El Athletic le puso un broche de cartón a la pretemporada. Cayó con estrépito ante el Sttutgart y dejó una imagen paupérrima. Se alegará que afrontó la cita con el grueso de los meritorios, lo que siendo cierto no quita para que el espectáculo fuese penoso, a lo que asimismo contribuyeron los titulares, que en la última media hora parecieron desganados, como si saltar al campo fuese una penitencia. Los noventa minutos discurrieron al dictado del cuadro alemán, que ni siquiera tuvo que forzar la máquina y se desenvolvió con una intensidad tan baja que seguro que cualquier sesión de entrenamiento le supone un esfuerzo superior al que invirtió en la calurosa sobremesa de este sábado.
Se desconoce qué valoración haría el Stuttgart del amistoso, pero la rentabilidad que pudo extraer se presta a la duda. Más allá del concluyente marcador, cuatro goles para deleite de su hinchada, cuesta adivinar qué utilidad tuvo pensando en la proximidad de la competición. Sebastian Hoeness repartió minutos con generosidad entre su plantilla, pero esta jamás se sintió exigida. La impotencia del Athletic le permitió darse un paseo. Se hartó de dar toquecitos el subcampeón de la pasada Bundesliga, no halló obstáculos para manejarse al trote, cuando no caminando. Redondeó el simulacro de partido exprimiendo las enormes facilidades que encontró cada vez que merodeó el área de Padilla.
Desde la perspectiva del Athletic cabe igualmente cuestionar el sentido del ensayo. Si pillaba excesivamente cerca del estreno liguero y ello aconsejaba adoptar medidas drásticas para proteger a los jugadores que el jueves recibirá al Getafe, acaso hubiese sido más práctico buscar un rival menos poderoso. Era evidente que Valverde reservaría a los titulares, al menos a unos cuantos, pero de inicio prefirió tener a todos sentados a su lado en el banquillo. Y claro, quienes de entrada saltaron al césped se vieron ante un muro imposible de escalar. No era una misión adecuada para los chavalitos, que no tardaron en asumir su neta inferioridad y jugar como un sparring condenado a correr persiguiendo en vano rivales y balón.
La primera parte tuvo muy poca gracia, por no decir ninguna, que sería la impresión más fidedigna. Fue imposible extraer una sola conclusión en clave positiva. Esperar una actuación decente vista la fisonomía del once era una quimera. Si el plan consistía en que pasarán los minutos sin sufrir graves desperfectos, tampoco era una aspiración razonable. En un bloque plagado de imberbes, Valverde intercaló a dos veteranos que en principio tampoco se perfilan como titulares, Lekue y Herrera. Poca consistencia para hacer frente a un conjunto de primer nivel que tampoco se presentó con su alineación de gala, pero sí con una versión capacitada para competir. Del exagerado contraste observado en términos de potencial salió lo único que podía salir: un dominio aplastante de los locales que, encima, adquirieron ventaja muy pronto, sin despeinarse, casi sin querer.
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Fueron dos goles que retrataron la bisoñez rojiblanca y amenazaron con derivar en una paliza de nulo gusto. Luego resultó que la cosa no fue a mayores porque tomada la delantera al Stuttgart no le interesó hacer sangre, para qué, no merecía la pena. Si no hay rival delante, tampoco es cuestión de hacer alardes. A los germanos les bastaba con mantener la colocación para asociarse con absoluta comodidad. El Athletic entendió pronto que le convenía resistir agrupado en terreno propio, ir a morder arriba era la antesala de un suicidio y salvo varias disputas un poco salidas de tono, fruto de la desesperación, en especial una de Herrera que se llevó una amarilla que en partido oficial hubiese sido roja, el Stuttgart no sufrió ni cosquillas.
El 1-0 llegó en un córner cabeceado a placer por Chabot que Silas, desde el área chica, remachó con la chepa y de espaldas a portería. Puede que Padilla reaccionase tarde, pero la acción colectiva fue un pequeño desastre. Tres minutos después, un centro de Diehl lo desvió Demirovic lejos del portero cazando el balón sin la más mínima oposición a la altura del punto de penalti. En ese preciso instante, un escalofrío debió recorrer el espinazo de los rojiblancos:aquello empezaba a coger una pinta malísima. Por fortuna, el Sttutgart se tomó un respiro, sin arriesgar un ápice; eso sí, amasó posesión con avaricia. Hubo un solitario acercamiento a los dominios de Nübel, Olabarrieta buscó a Martón, pero este impactó forzado y no se sabe muy bien con qué parte del cuerpo. Una gota de agua en el desierto.
Recién comenzado el segundo acto, Silas, que se lo pasó en grande brindando amagues, taconazos y una rabona, le robó la cartera a Adama en una posición muy comprometida y se plantó ante Padilla para firmar el tercero. Ya solo quedaba aguardar a que Valverde le cambiase el semblante a su formación, mientras la posibilidad de más goles merodeaba a un Athletic hundido moral y físicamente. Hoeness fue racionando los cambios en tres tandas. Valverde tiró por la calle del medio e introdujo nueve de golpe cumplida la hora. Padilla y Lekue fueron los únicos que sumaron los noventa minutos.
Hubo entonces una fase más equilibrada, incluso Sancet dispuso de dos remates, ambos muy mal ejecutados, pero la reacción apenas fue un espejismo probablemente producto de que de repente había un equipo fresco sobre la hierba. Woltemade, con un leve toque a un metro de la línea, subió el cuarto en un lance que de nuevo pilló a la zaga al garete, con Wooyeong superando por alto a Yuri para ceder el honor a su compañero. Padilla evitó el quinto de Fuhrich con una estirada junto a un poste. Llevaba ya un rato el Stuttgart mandando. Berenguer intentó el gol olímpico y ahí terminó el festejo, para alivio de propios y extraños.