El Athletic ejerció de visitante amable a su paso por Balaídos. En vez de clavar las garras en el cuello del Celta, que era un auténtico flan, le puso un salvavidas. Confirmó con un fútbol que de entrada sugiere poderío y que con el paso de los minutos deriva en pura intrascendencia su nulidad. Cuesta entender que desfigurase por completo durante el primer acto al adversario, aunque sin hacerle casi un rasguño, y más incluso que le permitiese reaccionar a la vuelta del descanso y no plantease una réplica de fuste. Pero así fue. Conscientes de que precisaban una transformación radical o acabarían el día penúltimos en la tabla, los gallegos dieron un paso al frente y Aspas, quién si no, devolvió la alegría a una afición que desde el 2 de octubre no celebraba una victoria local.

La acción que abrió la tarde se reveló como una premonición. Carles Pérez batió a Simón a los 26 segundos, tras irse de Yuri y Vivian, que por vez primera intercambió su posición con Yeray colocándose a la izquierda. El VAR anuló el tanto por mano del delantero. Un susto que enseguida quedó aplacado por la actitud mandona del Athletic, que se instaló muy lejos de su portero y tuvo a merced al Celta, un manojo de nervios, una víctima propiciatoria, cabía pensar en dicha fase. Al fin y al cabo, Balaídos lleva una década siendo un chollo para los rojiblancos. Este domingo volvían a darse las condiciones ideales para prolongar la tendencia, pero el equipo de Ernesto Valverde fue dejando que el tiempo se consumiese sin imponer su autoridad.

El Celta no podía disimular síntomas inequívocos de la crisis que padece. Temeroso en todo momento, inseguro con la pelota, que le duraba un suspiro, lo cual le creaba constantes sobresaltos porque no podía salir de su campo, donde transcurrió casi todo el choque. La presión a que le sometía el Athletic se convertía en un calvario e iba dejando en evidencia a la mayoría de sus integrantes que preferían retrasar la pelota antes que intentar avanzar y cuando hacia esto, no terminaban de ligar tres pases. Los rojiblancos salían vencedores en las disputas y ganaban asimismo los balones sin un destinatario concreto. Tenían el encuentro bajo control en el plano posicional y tiraban de anticipación para consolidar su iniciativa.

La pena fue que poseer la batuta no se tradujo en fútbol profundo ni visitas al área de Marchesin. El genio de Yuri, que empastó bastante bien con Berenguer, y los intentos de internada por el costado opuesto de Nico Williams, que libró un intenso duelo con Galán que se fue inclinando del lado del lateral, que también es veloz, fueron los argumentos ofensivos de un Athletic donde ni Muniain ni Guruzeta aportaron. Al menos, el ariete acertó a bajar un tenso centro de Yuri para que Berenguer, que a ratos centró su posición, agarrase una volea que repelió la madera con el portero clavado en su sitio. Fue la gran oportunidad del primer acto y podría afirmarse que casi la única.

El propio Berenguer probó un rato antes y el tiro, en mala postura, fue a parar al lateral de la red. Anotar que hubo un aviso anterior, a pase de Yuri desde la línea de fondo, que Nico Williams, de zurda, no supo conectar en condiciones dentro del área. Un bagaje escueto, consecuencia lógica del escaso filo mostrado. Simón solo intervino a disparo envenenado de De la Torre, en una contra.

No haber forzado lo suficiente al Celta tuvo su penitencia en la segunda mitad. A Valverde tampoco le hizo gracia lo que veía y en el descanso retiró a un anodino Herrera. Redoblaba la apuesta ofensiva al reunir a Muniain y Sancet en la media, pero Carlos Carvalhal fue más lejos: su doble sustitución sirvió para agregar un delantero y la solidez que previamente había exhibido el Athletic se fue difuminando, no transmitía sensación positiva alguna, reculaba y no agarraba una pelota para proyectarse. Con la llegada de los primeros avisos del anfitrión, nada del otro jueves, pero indicativas de que el partido había girado, Valverde, mosqueado, ordenó un triple cambio: Vesga, Zarraga y Rául García al verde; Dani García, Nico Williams y Muniain, a la banqueta.

En vano. El Athletic, a cada minuto perdía más el hilo del encuentro, y en estas andaba cuando a un saque corto con el pie de Simón, le siguió un mal control de Sancet y De la Torre sirvió rápido al espacio. Yeray rompió el fuera de juego de Aspas, a quien Vivian no pudo echar el guante, y el capitán vigués trazó uno de sus típicos tiros ajustados a un poste, imparable. El gol agudizó el desconcierto. Casi diez minutos tardó el equipo en hacerse con la posesión y obligar al Celta a recular. Lo peor fue que ni a partir de ese instante fue capaz de fabricar una mísera situación que pudiera catalogarse como aproximación de peligro.

La realidad es que no protagonizó ni un chut a portería. El único balón que metió en el área gallega fue una falta en el tiempo añadido que Berenguer lanzó como previamente lo hicieron él o Muniain, a nadie, a ningún compañero. El envío fue despejado por un defensa ubicado en la frontal. Los rojiblancos se fueron desquiciando, al igual que su entrenador, con las frecuentes interrupciones del árbitro, que no supo distinguir entre las faltas y las disputas fuertes, pero esto no deja de ser un detalle que delata la monumental impotencia del conjunto.

Europa lleva camino de convertirse en una quimera con semejante desperdicio de ocasiones. Si en citas tan asequibles no se da la talla, apaga y vámonos. En adelante no va a pillar a muchos contrarios tan frágiles como el Celta que compareció en la tarde del domingo, pero jugando a no se sabe muy bien a qué, siendo absolutamente inofensivo, el objetivo de engancharse al grupo que le precede se antoja inviable.