Mientras llega el partido de esta tarde entre el Alavés y el Atlético de Madrid, conviene detenerse en el momento que atraviesa el Athletic. Resulta que está protagonizando su peor racha de resultados de toda la temporada en liga y no se sabe muy bien si en ello tiene que ver el esfuerzo extra invertido en la Copa o que está reeditando el típico desfondamiento coincidente con el final del calendario, una constante en estos años anteriores. Sea como fuere, lo único cierto es que de repente el nivel competitivo del equipo de Ernesto Valverde ha sufrido un descenso. Le han dejado de salir las cosas como ha demostrado que sabe hacerlas a lo largo de un montón de meses y está en riesgo de emborronar una trayectoria que ha merecido los mayores halagos en mucho tiempo.

La importancia que entraña el acceso a una plaza de Champions será la que cada cual quiera, pero objetivamente es relevante. Se ha explicado mil veces qué supone inscribirse en el primer torneo continental, para el club, para los jugadores y el cuerpo técnico y, claro, para la afición. La cuestión de los ingresos a percibir, el prestigio para la entidad y la oportunidad de jugar en casa y fuera contra los conjuntos de mayor pedigrí. Además de tratarse de un hecho excepcional, pues son contadas la presencia del Athletic en tan privilegiado escaparate. Sin duda, un espaldarazo después de seis campañas sin viajar por Europa.

No alcanzar el máximo premio al que en décadas recientes ha podido aspirar el Athletic a través de la liga, constituiría una desilusión, que no un drama. El intento frustrado se vería compensado con el logro del título copero y el consiguiente acceso automático a la Europa League. Hablamos por tanto de un escenario perfectamente asumible y que, por supuesto, refleja con notable precisión los méritos realizados desde verano. ¿Quién no lo hubiese firmado cuando arrancó el curso?

Pero también es humano ilusionarse con un premio superior que hasta hace nada se antojaba asequible y empieza a quedar a desmano. La clasificación era clara al respecto, pero las cuentas han dejado de cuadrar y el Athletic depende excesivamente de lo que haga o deje de hacer el equipo dirigido por el amigo Simeone.

La derrota en el Santiago Bernabéu se ha de incluir en el apartado de lo previsible, con más motivo al celebrarse en vísperas de la final, pero posteriormente el Athletic ha enlazado dos empates ejerciendo de anfitrión. El balance está cargado de elocuencia: dos puntos de nueve posibles no son cifras propias de un candidato a Champions, menos si se registran a estas alturas, justo en las fechas que deciden el reparto de premios.

Tanto frente al Villarreal como ante el Granada, el comportamiento fue manifiestamente mejorable. En el primero de los envites, los jugadores abonaron la factura de los interminables festejos que siguieron al éxito de La Cartuja. Mental y físicamente el equipo no carburó como ha solido, pero en medio del clima eufórico que rodeaba el compromiso se recurrió al comodín del árbitro. La señalización de un penalti muy controvertido a falta de escasos minutos para la conclusión tuvo un peso definitivo en el marcador, pero no se debería de pasar por alto que el Athletic gestionó erróneamente la ventaja mínima que poseía. Sobre todo, en una segunda mitad completa que afrontó en superioridad por expulsión, asimismo muy polémica, de un rival.

Para lo sucedido frente al Granada no hay disculpa que valga. Sencillamente, el Athletic estuvo alejado de una versión acorde al grado de complejidad que se le podía adjudicar al choque. Los andaluces son carne de cañón y lucen la vitola del viajero más flojo de la categoría. Se asistió al clásico petardazo sin atenuantes que deja en evidencia a quien lo comete. El típico tropiezo que, a fuerza de repetirse ante la afición y normalmente por estas fechas, se diría que está programado en la agenda de los rojiblancos.

Se apreció cansancio en las piernas, escasa y mal repartida inspiración en los protagonistas y cabría añadirse una dosis de infortunio, pero en absoluto como para escudarse y pasar de puntillas por el rendimiento general. Y puestos a revisar lo más reciente, no se olvide que la final tuvo que resolverse en la tanda de penaltis. Esto es, el Athletic únicamente se impuso al Mallorca, el finalista más flojo que le ha caído en suerte en la amplia serie de finales disputadas en el vigente siglo, después de 120 minutos bastante decepcionantes. El discreto potencial del oponente o la experiencia propia en eventos semejantes carecieron de valor a la hora de la verdad, por lo que la confirmación del pronóstico estuvo en el aire encogiendo el estómago de una hinchada que no se creía lo que veían sus ojos.

De aquí al cierre liguero aún todo es posible, pero el repaso de los partidos que aún están frescos en la memoria invita a recelar, convoca a la desconfianza. Sería una pena que los de Valverde no fuesen capaces de recuperar el pulso, una versión acorde a la buena fama labrada desde agosto. Sería una lástima que, por ejemplo, su suerte quedase echada hoy mismo o el próximo sábado en el Metropolitano. Casaría mal con el espíritu del escudo y las lógicas apetencias del entorno, deseoso de vibrar con el equipo hasta la llegada de las merecidas vacaciones.