El empate a un gol supone un contratiempo, no es el marcador esperado y mucho menos deseado para una ida de semifinales celebrada en campo propio. El signo del emparejamiento con el Levante ha adquirido un color que no entraba en muchos de los cálculos que siguieron a la noticia de que el Athletic eludía a Barcelona y Sevilla en el camino hacia la final de Copa. Sin ser un marcador insalvable, la cita del jueves en San Mamés pone en claro dos cosas: el rival merece una consideración quizá superior a la que inicialmente se le adjudicó y de momento cuenta con algo más que la “ventaja moral” a la que aludía la página web oficial del club en su valoración del encuentro. Objetivamente posee una ventaja que fuerza al Athletic a marcar en el partido de vuelta, al menos un gol y probablemente más, porque siendo cierto que el Levante no se distingue por su fiabilidad defensiva, tampoco debería obviarse que en la mayoría de sus citas suele estrenar su casillero.El análisis de lo que dieron de sí estos primeros noventa minutos no requiere un gran conocimiento del juego. El Athletic se dejó comer la tostada durante el primer acto, su propuesta estuvo desprovista de las virtudes que le convierten en un equipo ingrato para el adversario porque el Levante acertó a desplegar sus bazas. El guion cambió luego, recuperó parte del repertorio que le permite tutear a cualquiera, sobre todo la intensidad y el arrojo. Una transformación incompleta, en forma y duración, que significó el empate y sirvió para impedir un nuevo susto, nada más. Con sus palabras, es el mensaje que Marcelino desgranó: flojos al principio y competitivos después, vino a subrayar. Y añadió, con miras al 4 de marzo: “Las opciones han disminuido, pero estamos en la pelea. Está más difícil, no imposible y estoy convencido de que seremos el Athletic que queremos ser”. Amén.

Si los futbolistas plasman en el Ciutat de Valencia los deseos expresados por el entrenador, la meta será asequible, aunque no estará garantizada. A pleno rendimiento, el Athletic atesora potencial suficiente, pero conviene no olvidar lo que se acaba de vivir: los hombres de Paco López no son cojos. Bien está centrarse en lo propio, que siempre que se ofrezca una versión notable podría resultar determinante, pero quién es el guapo que se atreve a anticipar cuál será el estado del equipo dentro de tres semanas.

Dicho de otro modo, levantar expectativas a tan largo plazo no deja de ser un mero y gratuito ejercicio especulativo. Los acontecimientos de las últimas semanas nos conceden una perspectiva que merece la pena revisar. La condición de favorito adjudicada al Athletic en la semifinal se fundamentaba, aparte de en el deseo, en la corriente de optimismo y euforia que desató el éxito de la Supercopa. Un episodio absolutamente inesperado, que se sale de lo normal, volteó el ánimo, corrigió el juicio sobre la plantilla y sumergió al entorno en la fábula de Samaniego titulada La lechera: Supercopa, Copa pendiente y Copa vigente, de corrido.

Se haga o no realidad el cuento, no hay duda de que el factor que hace posible creer en la viabilidad de tan ambicioso plan lleva el nombre de Marcelino. El efecto derivado del relevo en el banquillo se tradujo de inmediato en un título impensable, que ha espoleado ilusiones y esperanzas. Sin embargo, la conquista de un título, por su naturaleza extraordinaria, no debería tomarse como referencia única para proyectar el corto y medio plazo. Puede rentabilizarse para aspirar a una estabilidad, para dejar atrás una etapa menos sugerente, pero de ahí a que sea un trampolín para empacharse de gloria hay un trecho que no es fácil de recorrer.

El proyecto de Marcelino se halla aún en fase embrionaria y su equipo se expone, como el resto, a sufrir vaivenes y asumir inercias de desigual signo. Por ejemplo, si se revisan los compromisos de febrero, por no incluir el del 31 de enero en el Camp Nou, una visita muy particular, se observa un descenso en las prestaciones del equipo. La ronda con el Betis estuvo en un tris de ser letal, se salvó con un gol al límite y se redondeó en la tanda de penaltis, pero el Athletic no fue mejor que el rival. Frente al Valencia afloraron las dificultades para empatar con un enemigo sin vuelo. El listado concluye de momento con el segundo empate consecutivo en casa, ante el Levante. Ninguna de estas actuaciones se aproxima siquiera a las versiones de enero contra Madrid, Barcelona o Getafe.

Han aparecido las dificultades para exhibir pujanza en ataque, las limitaciones en el gobierno de los partidos, varios contratiempos físicos, hay piezas que se diría que han perdido el hilo, en fin, cosas habituales en la marcha de un colectivo que, no se olvide, todavía tiene que asimilar el librillo de Marcelino mientras gestiona una agenda muy densa y tiene pendiente de resolución su incómoda situación clasificatoria en el campeonato liguero. De modo, que como para hacer vaticinios para dentro de tres semanas.