El disgusto y la amargura invadieron San Mamés en el último suspiro. Inesperadamente. Fue como una cuchillada por la espalda. Una jugada de infortunio decantó un encuentro disputado de poder a poder, con dos equipos aleccionados para echar el resto que, enfrascados en una guerra de guerrillas por adueñarse de cada balón, apenas crearon nada nada de fuste en los metros decisivos. El tremendo esfuerzo parecía conducir el asunto a un reparto de puntos cuando, cumplidos los noventa, Yeray se resbaló y en su afán por impedir que Ocampos rentabilizase la ventaja adquirida tocó en el pie de apoyo del argentino. También dio la sensación de que previamente contactó levemente con la pelota, pero el árbitro entendió que el derribo existía y señaló los once metros. El propio Ocampos, en lo que era el primer remate a portería del Sevilla en toda la noche, rubricó una sentencia cruel para el Athletic, que quizás no mereció la victoria, pero en absoluto se hizo acreedor a la derrota.

La inercia adquirida con la llegada de Mendilibar al club andaluz sigue su curso. Ya son siete los partidos encadenados con el signo del éxito. El de esta noche lo hubiera sido también de concluir en empate, pero cuando se está en racha todo es posible, hasta que la desgracia haga acto de presencia en el bando rival en lo que podría considerarse, desde la óptica de este, como el momento más inoportuno, sin margen para la réplica. Desde el Sevilla podrán argumentar que la nueva mentalidad, esa obligación de presionar hacia adelante sin respiro inculcada por su técnico, estuvo asimismo en el origen del penalti. Si el tema se analiza desde el bando opuesto, no queda más que lamentarse, resignarse, pues el Athletic, al margen de mostrarse poco incisivo, igual que el Sevilla, no hizo menos para sumar un punto. Hubiese sido el marcador lógico atendiendo al desarrollo del duelo, pero su racha quedó cortada de cuajo sin que mediase un argumento de peso para que así fuera.

Luego, inamovible el 0-1, como para no acordarse de los dos remates que terminaron en la red del Sevilla y fueron invalidados en la primera carga que efectuó el anfitrión. Son lances que escuecen por su carácter premonitorio, pues sugieren que la suerte estaba echada de antemano. No será una explicación científica, porque además semejante factor no existe en el fútbol, pero ahí quedan, grabados en la memoria ese par de goles que se fueron al limbo, para alimentar el enojo, la frustración derivada de una derrota que viene a interrumpir una dinámica muy positiva.

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El anunciado choque de trenes, lo fue. Se esperaba una batalla feroz entre dos conjuntos avalados por sus magníficos resultados en el último mes, un cara a cara vertiginoso, agitado por el estilo directo de ambos y su implicación sin balón, esa forma de morder que ya acreditaba el Athletic y Mendilibar ha incorporado al repertorio del Sevilla. En fin, que la promesa de un espectáculo entretenido y equilibrado se plasmó desde el mismo inicio. Anfitrión y visitante arrancaron a toda pastilla para ofrecer una fase que poco tuvo de toma de contacto.

Decididos para irse hacia adelante, con transiciones veloces, sin demasiada elaboración, llevando la pelota de área a área, alternativamente. En ese intercambio de golpes resultó vencedor el Athletic, al menos en el plano moral, pues en la práctica el marcador no se movió. Nico Williams y Guruzeta superaron a Dmitrovic, en sendos remates casi a bocajarro, tan así fue la cosa que primero el linier y luego el VAR sancionaron las acciones con fuera de juego, el primero ciertamente milimétrico, de esos que consiguen enervar al personal. Pero el Sevilla no se dejó intimidar por la fogosidad local y poco a poco fue ganando presencia en el juego, tuvo más posesión, avanzó líneas y logró que el juego transcurriese más minutos en terreno del Athletic.

Sin embargo, no hubo una sola situación comprometida para Simón, la estructura defensiva del Athletic se mantuvo firme, los centrales ahogaron a En Nesyri, muy solicitado por sus compañeros. El resto, con Dani García siempre atento, permaneció aplicado y los turnos andaluces derivaron en maniobras estériles. Claro que tampoco en la parte opuesta se registró nada reseñable, excepto un centro desde la línea de fondo, raso y muy tenso, de Yuri que Guruzeta, encimado por Gudelj, no conectó.

Visto lo visto, el segundo acto prometía. Había que comprobar, eso sí, cómo asimilaban unos y otros el desgaste invertido, pero por si acaso el Athletic entró con la directa puesta gracias a un Sancet más participativo y Mendilibar no esperó más: triple sustitución que se añadía a la entrada de Bryan Gil en el intermedio. Refrescaba la zona ancha y un rato después, Valverde colocaba a Iñaki Williams de ariete con la entrada de Berenguer. Poco antes, se asistió al gran susto de la noche, aunque posteriormente esta impresión perdería sentido. Fue a raíz de una entrega en paralelo horrible de Vivian, que él mismo corrigió en un sprint al límite, con Bryan Gil presto a fusilar a Simón.

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Casi a este lance se redujo el capítulo ofensivo de este período, prueba del intenso batallar en que siguieron embarcados los contendientes. Las áreas se convirtieron en coto prohibido, imposible superar a los centrales rojiblancos, protagonistas de incontables despejes y cortes. Tres cuartos de lo mismo sería aplicable al ataque del Athletic, carente de desborde por bandas y sin vías para progresar por la franja central. Demasiados indicios para no apostar por las tablas. Según corrían los minutos la igualada se antojaba inamovible, hasta que Simón sirvió en corto a Yeray, que estaba dándole la espalda y al querer reaccionar, el central resbaló. Lo que pasó a continuación está contado. Mendilibar obtiene su primera victoria ocupando el banquillo visitante de San Mamés y al Athletic solo le queda rehacerse, como hizo tras la semifinal de Copa.

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