realizar nada extraordinario arrebataron la iniciativa al anfitrión, incapaz de responder pese a los cambios. Así, ya con el miedo instalado en la grada y en la mente de los futbolistas de Valverde se alcanzó el tramo crítico que trajo el empate en una acción de fortuna. El Athletic replicó poco después en la única jugada de ataque que produjo en toda la segunda mitad y eso fue suficiente para añadir tres puntos al casillero e irse al parón con una indescriptible sensación de alivio.
No se esperaba un espectáculo agradable o ameno, tampoco un nivel tan bajo. Sin duda, la culpa radica en la presión que atenaza al futbolista, el exceso de responsabilidad de quien es consciente de que su momento de juego a duras penas le alcanza para opositar al éxito. Pese a todo y sin proponer nada extraordinario, solo con interés y la dosis de intensidad habitual, pudo el Athletic orientar el partido a su favor desde el mismo arranque. Enfrente un Mallorca sin alma, contemplativo, el rival ideal para resolver una situación que empezaba a ser inquietante.
El empuje en los diez primeros minutos, sin exquisiteces ni acciones de especial mérito, fue suficiente para obtener ventaja. Casi en cada posesión los rojiblancos ponían un balón en el área. Daba lo mismo que no hubiese un remate franco, era una simple cuestión de insistir y de esta forma extrajo petróleo Iñaki Williams a la salida de un córner. La ausencia de contundencia de los isleños provocó que Valjent le derribara obligando al VAR a intervenir. El penalti consiguiente lo ejecutó el capitán en sintonía con el cariz del choque: un chut raso y centrado, horrible, que se le escurrió a Leo Román por debajo del cuerpo. Bueno, lo importante es que el Athletic ya tenía lo que quería y no se relajó.
Perseveró en el planteamiento. Quiso prolongar su iniciativa y no halló mayor inconveniente para que así fuese. Agregó otro par o tres llegadas, no muy nítidas, y no pasó apuro alguno. El Mallorca no daba pie con bola, nunca mejor dicho, simplemente aguantaba replegado. Cada vez que intentaba algo, arruinaba el avance por su falta de coordinación y convicción. Era difícil saber a qué aspiraba con semejante actitud. Al menos, en las filas del Athletic se observaba la seriedad imprescindible para eludir apuros. Unai Simón se retiró inédito al descanso, dato que indica por qué derroteros discurrió el asunto.
En el segundo acto pronto se percibió otra disposición en las filas visitantes, cierto atrevimiento, aunque nula profundidad. El partido adquiría un nuevo tono gracias al interés de un Mallorca forzado a explorar otras vías, mientras el Athletic optaba por recular y aguantar. Durante casi media hora no hubo nada reseñable en las áreas. Habría que matizar, en la del Athletic, porque solo el Mallorca daba señales de inconformismo. Valverde fue refrescando el bloque y eligió en primer lugar a Nico Williams, que sustituyó a su hermano, tocado.
En vista que el extremo carecía de la chispa precisa para hacerse notar y dado que el Mallorca iba poco a poco creciendo llegaron dos relevos más, uno destinado a apuntalar el centro del campo. Arrasate metió gente de ataque, qué remedio y la pelota empezó a merodear el área rojiblanca. Sin precisión, sin un remate decente, pero la circunstancia reflejaba un escenario preocupante. De repente, Samu Costa buscó a Muriqi en el área y en vez de un centro le salió un envío envenenado que invalidó la estirada de un Simón igual de sorprendido que el resto de las almas reunidas en la Catedral.
Restaba menos de un cuarto de hora y el panorama no invitaba a la esperanza. Andaba el Athletic a contrapié, vacío en tareas ofensivas, sostenido por su espíritu combativo. Quizá ello explique que por fin asomase arriba con una pared de Rego y Areso que el chaval alojó en la red con un remate cruzado. Todavía hubo que soportar un par de sobresaltos, después de que Maroan probase suerte desde la frontal. La estúpida roja de Sánchez y el desgaste acumulado aplacaron el arreón de un Mallorca que se hunde. Todo lo contrario que el Athletic, que suspira de alivio y al que el parón de quince días solo le puede sentar estupendamente.