Según se acercaba el momento, lo del milagro se fue imponiendo a otras estimaciones sobre las probabilidades del Athletic. Educados en un ámbito cultural influenciado por la religión, no hemos tenido sin embargo la fortuna de asistir a ningún hecho que acredite la intervención divina. De modo que aplicamos el término milagro a sucesos extraños, extraordinarios, difícilmente explicables. Hay que jugar el partido, por qué no seguir soñando, nada hay imposible, la competición depara a veces resultados inesperados, sorpresas, etc. Vamos, que los milagros existen, queremos que así sea, anoche lo deseaban con el alma afición y jugadores, pero el fútbol, esa actividad tan terrenal, acabó imponiendo su propia ley. 

Una ley que se reveló implacable. Ingrata, descarnada, cruel incluso, con un Athletic que saltó a Old Trafford dispuesto a apurar con honor sus exiguas opciones. Cuajó una actuación muy digna, generó dificultades a su oponente, durante amplias fases logró dejarle en evidencia, fue capaz de inaugurar su marcador, de poner nerviosos a los hinchas ingleses, cuya masiva presencia se vio opacada por el aliento de cuatro mil vascos orgullosos por la manera en que el equipo vendió cara su piel.

Con una formación circunstancial demostró agallas para plantear un emocionante reto al Manchester United. Fue superior durante una hora de reloj. Trabajó a destajo y compensó sus limitaciones con una energía loable. Contó con una ocasión ideal para subir un segundo tanto a su casillero, en un cabezazo de Nuñez que rozó la madera con Onana batido, pero ese lance resultó ser el canto del cisne. Ambos técnicos introdujeron tres cambios de golpe a la vez y el choque experimentó un giro radical que fulminó las escasas esperanzas de voltear o, cuando menos amenazar, la sólida ventaja que los ingleses amasaron una semana antes. El gol de Mount, que equilibraba el firmado por Jauregizar, abortaba la rebelión rojiblanca y, lo que es peor, tuvo un efecto fatal, cayó como una bomba en el ánimo de unos hombres que en adelante sufrieron un severo correctivo.

Desde luego, la ronda de semifinales pasará a la historia por el abultado éxito del Manchester United, pero sería injusto que la memoria no retuviese la actuación que anoche brindó el Athletic. Más allá de lo que señalan los números, se ha de poner en valor la actitud mostrada por los de Ernesto Valverde desde el mismo inicio. No hay reproche posible a su apuesta por discutir el signo adverso del emparejamiento. Salieron decididos a llevar la iniciativa, a buscar la victoria. Sin duda, la pachorra del anfitrión contribuyó a que marcasen la pauta del juego. Ni se inmutó cuando Berenguer tuvo la primera oportunidad. Su rosca en el área se marchó alta, pero vino bien para cargar de confianza a un bloque fiel a su idea, mientras el Manchester United se replegaba sin remilgos, abonado a una especie de indolencia que ya le costó varios sustos en San Mamés. Rúben Amorim no disimulaba su enfado, exigía mayor mordiente, pero nadie le hacía caso.

La afición del Athletic anima al equipo tras caer en Old Trafford

La afición del Athletic anima al equipo tras caer en Old Trafford Aitor Martínez

También se ha de admitir que al Athletic le costaba penetrar en la tela de araña que protegía el área de Onana. Berenguer, que actuó de enganche, y Unai, escorado a la izquierda, mostraban dinamismo, pero el resto no acompañaba en exceso para dotar de profundidad a las posesiones. Djaló no superaba a Yoro y Maroan vivía rodeado de torres. No obstante, el tesón colectivo tuvo premio. El 0-1 retrató al cuadro local: un largo envío de Yeray peleado por Maroan, forzó un pase erróneo de Maguire; Djaló buscó el remate lejano y el rebote en un defensa le cayó a Jauregizar, que se orientó para lanzar un chut con efecto que entró cerca de la escuadra izquierda, pese al leve toque del portero.

El primer paso, meritorio e imprescindible, había consistido en tomar las riendas, este segundo parecía un mensaje muy serio. Tanto que por fin despertó el Manchester, que avanzó líneas, sumó un poco de posesión y acarició el empate en su única aventura ofensiva de todo el primer tiempo: un mano a mano con Agirrezabala que Garnacho resolvió con una picada que salió a medio metro de la portería.

Regresó del descanso el Athletic con mayor brío aún, subió las revoluciones y acogotó al Manchester, impotente para quitarse de encima la pegajosa presión ejercida en bloque, al unísono. Fueron unos minutos vibrantes, un tanto atropellados, pero se trataba de forzar la máquina y sumar un segundo gol rápido. Amorim y Valverde refrescaron, uno necesitaba algo distinto para salir del atolladero; el otro, más potencia de fuego.

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Gran ambiente en la grada visitante de Old Trafford Borja Guerrero

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La maniobra le salió redonda al luso y dio la sensación de que incluso alivio al árbitro, que segundos antes de que Mount empatase permitió, ni pitó falta, a Lindelof realizar una entrada salvaje, de roja directa, a Prados, que quedó maltrecho y enseguida tuvo que pedir el cambio. El gol del internacional inglés transformó por completo el decorado. El Athletic, muy desgastado ya, no pudo dar réplica y le cayeron en cascada otros tres goles. El Manchester United cobró vida de repente y entró como cuchillo en la mantequilla en la estructura de un Athletic cuyos integrantes acabaron muy quemados. En absoluto se hicieron acreedores a semejante castigo, pero en citas de este calado la exigencia no se apiada de nadie.

En este sentido, habrá que convenir que la despedida de la Europa League adquirió tintes trágicos, desproporcionados para lo presenciado sobre el césped. El Athletic respondió con entereza en un contexto muy desfavorable y se retiró escaldado. Se afanó en dulcificar el amargor que produjo la derrota de San Mamés y el destino no le concedió ni una pizca de consuelo.