LA legendaria serie británica Arriba y Abajo (Upstairs, Downstairs en su lengua aborigen...) relataba las peripecias de la familia y los miembros de la servidumbre, mezcladas con duros momentos históricos como el hundimiento del Titanic, la Primera Guerra Mundial o el crack del 29 y de qué modo estos hechos afectaron sus vidas. También hay un Athletic que vivía, hace poco más de un año, la amenaza de un naufragio, los atronadores retumbes de los bombardeos y el acecho de los buitres que esperaban ver cómo saltaba por los aires el gran patrimonio del fútbol sentimental, el Athletic de los de siempre, del pueblo.

En estos días de mudanza, cuando se mira hacia atrás para hacer cuentas y se mira hacia adelante para construir sueños, conviene ver ambos capítulos en versión original. No por nada, esa es la gran virtud de un equipo que se ha enderezado con los mismos protagonistas de siempre, con los jugadores de casa que se asientan en escena con la solidez de los grandes de las tablas británicas, sin esperpentos y con una dicción clara, directa al corazón de sus fieles.

El elenco es variado y singular, claro que sí. San Mamés recuerda a The Globe, el viejo teatro de Shakespeare que fue construido en 1599 por la compañía teatral del tío Willy, los Lord Chamberlain's Men. Entre bambalinas los jugadores del Athletic juramentaron por sus malas artes y su infortunio e hicieron sus conjuras, con Gaizka Garitano como supremo director de escena. El técnico invocó al viejo espíritu y entre todos el Athletic se enderezó.

Entre todos, claro que sí. Pero esta es una llamada de atención sobre dos nombres, dos actores principales de muy diversa condición. Aparece primero quien más canas peina, Aritz Aduriz, el actor más jaleado en sus intervenciones de los últimos años. Su fútbol, trepidante, aguerrido y audaz se recita en la más pura versión original del Athletic. No en vano, cada pelea en las alturas, cada remate enfurecido, parece nacer de las profundidades del Cantábrico. A Aduriz el paso del tiempo le ha corroído los entresijos de la maquinaria y la voz se le ha quedado ronca. El jugador renquea, las articulaciones ya no son las que eran y el director le conserva entre pañales. Sin embargo, aquel día que salió a escena, apenas tres minutos largos frente al todopoderoso Barcelona, la réplica que dio fue impecable: una remate al vuelo propio de Sir Laurence Oliver, uno de los más grandes.

En el mismo lenguaje de la pelea sin desmayo y el pundonor puesto en cada palabra habla Dani García, un centrocampista de ancha zancada, uno de los esos que llenan todas las tablas. Dani trabaja con pulcritud, estudia los guiones como si le fuese la vida en ello y se deja la piel y el alma cada vez que se reclama su presencia. Pone tanto corazón en el asunto que se ha convertido en el único de entre los de su raza, los centrocampistas, que no ceja en el empeño. El único que no descansa.

Hay varias explicaciones para ello. Por un lado, parece uno de esos jugadores de los que antaño se decía que eran "una roca", inquebrantables a las lesiones por golpes o fatigas. A ello ha de añadirse los gustos del director. Es un hombre seguro y quiere actores como él, que se saben el papel de pe a pa. Quizás le falte algo de verso en sus declamaciones, pero Garitano le busca porque le necesita en cada obra de teatro semanal. Por eso lo ha jugado todo. Porque conoce el libreto del viejo Athletic a las mil maravillas y saben sacar a los jóvenes de algún que otro traspiés. Es un hombre curtido y con oficio, no solo como jugador de fútbol sino como jugador del Athletic, que es otra cosa. Los dos lo son.