N día de estos, Ernesto Valverde esbozará una sonrisa delante de un enjambre de cámaras y pronunciará sus primeras frases en calidad de responsable del primer equipo. No será ni la primera ni la segunda vez que se someta a este trámite, ya lo hizo en 2003 y repitió diez años después, por lo que conoce de sobra de qué va lo que sería su presentación en sociedad. Es consciente de que no se trata de un simple acto protocolario donde despachar preguntas de índole personal, referidas por ejemplo a las sensaciones que le embargan en esta nueva oportunidad de dirigir al Athletic o a cómo le ha ido la vida en los dos últimos años y medio alejado de la actividad profesional. Valverde sabe que lo que se espera de él es, como mínimo, que establezca con nitidez cuál o cuáles son las metas que se propone conseguir en el corto plazo, en la temporada que comenzará en agosto, en cosa de seis semanas.

Y se da por hecho que de sus labios saldrá la palabra mágica: Europa. Así fue en las dos ocasiones anteriores y ahora, en su tercera etapa en el banquillo de San Mamés, está prácticamente obligado a repetirse. Las razones para ello se agolpan. Solo por su condición de entrenador designado por un presidente y una directiva recién elegidos, Valverde se ha abocado a asumir la clasificación para un torneo continental como objetivo prioritario e irrenunciable. Imposible obviar que la holgada victoria de la candidatura de Jon Uriarte está sustentada en una expectativa en el ámbito deportivo que necesariamente sitúa al Athletic en el cuadro de honor de la liga, esto es, instalado entre los equipos punteros del campeonato.

un salto en la tabla

El socio añora un salto cualitativo que permita superar los niveles que han marcado el último lustro, de ahí el modo en que se ha expresado en las urnas. Estima que es viable acabar con una dinámica frustrante y acceder al plano continental después de encadenar experiencias diversas con el denominador común de la falta de convicción y su nefasta traducción en términos clasificatorios. Por un lado, entrenadores y futbolistas aseguraban que aspirar a ingresar en Europa era algo lógico, acorde al potencial, y por el otro, el globo se desinflaba según se aproximaba el reparto de premios. Así, una campaña detrás de la otra. Los mensajes y los hechos amagaban con acabar confluyendo, pero a la hora de la verdad todo quedaba en agua de borrajas. Y huelga mentar la cruda derivada económica del asunto.

En este contexto la figura de Valverde ejerce un poder de atracción incuestionable porque se asocia al éxito. Aunque en el fútbol solo cuenta el presente; dicho de otro modo, mil y un casos confirman que las glorias pretéritas por sí mismas nunca han servido para ganar partidos, nadie puede negar que su balance en el Athletic resulta convincente, incluso impactante, aunque conviene recordar que no siempre se le otorgó su auténtico valor. Con la perspectiva del tiempo transcurrido, se ve de otra forma. En seis intentos repartidos entre 2003-05 y 2013-17, Valverde certificó un puesto en la Champions y cuatro en la Europa League. Registro difícil de emular y en las antípodas del período más reciente, saldado con dos octavos puestos, un décimo, un undécimo y un decimosexto.

Desde que con Valverde alcanzase la séptima posición en el temporada 2016-17, permanece el Athletic varado en el quiero y no puedo. Normal que la posibilidad de su regreso, impulsada por la voluntad del socio, reavive la ilusión y que el día en que se formalice públicamente su vínculo con la entidad, resuene la palabra mágica. Hombre, sorprendería y mucho no escucharla, dado que Europa ya estuvo en el punto de mira del equipo doce meses atrás. En el año completo de que dispuso Marcelino, colarse entre los siete de arriba se consideró un colofón accesible y de hecho, el desarrollo del campeonato vino a corroborarlo, pese a que se escurriese por un margen de cuatro puntos. Consecuencia directa de dos derrotas y un empate en las jornadas decisivas, pero no solo porque previamente se escurrieron de mala manera un montón de puntos.

Con un grupo humano muy similar, sobre el papel sin apenas variaciones significativas, Valverde buscará una mejora en el rendimiento. Comprobar en qué consiste, qué mecanismos articula, qué piezas toca, en definitiva, en qué se sustancian unas directrices que subsanen vicios adquiridos y defectos evidentes, ocupará la atención del entorno a lo largo del verano y el otoño, período mínimo de cortesía para juzgar la labor del técnico favorito de San Mamés.