OR momentos daba la sensación de acudir a un velatorio. Silencio. El protocolo riguroso, sin apenas opciones a romperlo. Un partido en San Mamés. El ambiente que se genera es muy artificial, sobre todo porque el motivo de esta excepcionalidad la causa una crisis sanitaria. Incluso uno se siente poco humano, como una máquina que obedece a todo lo que le piden, desde el instante en que los profesionales de los medios de comunicación acceden al interior del estadio por la puerta cero. Allí esperó un miembro de la seguridad privada que requiere tomar la temperatura en un termómetro que parece sin embargo un artilugio para determinar las miopías. La pantalla led marca 36.8. Apto. Luego una empleada de la limpieza sacó la pistola del desinfectante para rociar los equipos tecnológicos o un simple bolso. Tocó subir en ascensor a la cuarta planta, donde aguardaba más personal para acceder a las tribunas de prensa. Eso sí, regalaron una bolsita roja de las que dan en la tienda oficial del club que albergaba una mascarilla quirúrgica, un sobrecito de gel hidroalcohólico y dos pares de guantes de látex. Las medidas de prevención se cumplieron a rajatabla.

La sensación más extraña se acentuó cuando se accede al interior, a la ubicación provista por el club. Las distancias con compañeros de otros medios se respetaron de manera escrupulosa y una vez se mete uno en faena se da cuenta de que respira un aire un tanto espectral, por mucho que sea esperado. El silencio era hasta insano cuando salieron los jugadores del Atlético de Madrid a calentar. No se oía durante dos minutos ni un alma, ni siquiera a los propios futbolistas colchoneros, que quizá lo tenían interiorizado. San Mamés calló y solo intimidó al rival con tres pancartas gigantes que cubren la tribuna sur baja (Gurea da garaipena), tribuna norte baja (Jo Ta Ke Irabazi Arte) y en la tribuna este alta (Una imagen del león), al margen de varias banderas grandes que cubrían las butacas que ocupan en un encuentro normal los socios de la Grada de Animación. El silencio desapareció cuando salieron a calentar los chicos de Gaizka Garitano, momento en que se activó la música por los altavoces y en los videomarcadores se proyectaron mensajes de aficionados destinados a aplicar un matiz motivador a los leones. Un consuelo menor. El protocolo llamó a homenajear a las víctimas de la pandemia del covid-19, en un sencillo acto en que los capitanes de los dos equipos, Iker Muniain y Koke Resurrección, depositaron un ramo de flores en una butaca de color negro instantes antes de llevarse a cabo el minuto de silencio de rigor.

Llegó el momento del fútbol. 105 días después, San Mamés acogía un partido del Athletic, por muy inédito que resultara. Los suplentes de los dos conjuntos, ubicados en las gradas protegidos con mascarillas, cuatro recogepelotas situados en zonas estratégicas, los fotógrafos casi inamovibles en su ubicación€ El eco emergió de repente. Sirvió de altavoz de lo que se dice a ras de césped, siempre insonorizado cuando en las gradas hay más de 40.000 espectadores. La novedad ofreció su punto de máxima atención. Tocaba poner la oreja. Había quien estaba más interesado en lo que podrían manifestar los futbolistas, el entrenador o el árbitro que a los detalles de juego. El fútbol de élite bajó al barro, como si se tratara de un partido de Tercera Regional en cuanto a número de asistentes. A los dos minutos, Raúl García recibió una caricia de un rival en pleno rostro y las protestas retumbaron. Se había abierto la veda que se extendía a los golpeos de balón, ya fuera un punterazo, un pase en largo bien dado con el empeine, un testarazo, un grito de dolor€ Sin interferencias. "Dale", ordenó Garitano a uno de sus pupilos. "Solo", avisaba Dani García a Unai López. "¡Hostias!", se quejaba Yuri Berchiche, víctima de una falta cometida por un contrario. "Venga, cojones", arengaba Iñigo Martínez a sus compañeros. Por no enumerar más lindezas propias de la tensión.El tanto de Iker Muniain hizo atronar los aplausos de los leones suplentes y los no convocados, además de los de Aritz Aduriz, que sigue siendo uno de ellos pese a anunciar su retirada. Al momento se escuchó el estruendo ocasionado por los cohetes que se lanzaron desde el exterior para celebrar el 1-0, cuya alegría duró solo dos minutos. Lo estropeó Diego Costa. Más eco. Más quejas, más ánimos, más aplausos... Faltaba, sin embargo, el empuje de una afición resignada al nuevo fútbol intangible.

Un partido en San Mamés a puerta cerrada es un partido sin alma. El ambiente que se genera es muy frío, con aroma a artificialidad

El eco emergió de repente. Sirvió de altavoz de lo que se dice en la hierba, siempre insonorizado con 40.000 aficionados en las gradas