bilbao - Sesenta años después enterró el Athletic la maldición que le impedía eliminar al Barcelona en la Copa. Seis décadas nada más y nada menos, se dice pronto, que desembocaron anoche en un encuentro espectacular por el brutal desgaste de los futbolistas y, sobre todo, por el modo en que se decidió. A un minuto de la prórroga San Mamés, que no había cesado de empujar a los suyos, explotó liberando las toneladas de tensión y sufrimiento que acumuló viendo cómo en la segunda mitad su equipo a duras penas resistía la amenazante ofensiva de su bestia negra. El remate de Williams era el instante mágico perseguido por todos, jugadores y afición, la recompensa a la increíble capacidad agonística de un equipo que está a un paso de disputar el título que ama como ningún otro y ansía cada año.

Al margen del valor histórico del triunfo, es obligado resaltar que el partido fue un capítulo más de la epopeya que está escribiendo el equipo en la actual edición del torneo. Sin ningún género de duda, el más brillante por las connotaciones que encierra el particular duelo con el club catalán y, por supuesto, habida cuenta la entidad deportiva del grupo capitaneado por el siempre inquietante Messi. Un eslabón más en una cadena que ha incluido dos rondas previas de cortar el hipo, ambas saldadas en la tanda de penaltis; una hazaña más que, por si no bastase el pálpito que dejaron las angustias vividas frente a Elche y Tenerife, viene a legitimar definitivamente la candidatura rojiblanca.

Apelar a la casualidad o la suerte pierde sentido tras haber asistido a tantas demostraciones de amor propio y orgullo. No es muy normal el modo en que este Athletic se aferra a sus posibilidades, persevera y salva cada obstáculo que se le presenta, aunque en algún caso en el origen de la dificultad estuviese el error propio. Y si la diferencia de categoría respecto a los anteriores oponentes pudiera esgrimirse para rebajar la fuerza de esta reflexión, después de la experiencia de ayer es de ley considerar que en efecto existe un digno aspirante al máximo premio en el bloque que actúa a las órdenes de Gaizka Garitano.

Hubo muchas claves en un partido que arrancó en las pizarras, con modificaciones tácticas expresamente diseñadas para la ocasión en los dos bandos. Tres centrales en el local y solo dos puntas en el visitante. Una batalla ganada por el Athletic en primera instancia, básicamente porque la mayor incomodidad la padeció el Barcelona, que vio cortocircuitada la salida de su campo por culpa de una presión asfixiante y no halló vías para hacer daño cuando el Athletic se replegó situando una zaga adelantada de cinco piezas. Así se explica que antes de descanso las cuatro amonestaciones fueran para los azulgranas, impotentes para romper líneas, con sus creadores muy controlados y Ter Stegen asumiendo riesgos increíbles.

Salvo un par de apariciones tempranas de Ansu Fati, la segunda abortada por Núñez sobre la línea de gol, nada sumó en ataque el Barcelona, que buscó con desesperación que Messi subsanará la inoperancia general. En el área contraria, tras mala entrega del portero, la tuvo Dani García, que chutó a romper y no dirigió bien. En el intermedio flotaba la incógnita en torno al aguante físico que exigía la propuesta, en pura lógica imposible de sostener hasta la conclusión. Pronto se comprobaron las consecuencias de invertir tanto sudor en la basculación colectiva y tanta agresividad en cada disputa. El Athletic fue decayendo y los hombres de Setién asomaron, empezaron a revivir al hallar espacios para sus asociaciones a un toque.

EL PORTERO La entrada de Griezmann, con libertad de acción, también se notó. Los rojiblancos fueron reculando, ya no llegaban a tiempo al corte y las ayudas al compañero resultaban más costosas. El panorama cambió radicalmente. El nervio no alcanzaba para neutralizar la calidad. Y la grada, consciente del trance, no regateó el aliento, mientras el peligro revoloteaba, cada vez más cerca. Aunque no faltó algún arreón, como una carrera de Williams que provocó la amarilla y la lesión de Piqué, el Athletic se fue hundiendo, metió el culo muy atrás y se expuso seriamente a un disgusto. Ahí emergió la figura de Unai Simón, quien a punto estuvo de arruinar su magnífica aportación en una pelota que se le escurrió bajo el cuerpo. Las dos intervenciones estirándose todo lo largo que es para rechazar con las piernas sendos remates a bocajarro de Griezmann y Messi, este último a dos del noventa, además de evitar la eliminación valieron para preservar encendida la llama de la esperanza, para alimentar la fe en que a pesar de los pesares, de que el equipo estaba roto y cada arrancada de Messi provocaba un silencio insoportable, la gloria continuaba estando a un paso.

Con el estómago encogido, suspirando por el pitido final que conduciría inevitablemente a otro martirio, el del período extra, se produjo el chispazo. Ibai levantó con la zurda, no dio la sensación de que hallaría destinatario, pues la zaga estaba en su sitio, pero a la altura del primer palo logró Williams tocar, peinar levemente con Busquets en la chepa, y la pelota se envenenó para alojarse junto a la cepa del palo opuesto. Nada pudo hacer Ter Stegen. La suerte estaba echada. El Athletic se resarció de la colección de decepciones apiladas en su memoria y entró en el cuadro de semifinales más sorprendente de la historia de la competición, acaparado por todos los que partían como víctimas. Granada, Mirandés, Real y Athletic. Un Athletic que se ha ganado a pulso el derecho a figurar entre los cuatro mejores y a soñar.