Estaba asumida la extrema dificultad que para el Athletic entrañaba el comienzo de su andadura en la Champions y los resultados lo corroboran. Frente a Arsenal y Borussia Dortmund, sendas derrotas y un balance de goles muy negativo. Por si perder no fuese duro, el primer choque ya incluyó un desarrollo un tanto cruel que se repitió en el famoso Westfalenstadion, pero podría afirmarse que anoche ese cariz ingrato se cebó con el equipo de Valverde. Más allá de que el anfitrión se hiciese merecedor de la victoria por su pegada, no con el margen que señala el marcador, es de justicia ponderar la reacción de los rojiblancos en la segunda mitad, que dejó temblando la intimidante tribuna sur con todos sus ocupantes dentro.
Al Athletic le cabe el orgullo de haber discutido el resultado en casa ajena a uno de los clásicos del torneo. No se podía confiar en que su inconformismo surgiese tras la tímida imagen del arranque, sin embargo bajo la batuta de Galarreta se rehízo, acaparó posesión, logró que el Dortmund reculase y generó un puñado de situaciones ideales para golear. El problema radicó, para variar, en que no está fino de cara a puerta, factor que ayer de nuevo le pasó una factura inmisericorde. Marcó Guruzeta en el segundo acto para apretarle las tuercas a un Dortmund, que no lo pasó nada bien, pero exprimió sus escasas subidas para establecer un abismo en la recta final.
Los noventa minutos acogieron dos historias muy distintas entre sí, una que cabía augurar quizá y la otra sorprendente, donde el Athletic fue todo lo valiente que no había sido previamente. No se intuía cuando los equipos se retiraron al descanso. El pulso se abrió como los pronósticos adelantaban, en buena medida porque mientras Kovac escogió el grueso de su alineación tipo, Valverde prefirió evitar un desgaste excesivo a varios de los titulares.
Prescindir en el once de Sancet, Galarreta, Areso, Yuri y también de Laporte o Guruzeta, cuando ya se arrastran bajas sensibles (Berenguer, Prados o Nico Williams), desfiguró bastante la fisonomía de un Athletic que afrontaba un examen complicado. Al criterio del entrenador no le faltarán detractores ni partidarios, pero es probable que en medio de la excitación que rodea un evento de enorme atractivo y resonancia el sentimiento predominante fuese de decepción. A posteriori, seguramente la tendencia iría cambiando, pero de entrada el Athletic enviaba un mensaje claro a su gente y al rival.
La puesta en escena resultó porque el Athletic redujo a casi nada el potencial ofensivo alemán. Permaneció firme con una presión no muy avanzada y orden para frenar a un Borussia que no se distingue por su finura en el manejo, aunque í está muy dotado para acelerar el juego por piernas, determinación y tesón, con dos laterales que reclaman vigilancia constante y Adeyemi, que él solito con su velocidad enreda a cualquiera. No pudo con la del Athletic salvo en una oportunidad y se tradujo en gol.
Pero eso sucedió consumida media hora en que apenas ocurrió nada en las áreas. Ello demostraría el correcto funcionamiento defensivo de un Athletic que a su vez fue una nulidad con pelota. Cierto que el Borussia mordió con agresividad tras cada pérdida, pero era previsible que los de Valverde no se animasen a subir y apoyar con convicción posibles aventuras en terreno ajeno. Así fue, Kobel solo intervino para recoger tranquilamente un centro raso de Iñaki Williams sin ningún destinatario a la vista.
Sucede que sin amenazar cuesta mantener a raya al rival, si el partido se desarrolla en una única dirección existe un riesgo evidente de que, aunque sea de modo accidental, llegue el disgusto. Fue en la enésima transición de Ryerson, quien sirvió a la carrera de Adeyemi, que se fue fácil de Navarro y colocó un centro raso, imposible para portero y defensas, que empalmó a la altura del segundo palo Svensson, el lateral de la otra banda. Aparte del gol, anotar tres disparos desde la frontal a cargo de Sabitzer y Sule. El Athletic protegió a Simón con oficio y contundencia, pero reducir a eso el planteamiento en un escenario como este equivale a comprar muchos boletos para irse de vacío.
En el intermedio Valverde introdujo cambios, dio respiro a tres de sus fijos y refrescó cada línea. Asimismo, se percibió enseguida que la idea a desarrollar en nada se asemejaba a la inicial: el equipo se apropió de la iniciativa y en el primer estirón del Dortmund encajó el segundo plastazo de la noche. Bueno, pues no se vino abajo, persistió y las llegadas al área tomaron cuerpo. Sin gran estruendo hasta que Anton y Sule armaron un lío formidable que Guruzeta aprovechó para recortar distancias. Galarreta era el dueño del círculo central y el resto colaboraba con entusiasmo. El sonido de la grada fue mutando, de celebración pasó a ser de mosqueo: el Athletic percutía, buscaba el empate.
Kovac no aguantó más y refrescó primero la delantera y luego media y zaga. Una maniobra interrumpida por un gol de Navarro bien anulado por fuera de juego. Otro sobresalto y uno más, del mismo jugador que no acertó a culminar. Los hinchas rojiblancos, entusiasmados, intuían la igualada. Había motivos de fuste para creer; no obstante, nunca puede uno confiarse contra un grupo especializado en competir al más alto nivel. Brandt advirtió con un giro magnífico, Simón forzó el córner y a la salida del mismo una volea de Sabitzer fue a golpear en Guirassy para despistar por completo al portero. Mazazo tremendo, que aún tuvo réplica en un zurdazo del debutante Ibon Sánchez, y no fue el último castigo. Otro error en zona delicada permitió a Brandt dar un colorido exagerado a un desenlace muy amargo desde la óptica rojiblanca.