A llegada de un jugador previo pago de una cantidad a su club de origen siempre levanta expectación y supone un aliciente. Fichaje es sinónimo de refuerzo; se acude al mercado para elevar el potencial de la plantilla. En el Athletic, sin apenas operaciones de este tipo en años recientes, aún con más razón se palpa entre los aficionados esa reacción que sale de mezclar curiosidad con esperanza. Al nuevo se le presta una atención especial. Natural. A las ganas por conocerle, descubrir sus virtudes o analizar su encaje en el grupo, se suma el deseo de apreciar su aportación porque se parte de una necesidad de mejora y, para decirlo todo, el ánimo anda un tanto alicaído desde hace un tiempo.

En el caso de Álex Berenguer, la expectativa generada no se ha visto satisfecha. Sin duda, es pronto para emitir una valoración con un mínimo de rigor sobre alguien que se presentó en Bilbao con el calendario iniciado y únicamente ha intervenido en cinco partidos. Además, el mes y medio que lleva a las órdenes de Gaizka Garitano coincide con un período que no favorece la maniobra de aterrizaje de un jugador que ha cambiado de país y de competición. Precisa un plazo de adaptación más amplio. Berenguer ha recalado en un Athletic desnortado, frágil, diana de todo tipo de críticas a causa de su escasa fiabilidad y la vulgaridad del fútbol que practica.

En semejante contexto constituye un sinsentido exigir, pedir o esperar que el último en cruzar la puerta del vestuario no sea víctima de la deriva que afecta al colectivo. Lo normal es lo que está sucediendo: en vez de sobresalir, Berenguer se ve arrastrado por la corriente y, básicamente, pasa desapercibido. Una realidad que sin embargo no impide que ya haya quien se pregunte que para qué le han traído o por qué se han abonado casi doce millones por sus servicios. Reflexiones al calor de la impaciencia, los nervios, el enojo; reacciones que pasan de puntillas por las circunstancias que mantienen al Athletic atenazado.

La clave del asunto descansa, o debería, en el criterio que empujó al club a realizar el fichaje. Berenguer puede ser una pieza interesante, pero en un plano similar al de tantos otros miembros de la plantilla, incluidos unos cuantos que hasta la fecha juegan más bien poco. Esta afirmación no es de hoy, sencillamente remite a un artículo publicado en estas páginas el día de la firma de su contrato.

Adjudicarle a Berenguer una talla futbolística que no posee es un riesgo que el Athletic asumió alegremente yendo a buscarle a Italia y alimentó con el pago de un precio a todas luces elevado. Es caro de por sí y más todavía cuando desde Ibaigane se empeñan en transmitir al socio el mensaje de que las cuentas no cuadran por las restricciones sociales vigentes. Si a esto se suma el afán del entrenador por incorporarle a la nómina, pues fue su petición prioritaria desde antes de que finalizase la temporada anterior, resulta que entre todos los responsables de la entidad han conseguido construir un escenario resbaladizo y, de paso, colocar una pesada mochila sobre la espalda del protagonista.

La trayectoria de Berenguer es elocuente. A sus 25 años puede crecer, cómo no, prolongando así una inercia observada en su etapa en las filas del Torino. Conviene, no obstante, recordar que en el centenar de partidos oficiales previos a su debut rojiblanco hizo diez goles. Y en su única campaña con Osasuna en la élite, en 29 citas logró uno. Estadísticas que, sin profundizar en otras facetas de su perfil, no alcanzan para distinguirle como un atacante dotado para marcar diferencias o inclinar resultados con cierta asiduidad, que es supuestamente lo que Garitano buscaba fuera porque al parecer en Lezama no lo encuentra: “No tenemos gente de banda que aporte goles y asistencias”.

Mientras se situaba en su nuevo destino, Berenguer confesó que, en efecto, son goles y asistencias lo que le pide el técnico rojiblanco. Y se exprimirá para corresponder a la confianza que le dispensa. De hecho, abrió su cuenta frente al Levante, pero para hacerse una idea aproximada de cómo va de puntería, certificar que sus números en el capítulo rematador son muy inferiores a los de los titulares con lo que ha empezado a compartir línea. Si Muniain necesita siete partidos completos para hacer gol, Williams algo más de cuatro y Raúl García, tres y medio, Berenguer, contabilizado el total de sus actuaciones en la máxima categoría, se sitúa en los once y medio. Parece evidente que sus jefes le han impuesto una ardua tarea. Es lo que sugieren su trayectoria personal y la deficiente desenvoltura que muestra el equipo cuando pisa terreno rival.

Debutó deprisa y corriendo, cerca del final y en desventaja, con el Alavés. Luego tuvo quince días para familiarizarse con la caseta y el sistema. Estrenó titularidad ante el Levante y marcó cuando pintaba que iba a ser relevado. El gol alargó su presencia. Repitió en El Sadar y fue suplido seguido de que Osasuna se adelantase. Contra el Sevilla, de nuevo fue sustituido y no participó en la remontada. En Valladolid ingresó con el 2-0 y apenas asomó. Vendrán épocas más propicias, libres de urgencias, pero hoy por hoy Berenguer, en su condición de fichaje, dice muy poco.

Adjudicarle una talla futbolística que no posee es un riesgo que el Athletic asumió al ficharle y pagar una cifra excesiva