Se conoce que Iker Muniain (Iruñea, 19 de diciembre de 1992) tiene poco que demostrar. No hace falta más que echar un vistazo a su historial (dos subcampeonatos de Copa, con un tercero más como mínimo, otro en Europa League, dos títulos de la Supercopa, entre otras marcas personales) para reconocer a un futbolista que pasará a la historia como una de las leyendas del Athletic.

No en vano, suma 448 partidos oficiales como rojiblanco pese a sufrir dos graves lesiones que le han dejado fuera de los terrenos de juego un año de los doce y medio que encadena como jugador del primer equipo. Es el octavo futbolista de la entidad con más encuentros a sus espaldas y si no se tuerce nada en lo que resta de su carrera, superará con creces la cifra del medio millar, solo al alcance de otros cinco exleones (José Ángel Iribar, Txetxu Rojo, Joseba Etxeberria, Andoni Iraola y Markel Susaeta) y con los que ha llegado a compartir vestuario en el caso de los tres últimos.

Muniain, acorde a la ley no escrita que impera en la caseta, es el capitán por antigüedad y el navarro ha sabido asumir el rol que supone portar el brazalete, tanto fuera como dentro del césped. Ha sido en ese último matiz en el que es el gran protagonista en el último mes, hasta el punto de que vive una segunda o tercera juventud, según las referencias que se tomen, sin aún haber alcanzado la treintena en el contador vital.

Lo cierto es que Muniain, estadísticas aparte, se ha reinventado con la llegada de Marcelino García Toral al banquillo bilbaino. El capitán comparte prácticamente todo el ideario futbolístico del entrenador, un feeling que solo puede ser beneficioso para todo el colectivo. El asturiano ha sido capaz de momento de entender al txantreano, a darle más galones aún y liberarle, unas sensaciones que han vuelto a convertir a Muniain en el futbolista top tal como se le intuía desde que irrumpiera en la elite con solo 16 años de edad.

El navarro es un jugador diferente y ayer no hizo más que acentuar el gran momento por el que atraviesa y la felicidad que proyecta con su fútbol. Muchos reprochan a Marcelino que no le diera un respiro en el Ramón de Carranza y le dejara completar los noventa minutos cuando el partido estaba más que ventilado a favor de los rojiblancos, pero quizá el propio jugador, en el que no hubo rastro alguno de las molestias en la espalda que le hacían ser incluso hasta duda, había deseado consumar todo el partido una vez que se sentía sumamente a gusto con lo que hacía y capaz, además, de ver puerta, un deseo que se le escapó de la yema de los dedos en dos golpeos que evitó el central Alcalá, en la primera ocasión, y el meta Ledesma, en el segundo intento.

Quienes pensaban que Muniain ya había tocado techo ya asumen que estaban equivocados. La actual versión del capitán ha sorprendido probablemente a propios y extraños. La misma se equipara a la que asomó en el primer curso de Marcelo Bielsa, saldado con las dos históricas finales y con partidos majestuosos como el de Old Trafford ante el Manchester United, y a la de varias fases durante la segunda etapa de Ernesto Valverde al frente del Athletic. Nada que ver con la que le ha penalizado en la parte final de la era Garitano, quien dio demasiados bandazos a la hora de encontrar el encaje ideal para el capitán.

Marcelino, visto lo visto, sí ha dado con la tecla e, incluso, llama la atención la repentina mejoría que ha sufrido el navarro en su calidad e impacto en el balón parado. La ya habitual referencia de la cuenta de twitter Adurizpedia subraya con un datos incontestable la relevancia que tiene el capitán en este Athletic: presume de ocho asistencias de gol en menos de un mes, con el que supera el número de estas en cualquiera de sus once temporadas anteriores.

Y no solo ello. Es un intocable para Marcelino pese a que se ha perdido el duelo ante el Valencia y el de Copa frente al Betis por culpa de una leve lesión muscular que se produjo en un entrenamiento, para sumar 721 minutos en este aún corto periplo del de Villaviciosa en el banquillo bilbaino.