En Girona, si son creyentes, hablarán de justicia divina; en Bilbao, del colmo del infortunio. Todas las reflexiones versarán sobre cuanto dio de sí el punto de penalti este domingo en Montilivi, sometido a un desgaste superlativo. Hasta en cuatro oportunidades se posó el balón en él y las tres primeras correspondieron al del área de Gazzaniga, que se erigió en el héroe de la tarde deteniendo los chuts de Berenguer, Iñaki Williams y Herrera. Una realidad difícil de asimilar, muy indigesta, y que, más que al mérito del portero local, obedeció al alarde de impericia de los tres hombres citados, a cada cual más torpe. Lo peor del formidable desperdicio fue que en el tiempo añadido, llegó el cuarto penalti, ahora en el área opuesta y este sí supo aprovecharlo Stuani, pese a que Padilla adivinó la dirección, lo cual significó la derrota del Athletic.
¿Qué más cabe pedir que disponer de tres penaltis fuera de casa? Pues, ni así. Tuvo el Athletic en su mano irse al parón liguero luciendo un balance extraordinario en esta fase del calendario con siete compromisos en tres semanas. Acumulaba cuatro triunfos y dos empates, pero en esta ocasión dejó escapar de muy mala manera un encuentro que discurrió con altibajos y alternativas constantes. Una especie de montaña rusa que pudo desembocar en un marcador abultadísimo y de signo incierto.
Ambos equipos fueron incapaces de gobernar el juego, se enzarzaron en un ir y venir que no permitía ni pestañear. A cada momento había un lance peligroso o polémico, el VAR no dio abasto y las emociones se desataron ante la imposibilidad de anticipar qué solución depararía el caos. El empate a uno se mantuvo de forma increíble durante más de una hora, pero confiar en que Girona y Athletic se repartirían los puntos era mucho pedir a la vista de la gran cantidad de ocasiones, con mención especial, claro está, al apartado de los penaltis. En algún momento el asunto tenía que inclinarse hacia un lado u otro, y fue en favor del anfitrión, al que se debe otorgar el mérito de rehacerse tras los sobresaltos vividos y dominar la última media hora, período en que Padilla y varios cortes al límite de sus defensas retrasaron el varapalo.
Los semblantes de Valverde y sus hombres tras el pitido final eran el reflejo elocuente de la decepción. Pero la responsabilidad de la derrota se ha de poner en su haber. Sin duda que los tres especialistas en penas máximas quedaron señalados, si bien el rendimiento de los demás a lo largo de los cien convulsos minutos del partido tampoco da para nota, salvo excepciones como el portero, Sancet, quien solicitó el cambio al dañarse en la ejecución de su gol, y alguno más, como De Marcos.
Hay muchos partidos en los que no se registran tantos hechos reseñables como en la primera mitad de este domingo. El balón no paraba quieto, pero iba en todas las direcciones. Primero para no llegar a ningún lado, léase las áreas, en una fase controlada por el Girona, que ofreció un rondo tan interminable como estéril. Insuficiente para desequilibrar a un Athletic que esperó bien ordenado el turno para poner en práctica su estilo, más vertical y que tuvo en la figura de Sancet el dinamizador ideal. Salieron entonces a relucir las deficiencias defensivas locales, concediendo numerosas situaciones para que se moviera el casillero visitante. Por algo no ganaba desde septiembre.
La principal, un penalti advertido por el VAR, en un derribo de Arnau que logró engañar al árbitro cuando Berenguer cayó entre dos rivales. El propio Berenguer asumió la responsabilidad dando la posibilidad de lucirse a Gazzaniga, que detenía así el segundo penalti de la semana. ¿Cómo imaginar lo que vendría luego? El lanzamiento, flojo, bastante centrado, telegrafiado, fue un regalo para el argentino. Esto ocurría cerca de la media hora, antes lo intentaron Guruzeta y el propio Berenguer, este beneficiándose de un exceso de confianza de Miguel.
Entendió el Athletic que era su momento y no cejó en su afán por cobrar ventaja. Herrera dio otro aviso desde lejos, Gazzaniga abortó el pase de la muerte de Sancet con destino a Iñaki Williams, pero en plena ofensiva, de repente resurgió el Girona más afilado: Padilla protagonizó un paradón a remate a bocajarro de Danjuma, en otro lance preciosista de Miguel, y el fino lateral, amagando que entraba al remate, despistó por completo al meta, que nada pudo hacer para impedir que el centro cerrado de Asprilla se alojase en su red.
No tardó ni dos minutos en replicar el Athletic: Berenguer tiró una picadita a la espalda de la zaga y allí surgió Sancet para controlar y cruzar con la izquierda. Ni celebró el goleador, consciente de que se había lesionado. Cerca del intermedio, De Marcos cortó una internada de Danjuma con Padilla ya fuera del marco y Berenguer disparó alto tras recorrer todo el campo. El Girona entró mejor al segundo acto, hasta que Danjuma cometió la típica falta de delantero en área propia sobre Iñaki Williams, en esta ocasión muy apagado. El VAR volvió a intervenir y él mismo quiso la pelota. Tiró flojísimo y al centro, pero al árbitro le dijeron que Gazzaniga se adelantó y hubo de repetirse. Herrera eligió también el centro y el portero, con su corpachón, completó la hazaña.
Se cumplía la hora y en adelante, el Athletic ya no supo cómo impedir que el Girona, acaso persuadido de que este domingo estaba inmunizado contra la derrota, elevase el tono y llevase el timón con una soltura desconocida. Los de Míchel acumularon incontables llegadas al área rojiblanca. Padilla mantenía la nave a flote con paradas inverosímiles, pero una nueva aparición del VAR sancionó un placaje de Paredes a Krecji. Era el penalti que la grada estuvo reclamando a coro después de los tres de que gozó el Athletic. El eterno Stuani no perdonó. Así se consumó el suicidio.