“Si las cosas que uno quiere/ Se pudieran alcanzar/ Tú me quisieras lo mismo/ Que veinte años atrás”, dice la inmortal habanera de María Teresa Vera. Habla de una relación de amor truncada, imposible, irrecuperable transcurrido ese tiempo, pero en fútbol, en el historial compartido por dos equipos, dos décadas no son algo definitivo, siempre es posible un cambio. Sobre todo, si durante dicho período en realidad sus enfrentamientos se reducen a siete. El Athletic deseaba pasar página en Mendizorrotza, romper una tendencia de marcadores adversos y demostró que exponiendo sobre el verde los argumentos adecuados es perfectamente posible alcanzar las cosas que uno quiere, en este caso la victoria en casa del Alavés.

No necesitó firmar una gran actuación, fue suficiente con tirar de pragmatismo y amoldarse a un partido que no ofreció nada sorprendente, al menos por parte del rival. Con estar puesto y equipararse en agresividad bastaba para neutralizar los impulsos del cuadro de Luis García, voluntarioso y con un repertorio muy limitado en la faceta creativa. La misión se vio facilitada por la ventaja adquirida pronto. El tanto de Iñaki Williams hizo mella en las filas del anfitrión, que durante muchos minutos fue incapaz de plantear dificultades.

Bien ubicado en el terreno, el Athletic cuajó un encuentro discreto con la pelota. Eludió complicarse la vida en labores destructivas y compensó la ausencia de acierto en la distribución con laboriosidad y las aportaciones de un Sancet que a la postre fue determinante. Un latigazo suyo en la recta final destrozó cualquier atisbo de reacción babazorra, en una fase donde el cansancio se notó en exceso y el Alavés soñó con voltear una tónica descorazonadora para sus intereses.

Como corresponde a un derbi, la intensidad presidió las evoluciones de ambos, con el Alavés especialmente aplicado, como si quisiera marcar territorio desde el comienzo. Supo contrarrestar esa fogosidad el Athletic que, con el discurrir de los minutos, comprobó que a eso se reducía la propuesta local. Correr, empujar, chocar y conectar con Kike García por la vía rápida. Unos argumentos muy simples que los rojiblancos supieron atemperar con orden y seriedad. La pena fue que carecieron de temple con la pelota y ello explicaría que los minutos pasasen sin que nada reseñable ocurriera.

Hasta que Vesga captó la posición de Iñaki Williams, en línea con una zaga que reculaba, para servirle un pase que, previo control en carrera, le puso frente a Sivera, a quien superó con facilidad. Lo cierto es que el efecto del gol no se percibió de inmediato, en buena medida porque el Athletic no anduvo fino en la distribución. Galarreta apenas asomó y Vesga emborronó su brillante asistencia con demasiados pases errados. Solo cuando Sancet intervenía adquiría vuelo el juego, pero Sivera no volvió a ser inquietado hasta poco segundos antes del descanso.

Los problemas del anfitrión para maniobrar eran patentes y se fueron  agudizando. Al margen de que la zaga liderada por Vivian no concedió, el físico y el ánimo alavesistas se fueron resintiendo ante la imposibilidad manifiesta de romper una dinámica que reflejaba con nitidez la distancia que en términos de calidad separa a los contendientes. Pudo el Athletic mantener el encuentro bajo control, sin lucimientos, realizando una labor oscura, y disfrutar de un par de acciones para ampliar su cuenta. Abqar evitó al límite que el remate de Sancet tras taconazo de Williams en el área cogiese puerta. En el córner consiguiente, Vivian cabeceó picado sin oposición y el larguero evitó el tanto.

Algo gordo tenía que acontecer en la reanudación para que, pese al exiguo margen en el marcador, el panorama experimentase un giro. Y pese a que el Alavés, que fue paulatinamente renovando sus piezas ofensivas, perseveró en el esfuerzo, su poca imaginación y precisión continuaron lastrando sus opciones de empatar. No obstante, Sola desde lejos y Kike García, que entró hasta la cocina, se estrellaron contra la eficacia de Simón, otro día más impecable.

Valverde empezó a ponerse nervioso y Sancet se la puso a Williams para que liquidase el asunto, pero el control se le fue largo. Seguido, el recién incorporado Samu dispuso de una contra que desperdició de mala manera. Lo mismo hizo en el tiempo añadido, en posición más cómoda aún. Pero en medio, Sancet certificó la victoria con un fenomenal derechazo a servicio de Williams que entró como una exhalación tras dar en el poste derecho de Sivera. Fin de la película.

Los posteriores coletazos del Alavés generaron inquietud, pero su impericia y el saber estar de Simón evitaron apreturas. La lesión de Galarreta fue en realidad la única noticia negativa. Mala noche la del centrocampista, no estuvo fino y encima tuvo que pedir el cambio. La entrada de Villalibre, ovacionado por la grada, un rato antes junto a Yeray ayudó a prolongar algo más algunas posesiones, que de eso se trataba para que el derbi muriese por inanición.

El Alavés quería y no podía; el Athletic sentía que la victoria le pertenecía y ansiaba escuchar el último pitido del árbitro. Después de la paliza que se pegaron todos, poco más cabía pedir toda vez que los de Valverde, sin brindar un fútbol de cierto relieve, habían conducido el derbi hacia el desenlace que por jerarquía merecieron. Enfrente, un adversario que tuvo que resignarse y reconocer que está abocado a sufrir ante una escuadra con un repertorio que supera con holgura los recursos de que dispone.