VILLARREAL: Jorgensen, Altimira (Min. 63, Kiko Femenía), Albiol, Gabbia (Min. 46, Mandi), Carlos Romero (Min. 46, Alberto Moreno), Capoue, Parejo (Min. 63, Altimira), Baena, Ilias Akhomach (Min. 77, Jorge Pascual), Gerard Moreno y Sorloth.

ATHLETIC: Unai Simón; De Marcos, Vivian, Paredes, Lekue, Ruiz de Galarreta (Min. 76, Dani García), Vesga, Iñaki Williams (Min. 85, Villalibre), Sancet (Min. 85, Muniain), Nico Williams (Min. 76, Unai Gómez) y Guruzeta (Min. 66, Berenguer).

Goles: 0-1: Min. 2; Ruiz de Galarreta. 0-2: Min. 22; Nico Williams. 0-3: Min. 30; Iñaki Williams. 1-3: Min. 86; Gerard Moreno. 2-3: Min. 87; Sorloth.

Árbitro: Cuadra Fernández (Comité Balear). Mostró tarjeta amarilla a Gabbia, Albiol, Mandi y Kiko Femenía por el Villarreal y a Nico Williams, De Marcos y Dani García por el Athletic .

Incidencias: 18.709 espectadores en el Estadio de La Cerámica.

A quien no viese el partido, el resultado le sugerirá una gran batalla, equilibrada y emocionante por lo incierto del desenlace. Sin embargo, ninguno de esos alicientes se dio en La Cerámica. Ni siquiera el último, el de la incertidumbre, pese a que el marcador se apretase en los compases finales gracias a dos goles del conjunto local en un minuto. Esa reacción del Villarreal quedó en mera anécdota, fue el imprevisible coletazo de un conjunto absolutamente desnortado al que el Athletic, cuando no zarandeó, controló con suficiencia. La verdadera historia del encuentro llevó la firma en exclusiva del equipo de Ernesto Valverde. Prácticamente todo lo que de positivo brindó el duelo corrió de su cuenta gracias a una puesta en escena perfecta.

Fue media hora pletórica, tanto que allanó el camino del Athletic como ni el cálculo más optimista podía prever. Se asistió a un baile que invitaba a frotarse los ojos. Solo un contendiente sobre la hierba, con los goles cayendo como fruta madura y el adversario dando auténtica lástima, impotente para frenar el plan de los rojiblancos, que no se alejó un ápice de su propuesta habitual. La clave radicó en la alucinante flojera del Villarreal, emitiendo síntomas propios de un grupo hundido en las profundidades de la tabla.

Cierto que la trayectoria del anfitrión en su estadio advertía del mal momento que atraviesa, con cuatro puntos sumados sobre 18 posibles, pero ni así cabía imaginar que el Athletic se permitiría un paseo triunfal como el que protagonizó. Presión alta, robo y verticalidad, todo con la cadencia que le gusta imprimir a sus evoluciones. El Villarreal se vio impotente para replicar a tal ritmo y convirtió su actuación en algo que ni siquiera alcanzó la categoría de simulacro. En vista de las facilidades, apretó el Athletic, perseveró en su actitud hasta hacer un roto en esa media hora inicial y garantizarse así la victoria.

En la gestación del primer gol, fiel reflejo de la desigual relación de fuerzas, convergieron la extraordinaria eficacia de un bando y la absoluta ausencia de tensión en el otro. Que el autor del remate fuese Galarreta, el hombre que menos se prodiga cerca del área, confirma hasta qué punto resultó asequible la tarea. Enlazaron tres pases, Nico Williams atendió la petición del autor del remate y este, sin que nadie le encimara, empalmó con dureza a la red desde la frontal.

Corría el segundo minuto y la estupefacción de las gradas agravó aún más la sensación de que los hombres de Pacheta estaban ausentes. Silbidos, aplausos, abucheos a Parejo cada vez que intervenía, en fin, un desbarajuste el de los amarillos que el Athletic exprimió con eficacia y tesón. Aunque Sorloth, de los pocos rebeldes, lanzó un aviso en una internada en que superó con calidad la salida de Simón, la imagen coral del Villarreal daba grima. Y el Athletic, a lo suyo. No se hizo esperar el segundo gol, nacido en una irresponsabilidad de Parejo, un taconazo sin mirar en zona comprometida que dio hilo a Nico Williams para trazar una rápida pared con Sancet y empujar a puerta vacía.

El Athletic no hallaba obstáculos en la circulación, seguía robando y salía disparado, enfrente nadie asumía responsabilidades. La soltura visitante contrastaba con el agarrotamiento amarillo. De modo que cuando Sancet sirvió a Iñaki Williams, que recibió de espaldas en la frontal, se giró tranquilamente y armó el derechazo, que entró pegadito al poste izquierdo de Jorgensen, aquello adquirió las trazas de una goleada de escándalo. Bueno, ya lo era el 0-3. Que se ampliase parecía depender exclusivamente del afán que invirtiese el Athletic, que jugaba a placer, demasiado cómodo incluso.

El primer acto concluyó con un intento de Gerard desbaratado con el cuerpo por Paredes, una gota de agua en el desierto futbolístico del Villarreal, que trató de imprimir más movilidad y genio en las disputas a la vuelta del descanso. Ello trajo una nueva ocasión de Sorloth, frenada en la salida por Simón. Todo quedó en un amago, pues no tardó el Athletic en recuperar el mando de las operaciones, si bien empezó a observarse menos decisión para ir al ataque, una disposición más contemplativa, algo que con la renta acumulada y la pobreza de recursos del rival resultaba comprensible hasta cierto punto.

El bagaje ofensivo del Athletic declinó drásticamente, no así la impresión de que la suerte estaba echada. Hasta alcanzar el tramo final, contabilizó un apuro aislado en su área, un doble remate frustrado por De Marcos, la madera y el portero. Pacheta había consumido para entonces cuatro cambios, uno el de Parejo, al que consoló efusivamente. Valverde se limitó a retirar a Guruzeta, vaciado en esa tarea sin balón que tan buenos réditos produjo en la primera mitad.

El desfile de aficionados amenazaba con dejar solos a los cientos de hinchas del Athletic, cuya euforia se dejó sentir con frecuencia en medio de un ambiente fúnebre. Valverde seguía retrasando las sustituciones. Con 0-3 ordenó un doble movimiento y a falta de cinco minutos, otro más. No vería motivos para tocar nada, pero de repente el muerto resucitó. Y en sesenta segundos, Gerard y Sorloth aprovecharon que el Athletic había plegado líneas, pensando ya en la ducha. Aún tuvo el Villarreal una falta y dos córneres para obrar el milagro alentado por la inconsciente relajación del Athletic, que entró como un tiro y salió con sudores fríos, pero feliz.