uN solo paso, diminuto, separa el éxito del fracaso, el cielo del infierno, en un deporte de miras cortas y juicios constantes como el fútbol, capaz de crear ídolos y destruirlos a la velocidad de la luz. Bien lo sabe, por ejemplo, el Betis, rival del Athletic este domingo y donde Quique Setién pasó en cuestión de meses de ser el entrenador ideal a convertirse en el principal culpable de los males deportivos de un equipo que cerró el pasado curso sin poder repetir clasificación continental. Lo pagó con su puesto el técnico cántabro, diana de parte de una afición que le echó a base de silbidos y pañoladas del Benito Villamarín para dar la bienvenida a Joan Francesc Ferrer, más conocido como Rubi (Barcelona, 1-I-1970). El catalán, que se estrenó en la máxima categoría con un doble descenso a Segunda División con el Levante (2015-16) y el Sporting (2017) para comandar en 2018 el histórico ascenso a Primera del Huesca y liderar el pasado curso el regreso del Espanyol a Europa doce años después, renunció a tan jugosa aventura con el conjunto periquito para comprometerse con el Betis, fuera de competición europea, con el reto de instaurar su atractiva propuesta futbolística en Sevilla.
Para conseguirlo, contaba con el beneplácito inicial de una hinchada que, sin embargo, había quedado dividida entre defensores y detractores de Setién, por lo que el comienzo del presente ejercicio se antojaba clave para que Rubi ganara o perdiera peso en el banquillo verdiblanco. Y el inicio, lejos de ser brillante, favoreció el caos, multiplicando las dudas en torno al equipo y a la valía real de un entrenador que se vio discutido de inmediato. Tras sufrir dos derrotas en las dos primeras jornadas de liga ante de Valladolid (1-2) y Barcelona (5-2), encontrar después un resquicio para respirar con la victoria frente al Leganés (2-1) y no volver a ganar hasta la sexta jornada, con un juego lejos del esperado y el deseado, volvieron los pitos al estadio bético, hasta el punto de que el encuentro correspondiente a la undécima jornada, con el Celta como rival en el Villamarín, dio forma al primer match-ball superado por el técnico barcelonés, quien logró un balsámico triunfo sobre la bocina por 2-1. No obstante, poco le duró la calma a Rubi, quien tras celebrar un empate sin goles en el Santiago Bernabéu vio cómo el Sevilla se imponía a domicilio (1-2) en un derbi que volvió a dejar tocada su figura.
Se multiplicaron en el entorno verdiblanco las voces que pedían el regreso inmediato de Setién y la destitución del catalán, destinado a poner de nuevo su cargo en juego en casa ante el Valencia en la decimocuarta cita liguera. Lo hizo, tras la enigmática reunión del club en Bilbao con dos directores deportivos como Loren Juarros, sin trabajo desde su salida de la Real Sociedad, y Fran Garagarza, al frente de la secretaría técnica del Eibar, bajo la amenaza de poder perder su puesto en caso de sufrir una nueva derrota. Rubi, sin embargo, disfrutó orgulloso, reconfortado, de la versión más seria y convincente de sus jugadores, que sumaron los tres puntos al ganar con sufrimiento, pero con merecimiento, al cuadro che (2-1).
Con el ánimo subido, el Betis visitó la pasada semana al Mallorca y repitió victoria (1-2) para sumar así su segundo triunfo consecutivo y encarar la cita ante el Athletic sin la sombra de la destitución planeando sobre su entrenador. Si bien la calma sigue siendo tensa en el Villamarín, donde habita un Betis que cabalga en duodécima posición a seis puntos de Europa. Pese a ello, Rubi mira al futuro con cierto optimismo y con el deseo de enlazar contra los leones un tercer triunfo para “llegar a Navidad con un subidón”. “Hace tres semanas estábamos abajo, pero no podemos cantar victoria, porque ahora nos viene otro gran rival”, advirtió el técnico días atrás. El central Marc Bartra, por su parte, aseguró ayer en rueda de prensa que “en el vestuario estamos a muerte con Rubí y en ningún momento hemos pedido la vuelta de Setién”.