- Esa comparativa tan manida que establece una abismal diferencia en favor de la imagen y en detrimento de las palabras, aunque estas se cuenten por un millar, viene al pelo si se observa con detenimiento la foto que encabeza estas páginas. La instantánea sirvió para editar un póster que se colgó en miles de paredes, que decoró y quizá aún siga haciéndolo multitud de rincones de habitaciones, sociedades, tabernas, aulas y centros de trabajo. La misma recoge la euforia de un equipo que sorprendió al mundo con un resultado (5-1) que hubiese fabricado un millonario en el supuesto de que alguien hubiera tenido la osadía o el acceso de locura para acudir a una casa de apuestas con semejantes guarismos en su boleto.

Precisamente cinco años después, la hazaña del Athletic coincide con otra debacle monumental del Barcelona, si bien existe una pequeña gran diferencia entre lo ocurrido en la Supercopa de 2015 y lo del otro día con el Bayern Múnich en el ajo: aquel era un Barcelona pujante, que se merendaba a los rivales porque sus figuras gozaban de una plenitud abrumadora, mientras que hoy esos jugadores son una sombra de sí mismos, desgastados y corroídos por la borrachera de títulos y el inexorable paso del tiempo lastrando sus piernas.

De modo que la alegría que transmiten los rostros de los futbolistas que dirigía Ernesto Valverde ilustra un momento único, irrepetible. La conquista de la Supercopa significó cerrar tres décadas de sequía, nada menos. Un título menor, se dijo, y sí, no será comparable a una liga o una Copa, pero el trofeo que aparece en el centro de la imagen luce con idéntica brillantez en las vitrinas del club. Al margen de que la complejidad que comportaba arrebatárselo a un ogro que el curso previo había logrado un triplete (liga, Copa y Champions) y a renglón seguido enlazó otra Liga, otra Copa, el Mundialito de Clubes y la Supercopa de Europa, se antoja suficiente argumento para valorar en su justa medida el logro y no perder un segundo más con los puntillosos.

Pero el tema que se pretende desarrollar a partir de la foto tiene que ver con el hecho de que cuando solo ha transcurrido un lustro, únicamente se mantienen en la plantilla siete de los 25 hombres que sonríen, gritan y agitan sus brazos. Siete que en breve podrían ser seis, si Herrerín encuentra destino. Y son: De Marcos, Balenziaga, Muniain, Williams, Lekue e Ibai. Curiosamente, este último abandonó el Athletic a la conclusión de esa campaña, julio de 2016, para fichar por el Alavés y regresó en enero de 2018. O sea, que han sido seis los supervivientes que no se han movido de la caseta de Lezama durante este período que en principio no se estimaría demasiado dilatado y que sin embargo ha tenido una incidencia muy importante en el equipo atendiendo a la masiva salida de personal producida.

Hablamos de la marcha de 18 futbolistas, suficientes para elaborar una convocatoria al completo. Pero el proceso de regeneración va más lejos aún si se repara en que la mayoría de los incombustibles carece a fecha de hoy de un papel relevante en la competición. Salvo Muniain y Williams, los demás son más asiduos del banquillo que de las alineaciones. Y, sin querer adelantarse a los acontecimientos, es más que probable que dentro de un año exacto este selecto grupito se vea reducido de forma sustancial.

Dejando a un lado estas precisiones, lo que confirma la contemplación de la imagen de los campeones de 2015 es que el Athletic no es ajeno al fenómeno de la movilidad que a menudo solemos percibe con mayor nitidez en otros lugares. Puede que no se apreciase en tiempo real, pero esa casi veintena de salidas confirma que la rueda no deja de girar en la nómina rojiblanca. Lo disimula parcialmente la ausencia de incorporaciones de jugadores de otros clubes, tónica en las dos ventanas que se abren anualmente, verano e invierno, de los cursos más recientes. La llegada de Ibai y Kodro y de nadie más, contribuye a generar la sensación de que siempre están los mismos. Pero lo cierto es que sin hacer el ruido que provoca un fichaje con el dinero a tocateja (los anteriores a los citados fueron Capa, Yuri y Dani García) se van colando en la estructura del primer equipo los chavales de la cantera.

En definitiva, más allá de apreciaciones subjetivas, la realidad del Athletic se asemeja a lo que se cuece en los demás clubes. Si no se registrasen altas en una proporción estimable, sería imposible paliar el efecto de las despedidas, en términos de cantidad y calidad. A este respecto, apuntar que a las pocas semanas de ganar la Supercopa fue presentado Raúl García. Un año después dieron el salto Yeray, Vesga, Villalibre y Arrizabalaga (el breve), mientras que dejaron de pertenecer al club Gurpegi, Aketxe, Sola y el ya mencionado Ibai. Y así sucesivamente, igual que iba mutando la identidad del entrenador: a Valverde le sucedió Ziganda, y a este Berizzo, y luego fue el turno de Garitano.

Las novedades nunca dejaron de aportar material para titulares de prensa, pese a su desigual transcendencia. Temporada a temporada se fueron alternando los holas y los adioses, pero quizá haya sido el último año, contabilizando desde junio de 2019 a julio de 2020, el plazo con un impacto más reseñable a causa de la finalización de los contratos de Susaeta, Iturraspe, Rico, San José, Beñat y Aduriz, todos ellos referentes a lo largo de una década notable que alcanzó su máxima expresión jubilosa a costa del Barcelona abusón que capitaneaba Messi.