Las emociones que vivió Iñigo Martínez ayer fueron un vaivén, un tremendo zarandeo. De la euforia pasó a la desolación. Y de esta, regresó a la alegría, a un alivio por ser el héroe y no el villano en esas jornadas en las que impera la necesidad y se extreman las consecuencias de las acciones. El central de Ondarroa dio la victoria a su equipo con su primer gol con el Athletic. Pero también cometió un penalti que Canales -“mi amigo, Sergio”, como luego dijo Iñigo- lanzó por encima de la portería, y que hubiera nublado la trascendencia del nacimiento de su idilio del gol, el “que tanto he esperado”, como apuntó el zaguero de Ondarroa, algo “triste”, confesó, “por no poder celebrarlo como me gustaría”.Iñigo Martínez, desde su llegada procedente del acérrimo rival bilbaino, se desquitó de un plumazo cualquier especulación sobre su compromiso. Se proyecta como cualquier futbolista que lleve toda una vida con el escudo cosido a su corazón. Su estancia en Bilbao ha sido impecable, caracterizada por su profesionalidad y su exquisito rendimiento. Desde ahí se ha transformado en uno de los referentes, en un pilar de Gaizka Garitano, indiscutible en las alineaciones como mariscal de la línea defensiva.

Pero durante todo este tiempo de buen hacer general en el eje de la zaga, Iñigo Martínez ha convivido con una mota, con un pero, liviano como defensa que es, aunque un pero, como ha hecho ver en alguna ocasión con gestos de rabia por no comulgar con el gol. Y es que desde su incorporación al Athletic, transcurridos 84 partidos antes de medirse ayer al Betis, no había conseguido abrir la lata. Vivía reñido por el contraste con su estancia en la Real Sociedad, donde firmó 18 tantos en 238 compromisos. Y ayer, en el encuentro número 85 en el club bilbaino, llegó el ansiado gol. “Ya era hora”, subrayó. Una liberación para Iñigo Martínez, que siempre se aferró al refrán que asocia un cántaro a una fuente. “Ha llegado un pelín tarde, pero ha servido para llevarnos el partido”, señaló.

El estreno sucedió en un duelo crucial. En una jornada que podía servir para sostener la pujanza del Athletic o minar las opciones del derecho a viajar por Europa la próxima temporada. Además, en el escenario de San Mamés, donde a pesar de que el coronavirus ha restado importancia al factor cancha, no deja de existir un valor de localismo innegociable. Porque así lo ha subrayado el propio Garitano: hay que hacerse fuertes en casa. Precisamente, el Athletic figura como el mejor equipo defensivo como local, con solo 8 goles en contra. Un dato sobre el que Iñigo Martínez ha ejercido una notable incidencia.

La empresa de la victoria podía antojarse probable ante un Betis que aparece en la 16ª posición de la clasificación teniendo en cuenta solo la condición de visitante; ha ganado un partido de los 15 disputados lejos del Benito Villamarín. No obstante, en Sevilla abunda el lamento sobre la presente temporada por lo que podía haber sido y por lo que es; de hecho, el técnico Joan Francesc Ferrer, Rubi, arrastra críticas desde tiempo atrás. Esta situación, también de necesidad por parte foránea, añadía complejidad para el Athletic, que gozó del error ajeno, fue pétreo en defensa, y dispuso del acierto de Iñigo Martínez, que hizo valer el trabajo de preparación y estrategia de Garitano. El gol llegó con una jugada que nació a balón parado: Unai López sacó en corto a Córdoba, quien dibujó un peligroso centro raso que el central ondarrutarra conectó con el tacón. Cierto es que Bartra colaboró rozando y desviando el balón para invalidar a su compañero Joel Robles. Pero igual de cierto es que Iñigo ganó la espalda del confiado defensor bético con maestría. Surgió desde la invisibilidad. Minuto 7: el Athletic se encarrilaba hacia el triunfo. ¡Ufff!

los sustos

Sin embargo, a Iñigo le quedaba protagonismo por abarcar. En el 58, Borja Iglesias le ganó la partida y se plantó dentro del área ante Unai Simón. El delantero disparó y el guardameta desvió el esférico, que se dirigió hacia la red. Iñigo, lejos de perder de vista la jugada, reaccionó para rescatar un balón que bien podría haber dado el empate al Betis.

El ánimo de Iñigo descendió a las catacumbas en el 85, cuando el árbitro indicó penalti del ondarrutarra y le mostró la cartulina amarilla por una acción sobre Fekir en la que peinó el muslo del atacante bético. “Me ha parecido que toco el balón”, expresó. Pero ahí, “afortunadamente”, apareció como lanzador su “amigo, Sergio”, para mandar el balón por encima de la portería y permitir la victoria del Athletic, y alimentar así los sueños europeos. Iñigo Martínez disfrutaba de un doble alivio. Portería a cero y gol suyo -y ya se sabe: en el fútbol, sin goles no hay paraíso-. ¡Ufff!

Iñigo Martínez adelantó al Athletic en el minuto 7, tras una acción de estrategia, y en las postrimerías cometió un penalti que marró Canales

En su partido número 85 se estrenó como goleador con la camiseta bilbaina y lo hizo con el bello recurso de un taconazo