El anormal desarrollo de la temporada recién concluida impide realizar un balance al uso. Desde luego, en el caso del Athletic no pueden extraerse conclusiones definitivas por cuanto la final de Copa, el gran logro del curso, está aplazada y aún sin fecha concreta. Haber accedido a esa cita cumbre es sinónimo de éxito y justificaría el trabajo de la plantilla de Gaizka Garitano, le otorgaría una buena calificación. Ahora bien, mientras el título carezca de destinatario tampoco se puede proceder a una evaluación completa. Lo que vaya a suceder en ese partido con la Real Sociedad mediatiza totalmente el análisis: no es lo mismo salir campeón que pasar a la historia como finalista. El club lo sabe bien, por desgracia. Adoptada la medida de la suspensión por parte de los responsables (RFEF y ambos clubes) ante la imposibilidad de que las aficiones acudieran al estadio, el repaso que aquí se aborda adquiere un carácter provisional o parcial.

Para situarse y entender cómo ha ido la campaña 2019-20, conviene describir el contexto. El primer paso sería retroceder hasta el pasado verano, momento de pararse a pensar y definir expectativas u objetivos tomando como referencia la trayectoria previa y haciendo una aproximación al potencial de la plantilla. Garitano había enderezado con firmeza el timón en la liga 2018-19, borró de un plumazo la desconcertante he-rencia de Eduardo Berizzo, el equipo escaló posiciones como un cohete, hasta diez, llegó a flirtear con Europa y le faltó gasolina para sumar un punto más y culminar la hazaña. De esta experiencia se dedujo doce meses atrás que el proyecto era válido para codearse con los aspirantes a la Europa League, a pesar de que no hubo incorporaciones al margen de algunos chicos del filial. El cálculo se apoyaba en que el Athletic arrancaría el campeonato desde cero como todos, en igualdad de condiciones, y además eludiría el esfuerzo extra, físico y mental, que conlleva la obligación de remontar desde la cola.

A esta proyección, que se antojaba bastante realista, fundamentada, se añadía otro factor interesante cual era que el entrenador podría hacer los preparativos y la planificación a su gusto, lo que siempre se considera una ventaja. Como lo era asimismo el sello que ya había impuesto y se había revelado eficaz. Con Garitano venía el Athletic destacando por su acusado instinto competitivo y una organización defensiva de primer nivel. Para que el análisis fuese ajustado, en el otro lado de la balanza había que colocar el déficit creativo y, sobre todo, la escasa pegada, con Aduriz ya de capa caída. Nada nuevo.

El equipo despegó con energía en agosto, llegó a ser líder en la quinta jornada y durante la primera vuelta se instaló en la mitad alta. Aduriz no podía, pero la portería de Simón permanecía blindada. Hasta que en diciembre tocó compaginar la liga con las rondas coperas. En vez de dosificar, Garitano perseveró en su apuesta por el bloque perfilado el año anterior y se asistió a un desinflamiento plasmado en una serie de diez jornadas sin victoria. Cinco empates y cinco derrotas que condujeron al equipo de la quinta a la undécima posición. El retraso se dio por amortizado gracias a que se fueron superando rivales en la Copa, con grandes apuros y no menos importantes dosis de fortuna, hasta asegurarse en marzo una plaza en la final.

Lo uno por lo otro, se pensó entonces. Tiempo había para reaccionar, trece jornadas para enmendarse. Sin embargo, la interrupción del fútbol en el marco de la declaración del estado de alarma, impidió comprobar la capacidad de aguante de los futbolistas titulares, que iban zurraditos por aquellas fechas. Las victorias consecutivas sobre Villarreal y Valladolid apuntaban a que el Athletic lograría reengancharse a la pelea por colarse en la Europa League, pero el balón estuvo tres meses sin rodar mientras los dirigentes se afanaban en buscar soluciones que permitiesen concluir la competición. La final con la Real se aplazó, pero esa baza se barajaba para alcanzar el objetivo. La afición reservando hoteles en Sevilla, atenta a cada rumor que saltaba; la plantilla trabajando el cuerpo en sus domicilios. Diseñado el calendario de urgencia, el Athletic se ponía manos a la obra para en once partidos recortar cinco puntos como mínimo, puesto que ser finalista copero dejó de garantizar plaza continental por decreto de la UEFA. Objetivamente la empresa se las traía, pues en el mismo ajo estaban Real, Getafe, Atlético, Valencia, Villarreal y Granada.

Se veía venir

Hoy sabemos que el desenlace de la liga poscoronavirus en absoluto ha colmado los intereses rojiblancos. La desventaja que se debía enjugar para atravesar la meta establecida, cinco puntos, es la misma que consta en la clasificación final. Los motivos no constituyen ningún secreto, de hecho se apuntaron como probables impedimentos para gozar de un final feliz. Hablamos de la gestión del grupo y de las limitaciones en ataque. El Athletic sobresale en la categoría por la saturación de minutos de la mayoría de sus titulares habituales, son ocho los que superan los tres mil minutos, así como por la infrautilización de un montón de suplentes. Los síntomas de agotamiento o desgaste a título individual han sido patentes, en las segundas mitades las prestaciones del equipo se han resentido y tampoco será casualidad que cuatro de los cinco últimos compromisos se saldasen con derrota.

Una historia que recuerda en exceso a lo sucedido un año antes, cuando faltó un punto para instalarse en el séptimo lugar. Ahora, el Athletic ha acumulado dos puntos menos, ha terminado undécimo y en su tarjeta estadística las cifras son casi calcadas: mismas victorias, dos empates menos y dos derrotas más; idéntica cantidad de goles a favor, 41, que le convierten en el decimotercero de la categoría, por detrás de todos los que le han precedido en la tabla; y siete goles menos encajados. Este es el dato más bri-llante y podía haber sido espectacular sin los seis concedidos frente a Leganés y Granada. Solo Madrid, Atlético, Sevilla y Getafe han recibido menos.

En síntesis, el ansia por volver a Europa ha derivado en utopía por segundo año. Es obvio que únicamente exprimiendo a fondo el jugo de los fijos no da. Asimismo, el método seguido no ha traído mejora alguna en la faceta ofensiva, donde se observa un estancamiento preocupante solo compensado por la extraordinaria aportación de Raúl García (15 goles). Tampoco se han integrado plenamente en la competición los jóvenes, salvo Simón. Unai López y Córdoba han carecido de la confianza precisa y poco más cabe pedir a Sancet o Vi-llalibre vista su participación. Se ha echado de menos una progresión en el juego y savia nueva de medio campo hacia arriba.