En menos de tres semanas Lezama abrirá sus puertas, el comienzo de una nueva pretemporada está a la vuelta de la esquina y es tiempo por tanto de posar la mirada sobre el futuro. Antes de bajar al detalle, conviene advertir que el tránsito a la campaña 2020-21 no lleva aparejado un cambio de ciclo porque el Athletic se mueve en unas coordenadas distintas al resto de los equipos y en su seno prima la continuidad. Gaizka Garitano seguirá al mando, el grueso de la plantilla se mantiene y las altas procederán del filial. Bajo esta premisa, resulta básico analizar en profundidad el pasado reciente y extraer las conclusiones pertinentes a fin de poder elevar el rendimiento. Valorar aquellos aspectos que peor funcionan y articular medidas correctoras constituye la tarea prioritaria del entrenador, quien tras casi dos años dirigiendo la plantilla dispone de información de sobra para intentar una mejora, un crecimiento respecto a lo ya conocido.

Los puntos fuertes y débiles del actual Athletic están perfectamente perfilados, se sabe lo que se le puede pedir y lo que es improbable que ofrezca. Y tanto en este último curso como en el anterior se ha puesto de manifiesto que de combinar virtudes y defectos se obtiene un nivel concreto. En teoría, ese potencial parece legitimar la aspiración de lograr plaza para jugar en Europa; la práctica demuestra que no, que acaba quedándose corto. El Athletic ha terminado cerca del objetivo en los dos años, pero es obvio que no le llega para figurar en el cuadro de honor de la liga. En la temporada que viene será difícil superar esa barrera de no mediar cambios.

Garitano necesita pulir defectos relacionados con la creación y el remate, lograrlo además sin que se resienta el balance defensivo, el auténtico motor del equipo.

Detectar los problemas, dónde se hallan las limitaciones, qué falla, es una labor relativamente sencilla debido a que el Athletic se atiene a un esquema fijo, sin apenas variantes, con los roles adjudicados, tanto posicionalmente como en lo que se refiere a volumen de participación. Mayor complejidad entraña dar con las soluciones, no obstante al entrenador no le queda más remedio que probar cosas de medio campo hacia adelante o el equipo corre el riesgo de volver a pagar su contrastada ineficacia ante la portería rival.

Relevos

Desde hace tiempo, incluso con Aduriz aún burlando las leyes de la naturaleza y de la gravedad, el equipo arroja estadísticas preocupantes en el capítulo goleador. Que a sus 34 años, Raúl García sostenga encendida la llama, más que servir de consuelo agudiza la sensación de que urge hallar, descubrir, otro tipo de recursos. Y certifica de paso la insuficiente aportación de aquellos elementos que suelen ocupar las demarcaciones más próximas a la zona de remate.

Da miedo pensar en una indisponibilidad de Raúl García, hoy reconvertido en ariete y a quien, hay que pensarlo así, ya le ronda la fecha de caducidad. Da miedo porque en la plantilla a duras penas se vislumbra un relevo. Asoma Villalibre y poco más. Un delantero de la casa, que cumplirá 23 en septiembre y guarda cola a la espera de su turno, sumando minutitos que le impiden rodarse en la categoría. Seguro que habrá otros jóvenes con olfato en las categorías inferiores, pero más alejados todavía de la élite por lo que la apuesta firme por Villalibre no puede demorarse más.

En un contexto similar se halla Sancet, acaso desaprovechado como enlace, la posición en que los técnicos le han colocado, cuando posee repertorio para ejercer de centrocampista de ida y vuelta con intervención directa en la construcción del fútbol. También con Sancet es hora de descubrir su auténtica identidad, si es apto para coger responsabilidades. Solo se logra con partidos y más partidos. Unai Vencedor es una tercera pieza a estimar, porque la zona ancha reclama más variedad, precisión y atrevimiento. Unai López ha ofrecido algo de esto cuando no le han regateado la titularidad, pero sería interesante ampliar la nómina de gente hábil con la pelota.

¿Pero qué ocurre si Garitano por fin se atreve a promocionar la savia nueva en la idea de engrasar una estructura encasquillada en el tema del gol? Pues que tiene que hacer sitio en las alineaciones. Tocaría revisar el papel de Muniain y Williams. Considerados por la institución, el cuerpo técnico, gran parte de los medios y de la afición como emblemáticos (jugadores franquicia en orden a su caché), lo cierto es que su rendimiento no les hace acreedores a semejante tratamiento. Esta pareja joven todavía, 27 y 26, está lejos de satisfacer las exigencias propias de quien porta tan distinguida etiqueta. Exhiben sus virtudes con una frecuencia que no justifica que acumulen la cantidad de partidos de que gozan, son demasiado irregulares para merecer un sitio fijo en la pizarra. Marcar diferencias en ocasiones sueltas no compensa las incontables tardes discretas o directamente deficientes.

Con once y seis temporadas a sus espaldas, cuesta creer que en adelante vayan a iniciar un idilio duradero con el gol: ni son particularmente finos en la culminación ni se distinguen por facilitárselo al compañero. Dos facetas que van asociadas al futbolista ofensivo, aquel que pisa con asiduidad los tres cuartos del campo, y, qué decir, si encima lo juega prácticamente todo. Muniain y Williams se han acostumbrado a que nadie les discuta el puesto y esa bula adquirida, al margen de improcedente, les hace un flaco favor. Con el pesebre bajo, el deportista tiende a la autocomplacencia y el conformismo.

Siendo dos jugadores aprovechables, quizás sea el momento de que entren en la rueda con otros, a los que hasta ahora están tapando, y se vean en la tesitura de competir por el puesto. Pasar por el banquillo o ser intocable son circunstancias conectadas a las prestaciones, aunque a menudo los hechos lo desmientan. Al Athletic le urge enriquecer su juego, superar las limitaciones de los intocables.