El Athletic acaba de cubrir la mitad de las jornadas del campeonato liguero y en su casillero aparecen 24 puntos, cifra que le permite ser décimo y mantenerse a una distancia prudencial de los puestos que dan derecho a competir en Europa. Lograr en mayo dicho objetivo pasa por elevar en la segunda parte del calendario en una docena de puntos lo que ha ganado hasta ahora. Tal va ser la exigencia mínima que en términos numéricos afronta según lo que dice la clasificación de las últimas ediciones. Cruzar la frontera que da acceso a la Europa League supone sumar 60 puntos, sin olvidar que varios rivales que persiguen la misma meta ya están mejor colocados en esa carrera de fondo.

La evidencia de los datos apuntados contrasta con la sensación que el equipo de Marcelino ha transmitido recientemente. El hecho de que los resultados de diciembre se alejen de lo deseable no quita para que su imagen se haya revalorizado. Aunque únicamente haya obtenido cuatro puntos sobre quince, el Athletic ha demostrado ser un gran competidor. El juego desplegado en cuatro de esos cinco encuentros ha superado con creces el nivel medio brindado desde agosto, desde el inicio del torneo. Se ha podido ver a un conjunto potente, ambicioso, profundo, que durante muchísimos minutos ha asumido la iniciativa y trabajado con fe en pos del triunfo, rehuyendo la especulación, desplegándose sin complejos sobre el terreno.

Este Athletic al alza ha tuteado cronológicamente al Madrid en el Bernabéu y en San Mamés a Sevilla, Betis y de nuevo Madrid En medio queda el desplazamiento al Coliseum, donde firmó un ejercicio de mediocridad saldado con empate gracias a la extraordinaria actuación de Simón en la segunda aparte. Es probable que la decepción de Getafe haya pasado al olvido, sepultada por el regusto que el atrevimiento y la notable producción en ataque en el resto de los compromisos mencionados ha dejado en el paladar de la afición. Sin embargo, esta revisión de acontecimientos ayuda a entender la causa de que el Athletic aparezca en tierra de nadie. Más cerca de los de arriba que de los de abajo, pero en una situación indefinida que retrae a la hora de vaticinar un final de curso feliz.

La paradoja del Athletic de Marcelino es que convence cuando enfrente tiene un enemigo de cuidado, un grande o un adversario directo, mientras que ante equipos de menor entidad, modestos o discretos en sus prestaciones, su comportamiento deja bastante que desear. Al Madrid, líder destacado, le ha discutido los puntos fuera y en casa. Al Sevilla le maltrató, remontó contra un Betis que estaba lanzado, y además se las tuvo tiesas al Barcelona, en el Metropolitano no desmereció y arrancó un punto, igual que en Anoeta, asimismo superó con legitimidad al Villarreal.

Cierto es que sus limitaciones en la faceta ofensiva deslucieron el balance en estos encuentros que en principio entrañan una complejidad mayor. De 24 puntos posibles se hizo con nueve, pese a que opositó a conquistar un buen puñado más. El Athletic alberga motivos para lamentar su mala suerte o su escasa puntería, o ambas cuestiones, en los cruces con los buenos. Pero la conclusión es muy distinta si se revisa lo realizado ante aquellos adversarios en teoría más asequibles, pues hablamos de los que en función de su potencial están abocados a bregar por eludir apreturas en la tabla o a pasar desapercibidos. Contra Elche, Mallorca, Rayo Vallecano, Alavés, Cádiz, Levante, Granada y Getafe, el Athletic ha sumado diez puntos. Diez sobre 24. Un resultado global casi calcado al aludido anteriormente, el relativo a los partidos más complejos sobre el papel.

El análisis se completaría con un grupito a situar en un escalón intermedio, que incluiría a Celta, Espanyol y Valencia (además de Osasuna, al que no se ha medido aún). Ninguno de los tres es candidato sólido a Europa y la plantilla rojiblanca nada tiene que envidiar a las suyas. Dos empates a domicilio, Mestalla y Cornellá, y una victoria en Balaídos, arrojan cinco puntos sobre nueve. Vale, esto es algo que se calificaría de normal. No lo es en cambio cuanto sucede contra los clubes que son propicios para llenar el granero.

Esta dualidad en el proceder del Athletic es lo que le condena a efectos clasificatorios: feroz competidor frente a los poderosos e inoperante frente a enemigos más frágiles. La explicación a la que se agarran en Lezama dice que los equipos de la parte baja generan más problemas porque sus propuestas son defensivas, recurren al repliegue de líneas, no conceden espacios, no asumen riesgos, evitan abrirse porque se saben inferiores y todo ello constituye un serio obstáculo para llegar al gol. En varios casos ese perfil responde a la realidad, pero no en todos: Elche, Mallorca, Rayo, Levante o Granada, con sus calidades, intentan fabricar juego, no renuncian descaradamente a la posesión. Alguno hasta se gusta mucho con la pelota, por ejemplo el que dirige Andoni Iraola, que aventaja al Athletic en seis puntos.

Hacer acopio de puntos a costa de quienes se conforman con permanecer en la categoría se antoja indispensable para estar en la pomada de Europa. Rentabilizar en una proporción por encima de la vigente los encuentros con los ocho equipos de esa lista y con los del escalón intermedio, bastaría para que el Athletic habitase en la zona de la clasificación que ansía. No se trata de exigir un pleno, ni mucho menos, pero tanto tropiezo se convierte en un lastre que cuesta aligerar con actuaciones notables contra el Madrid, el Atlético, el Sevilla, etc.