Sin novedad en el frente. Como esa costumbre que a fuerza de repetirse se convierte en tradición, el Real Madrid superó con bastante facilidad la oposición planteada por un Athletic alejado de la versión que suele rendirle beneficios. No precisó bordar su fútbol el conjunto de Carlo Ancelotti, le bastó con adoptar un perfil más funcionarial que brillante para resolver y apuntalar el liderato. Sin cuestionar las intenciones de los rojiblancos, que vistió de blanco por cuestiones comerciales del anfitrión, ni siquiera ese detalle mejoró su rol habitual en el Santiago Bernabéu. El de un equipo demasiado recatado para ir de veras a por el rival, para lanzarse con fe a hacer daño. Los protagonistas negarán que en su mente pesase lo del sábado en La Cartuja, argumentarán asimismo que la derrota nunca es plato de gusto, pero funcionando como lo hicieron rascar algo es imposible, menos aún a costa del enemigo de anoche.

El resultado refleja lo sucedido. Una acción aislada puso el objetivo cuesta arriba muy pronto y ni siquiera la incertidumbre por el desenlace, pues el segundo gol local se hizo de rogar, logró que el Athletic se enganchase y saliese a relucir su repertorio. Estuvo cómodo el Madrid, gastó las energías indispensables para que la victoria no peligrase, su portero se limitó a realizar una parada de mérito. La volea de Iñaki Williams pudo haber equilibrado el marcador en el arranque de la segunda mitad, pero pretender con tan poco cuestionar la supremacía de una escuadra tan resabiada y potente, equivale a porfiar por el premio gordo de la lotería con un único décimo en el bolsillo.

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Las notas de Aitor Martínez: Prados y el sacrificio Aitor Martínez

Perder en escenario tan inaccesible no fue lo único negativo de la noche, pues Yeray cayó lesionado. A eso se redujo el capítulo de incidencias que pudieran tener influjo en la final. Ernesto Valverde agitó la plantilla de modo que la distribución de minutos evitó esfuerzos excesivos en aquellos jugadores llamados a verse las caras con el Mallorca. Por si las moscas hasta cuatro presuntos titulares en la final no comparecieron de inicio: Vivian, Yuri, Galarreta y Nico Williams, este último con un problema muscular siguió el partido desde su casa. Y antes de que se cumpliese la hora, Prados, Guruzeta y De Marcos fueron relevados.

Por su parte, Ancelotti fue con todo. Con el Barcelona en racha eludió experimentos en su afán por prolongar el signo favorable que ha presidido este clásico en los últimos tiempos, por no decir siempre. Y bien pronto pareció que una temporada más el pulso discurriría por derroteros ingratos para un Athletic que, sin comerlo ni beberlo, se vio con un gol en contra. Un simple cambio de juego de Brahim dio la opción a Rodrygo de avanzar unos metros sin que nadie le encimase y cerca de la frontal, se decidió a probar suerte. Nada pudo oponer Agirrezabala a la violencia del chut del brasileño.

Hasta qué punto condicionó el desarrollo del juego y en concreto la disposición del equipo de Valverde semejante contratiempo, nunca se sabrá, pero lo cierto es que el Athletic no emitió las sensaciones deseables. Por descontado que enfrente tampoco se intuyó excesivo interés en pisar el acelerador, el Madrid se conformó con gestionar la ventaja, eso sí evitando concesiones. No las dio y tampoco se sintió apurado porque la ausencia de filo que mostró el Athletic fue una constante.

Correcto en la tarea sin balón, con Prados un día más barriendo y robando, además de dando una salida fácil a la pelota, el equipo se contagió de la parsimonia de los merengues y ni asomó en ataque. Se echó de menos una marcha más, por no decir varias marchas, en el modo de desplegarse. Sin ritmo ni velocidad, apenas hubo conexiones interesantes con la gente más adelantada. Desde luego la colección de pases fáciles errados fue un lastre para dotar de un mínimo de verticalidad a la creación, al igual que la nula inspiración de los extremos, ni Iñaki Williams ni Berenguer allanaron el camino.

Resultaba complicado sorprender jugando al trantán contra una estructura que jamás asumió riesgos y aguardó con paciencia su turno para montar un puñado de acercamientos a Agirrezabala. Nada del otro jueves, salvo una lejana volea de Valverde repelida por el portero y un cabezazo picado de Tchoauméni que rozó la madera. Suficiente para imponer respeto y dejar en evidencia al Athletic, en cuyo balance solo cabe anotar una serie de saques de esquina estériles y un inofensivo tirito a cargo de Guruzeta cerca del descanso.

Resumiendo, que el nivel de exigencia que halló el Madrid fue muy llevadero. Una tónica que no varió en el segundo acto, aunque el fútbol adquirió mayor dinamismo, en parte por la aparición de espacios para correr, zonas amplias por las que cabalgar. De esta circunstancia sacaron más provecho Brahim, Bellingham y Rodrygo. El marroquí estrelló un chutazo en el poste y careció de puntería en otro par de intentos, el inglés y Rodrygo se asociaron a la perfección en una contra para poner la sentencia.

La contrastada laboriosidad del Athletic valió para ahorrarse mayores disgustos, no para generar juego convincente y profundo. Los minutos fueron consumiéndose sin pena ni gloria. Unos, conformes con el estado de las cosas y los otros, asumiendo su inferioridad, sin bajar los brazos, sobre todo en la contención, pero muy tiernos para inquietar de verdad.

El atractivo del clásico decayó pronto y de manera irremediable, pues nunca se percibió que el Athletic fuese a reaccionar con las dosis de genio y contundencia que reclamaba la empresa. Es posible que el personal estuviese centrado en lo que tenía delante, pero según avanzaba el cronómetro ganaba enteros la convicción de que cuanto antes llegase el último pitido del árbitro, mejor. El revés quedó de inmediato depositado en el archivo. Ahora ya sí, ahora todos los sentidos están puestos en el sábado.