bilbao - Llegados a este punto de la historia, no importa cómo empezó todo. Lo que se debe abordar es qué hacer para frenar una tendencia que ha hipotecado el objetivo principal del Athletic, o sea la consecución de una plaza continental vía liga, y genera serias dudas en torno a sus opciones de competir por la Copa. En este segundo frente que se abrió inesperadamente, con grandes dosis de fortuna por cierto, descansa la clave que ha desembocado en la incómoda coyuntura actual, pues se está cobrando una factura carísima que incide directamente en la salud física y, sobre todo, mental del equipo.

En ocasiones un resultado basta para cambiar el signo de una temporada. El fútbol es así, sobran los ejemplos, y a esta visión se había abonado mucha gente, encantada con las sucesivas rondas que el equipo solventó de aquella manera, en la tanda de penaltis o con un gol en el último suspiro. El sueño de volver a una final y aspirar a un título que se ha negado en décadas ha pervertido el rutinario discurrir de los acontecimientos. Tiene un pase que el poder euforizante del torneo del K.O. contagiase al entorno, al fin y al cabo la ilusión es un privilegio que el aficionado de a pie tiene derecho a cultivar. Meterse en faena con los preparativos del desplazamiento a Sevilla según se accede a las semifinales no deja de ser un alarde cuyas consecuencias, en la peor de las hipótesis, las sufre el bolsillo de cada socio.

Aquí el problema radica en que el virus copero también penetró en el seno del club. Hasta el tuétano, como ha quedado probado. Dirigentes al margen, porque estos no necesariamente están dotados para analizar con criterio un escenario deportivo que se sale de lo normal, quienes han ido desviándose de su camino han sido los responsables de dirigir la primera plantilla.

En estas páginas se apuntó, no ayer ni anteayer, que Gaizka Garitano y sus colaboradores estaban incurriendo en un error de planificación cuyos perjuicios se vienen percibiendo desde tiempo atrás. Hay que considerar que hablamos de un período que abarca como mínimo los meses de enero y febrero, aunque la cosa empezó antes y ha sido más recientemente cuando se ha agudizado. Hoy se recuerda que el Athletic no gana un partido liguero desde el primero de diciembre, pero se olvida que desde la citada fecha han ido cayendo los empates y las derrotas semana a semana. Como un goteo, eso sí, atenuado por las sucesivas conquistas propias y los resbalones ajenos de conjuntos de la máxima categoría en la Copa.

El pasado domingo se consumó la décima jornada sin una victoria que llevarse a la boca, que se dice pronto, y sin embargo es ahora cuando parece que algunos se han caído del guindo. Quien advirtió de la deriva previamente no ha mutado de agorero a visionario, solo reparó en una trayectoria apoyada en datos objetivos. Quizá aquellos que sienten que el miedo hoy les aborda de sopetón, como si fuesen víctimas de una emboscada, en realidad temen que se desvanezca lo único que les ha permitido permanecer en estado de relativa calma. Porque el calendario no miente. Los Cármenes están a la vuelta de la esquina, el Athletic sigue acumulando decepciones y los síntomas de cansancio que transmite, idénticos a los detectados en semanas previas, afloran de repente como un lastre de cara a la ansiada final.

reiterar la apuesta Frente al Alavés, el Athletic duró un tiempo, el segundo se convirtió en un trámite ingrato, cuesta arriba, porque le faltaba gas y le sobraba la inseguridad que ha ido arraigando en los futbolistas al ritmo de los marcadores adversos. Esta radiografía del derbi de Mendizorrotza, vistos los antecedentes, entraba en el ámbito de lo previsible. No obstante, Garitano reiteró su apuesta: volvió a alinear de salida a la totalidad de sus titulares. No reservó a ninguno y volvió a quedar patente que su condición no es la idónea, ni siquiera para meter en cintura a un rival mediocre, del pelo de un Osasuna sin Rubén García y Ávila, sus dos mejores piezas, una semana antes.

Una vez más, la plantilla quedó reducida al bloque inicial, el once tipo que va con el gancho y no lo puede disimular, por mucho amor propio que invierta en cada cita. El resto del grupo siguió jugando, por decir algo, un rol testimonial, refrendado en el estéril turno de los cambios, tardíos y sin fuste para subsanar el paulatino debilitamiento del plan que, en la cabeza del entrenador, lo mismo vale para un roto que para un descosido. La persistencia en una idea que la competición ha demostrado insuficiente para sumar con una cadencia aceptable desde que hay partido cada tres o cuatro días, está en el origen de los males.

Se llama gestión de plantilla y está equivocada, por más que los adalides del vigente orden institucional insistan en justificarla aludiendo al escaso nivel del plantel. Basta con comprobar cómo están respondiendo la Real o el Granada, tan semifinalistas como el Athletic y por lo tanto con idéntico número de partidos a sus espaldas. El repaso de sus alineaciones desvela un enfoque diferente, inspirado en una distribución más generosa de minutos que no les limita, sino que refuerza su potencial a estas alturas del año. No se trata de clubes de alto copete, pero han utilizado de un modo más racional los mimbres con los que cuentan.

¿Cómo negociar la cita del próximo domingo, antesala del todo o nada de Granada? He ahí la cuestión. Un resultado lo puede cambiar todo. O no.