Con el final de la temporada al caer, en el Athletic mandan el silencio y la indefinición. El primer equipo afronta la última jornada con un margen inapreciable de probabilidades de engancharse a plaza europea, pues el factor clave de la ecuación no es otro que la visita al Bernabéu, donde ni una victoria por la que nadie en su sano juicio apostaría le garantiza el objetivo. Y en este descorazonador contexto, el pulso institucional languidece pese a que haya una serie de situaciones particulares pendientes.

El pasado sábado fin de semana, San Mamés asistía al enésimo chasco ante el colista de la categoría. Terminado el suplicio, la grada exteriorizaba su disgusto y Mikel Balenziaga, genuino jugador de club, con lo que esto debe significar en el Athletic, era víctima de una despedida birriosa. Cabe dudar de que al veterano lateral le sirviese de consuelo que le dedicasen unos minutos de atención, aunque fuese de aquella manera.

Dos compañeros estuvieron sacándose fotos sobre el césped con sus familiares. Detalle que se interpretó como una escenificación de su adiós a la entidad. No son los únicos que, mientras nadie autorizado diga lo contrario, dejarán la plantilla coincidiendo con el vencimiento de sus contratos. Pero tiene triste gracia que sean ellos quienes tomen la iniciativa, en una muestra más de la ausencia de tacto, previsión y, sobre todo, asunción de responsabilidad por parte de los actuales dirigentes. Uno, Iñigo Martínez, pasará a la historia del club en calidad de pionero: nunca jamás el Athletic ha dejado salir a su mejor jugador sin dignarse a ofrecerle la opción de la continuidad. El central de Ondarroa inaugura pues una tendencia que, visto lo visto, promete más episodios desoladores. Hubo futbolistas de nivel que cambiaron de aires por voluntad propia, pero todos recibieron una propuesta para seguir de rojiblanco. Y los hubo asimismo que se fueron previo abono íntegro de la cláusula acordada con Ibaigane.

De esto que ha ocurrido con Iñigo es imposible hallar antecedentes. Jon Uriarte y Mikel González nunca fueron de cara. Repitieron en campaña y luego, cuantas veces hizo falta, su intención de lograr que el jugador, por su calidad e influencia en el equipo, siguiese. Sin embargo, no se dignaron ni a dirigirse a él.

Los motivos son un misterio, si bien habrá que suponer que si la directiva no movió un dedo fue por el coste de la operación. Eso sí, por si acaso insistió en sugerir que estaba muy interesada en atar a su activo más codiciado en el mercado. De ser cierto que le frenó la coyuntura financiera sumada a la ausencia de ingresos, entonces Ibaigane debería rendir cuentas de los millones, muchos, gastados desde julio en futbolistas cuya aportación ha sido lamentable.

La llamada

Días antes de la conclusión de marzo, un emisario del presidente efectuó una llamada telefónica al agente de Iñigo, quien no pudo por menos que transmitirle su incredulidad. Acumulaba meses aguardando ese contacto, en concreto desde que Uriarte tomó posesión del cargo. De ahí que el diálogo durase minuto y medio. No es difícil imaginar el contenido de la conversación: “oye, que tendríamos que estar para hablar de…”, diría el uno; “hablar de qué”, replicaría el otro, que antes de despedirse habría añadido lo de a buenas horas, mangas verdes.

Increíble, la directiva se mueve a finales de marzo, quizá para utilizarlo ante posibles reproches por su alucinante inacción. Pero el asunto posee bastante más miga, pues en el arranque de la temporada, sí hubo una conversación. De entrada, Uriarte se negó a atender a Mateu Alemany, director ejecutivo del área deportiva del Barça, y le remitió a Jon Berasategi, director general del club, para que este escuchase una oferta consistente en 15 millones y cinco más en variables por hacerse con los servicios de Iñigo Martínez. Al evitar a Alemany, Uriarte podía afirmar que él no tenía noticia directa del Barcelona, como de hecho aseguró el 29 de septiembre en una entrevista. Pero la proposición llegó a Ibaigane en los parámetros citados. El Athletic hizo caso omiso a la misma. La postura tenía sentido si Uriarte, fiel al mensaje que mandaba al exterior (“nos gustaría que desarrollase aquí su carrera”), acometía la ampliación del contrato de Iñigo Martínez. Negarse en redondo a intentarlo siquiera, sitúa a la directiva en una posición absolutamente indefendible.

Si como han certificado los hechos, Uriarte estaba persuadido de que no debía hacer ni el más leve amago por mantener a su principal activo, qué le impedía aceptar el traspaso y cobrar un dinero que al club le venía de perlas. Se entiende, que tan preocupado como está por su imagen, no quisiera afrontar la ola de contestación que hubiese alentado entre socios y aficionados. Claro que, ahora Iñigo se va y gratis.

La ruinosa e incomprensible gestión de los responsables ha gozado del amparo de una cascada permanente (con visos de estar orquestada) de ataques dirigidos contra Iñigo Martínez. Una ofensiva en redes sociales donde no han faltado desprecios, insultos, bulos y la siembra de dudas en torno a su integridad profesional. A modo de elocuente contraste, la pobre cobertura en la web oficial de la entrega del trofeo de las peñas que distinguía al ondarrutarra como el mejor de la temporada 2021-22. Extraño desliz en un año plagado de todo tipo de eventos propagandísticos.