La temporada 2020-21 deja un muy mal regusto, amargo. Pese a la brillante conquista de la Supercopa, el Athletic no alcanzó ninguno de los objetivos establecidos. El título obtenido en enero resulta insuficiente para compensar las expectativas defraudadas en las otras competiciones. Para empezar es obligado referirse a la liga, el termómetro que define el nivel real de un equipo, donde por puntos firmó la peor clasificación de los tres últimos cursos y nunca gozó de opciones a plaza europea. Ni siquiera el mérito de meterse en la final de Copa superando rondas entre enero y marzo, emulando el logro del año anterior, consigue adecentar el balance porque el rotundo fracaso en la gestión de ambas citas cumbre en el mes de abril será el recuerdo que permanecerá grabado por siempre en la memoria de la afición.

El proceso que en enero desembocó en la destitución de Gaizka Garitano y la contratación de Marcelino García tampoco fue modélico precisamente. El proceder de los dirigentes dejó mucho que desear y en nada benefició la marcha del equipo. Ibaigane había enfocado el año en torno a una obsesión, la final con la Real Sociedad, un error de cálculo se mire como se mire y que a la postre supuso un golpe durísimo del que ni el equipo ni el entorno se rehicieron. Su aplazamiento con la infundada excusa de asegurar la presencia de público en La Cartuja anida en el origen del fiasco vivido en tan señalado derbi. Al margen de la alegre renuncia a un puesto continental (el premio extra que concedía la Copa de disputarse en verano), luego quiso el destino que el Athletic tuviese que afrontar en quince días las dos finales, las citas que iban a decidir el signo de la temporada.

El lamentable nivel ofrecido ante la Real y el Barcelona provocó en la gente una depresión de caballo. Ni la mayor experiencia, ni la inercia de la Supercopa, nada le sirvió al Athletic para competir con el vecino, que no necesitó dar su nivel para llevarse el trofeo. A los de Imanol Alguacil les bastó con asumir el papel del tuerto frente a un grupo desorientado, agarrotado por la responsabilidad y ese clima de euforia que en Bizkaia se dispara como en ningún sitio. Luego, el Athletic sucumbió con estrépito a manos del Barcelona. Saltarse el pronóstico no constituía una exigencia, se trataba de dar la cara, de dignificar la imagen y a ver si con eso era viable encarecer el triunfo, pero las constantes vitales de los jugadores continuaban bajo mínimos y el entrenador no supo articular ni una sola medida correctora, al revés.

El doble varapalo situaba al equipo en la tesitura de forzar la máquina a fin de escalar en la tabla. Era difícil limar la desventaja en los ocho encuentros que cerraban el calendario. El estado de muchos de los titulares, entre lesionados y derrengados física y moralmente, indujo a Marcelino a renovar el ataque con los jóvenes que desde el verano habían desempeñado labores de parcheo en las alineaciones. Un aliciente para combatir la desazón que encendió alguna ilusión, pero que apenas alteró la tendencia en los resultados, empates y más empates, lo cual supuso que el Athletic ni se movió de donde estaba en la clasificación.

En el análisis del comportamiento del equipo en la liga, que se suele decir que es el torneo que da de comer, podía extraerse una única conclusión pese a que ha habido dos entrenadores y cada uno ha cubierto un período similar: 17 jornadas con Garitano y 21 con Marcelino. Del cómputo global se deduce que el Athletic tiene un serio problema que podría enunciarse como déficit de consistencia. No es fiable un equipo incapaz de encadenar dos victorias en 38 jornadas y que se ve abocado a perdurar varado en tierra de nadie desde el mes de diciembre.

Máxime en un campeonato presidido por la mediocridad: los grandes se han impuesto sin convencer; por abajo el panorama estaba aclarado con gran antelación, eran seis candidatos para tres suspensos; la clase media se ha visto lastrada por la dureza del calendario y hasta el esprint final cualquiera podía haber opositado a premio. También el Athletic, claro, de no ser por su empeño en complicarse absurdamente la existencia. Ha faltado planificación y convencimiento.

el banquillo

El asunto empezó torcido en septiembre. Aún resonaba el eco del patinazo en la liga express que se celebró entre junio y julio, donde el Athletic se descolgó a última hora en la carrera por la Europa League: solo ganó uno de los cinco últimos partidos. Garitano se había despedido Aduriz, símbolo de una etapa notable, el fichaje de Berenguer no enamoraba y los primeros reveses agudizaron la sensación de que el proyecto estaba amortizado. La directiva apostó por el inmovilismo con el señuelo de la final de Copa, aunque no tardó en brotar la discordia en su seno.

A principios de noviembre, octava jornada, era de dominio público que el técnico tenía los días contados. Garitano fue salvando match-balls mientras el aire se contaminaba más y más. Marcelino fue pulsado entonces, pero se permitió que el tema se pudriese. La ausencia de público en San Mamés fue clave para que Elizegi persistiese en su línea de no operar, cuando la corriente que abogaba por el relevo en el banquillo crecía, en Ibaigane (las filtraciones así lo testifican) y en la calle, así como en los medios. Nunca se sabrá si porque la inacción se hizo insoportable para la directiva o si Marcelino ya no quiso esperar más o si se interpretó que la deriva del equipo ponía en peligro la dichosa final de Copa, pero no cabe duda de que el relevo en el banquillo se hizo demasiado tarde.

Marcelino asumió un recado muy complejo, lo era objetivamente, y el tiempo se encargó de confirmarlo. El bombazo de la Supercopa solo retardó lo inevitable, la densidad del calendario y las inercias negativas arraigadas en la plantilla empezaron a cobrarse su factura en febrero. Ya no hubo forma de frenar un declive que se manifestó en toda su crudeza en abril y los chavales apenas pudieron maquillar posteriormente.

la cifra

12

Esa cifra de puntos marca la equidistancia del Athletic respecto a Europa y el descenso al término de la edición liguera 2020-21. Para hacerse una idea del significado del dato, apuntar que en las dos campañas culminadas por Gaizka Garitano, al Athletic le faltaron uno y cuatro puntos para engancharse a la Europa League.