Bilbao - El ejercicio recién cerrado ha quedado deslucido porque falló el remate. La afirmación no solo se refiere a lo vivido en la última jornada sino al déficit que el equipo ha arrastrado en su relación con el gol a lo largo de la campaña y que volvió a plasmarse en el Sánchez Pizjuán, donde el único disparo dirigido a portería se negó a subir al marcador al golpear en la madera, dejando al Athletic fuera de Europa. La imagen de los jugadores abatidos, caídos sobre el césped tapándose el rostro, ilustra una frustración colectiva que sin embargo no refleja con precisión la sensación predominante al cabo de diez meses. Aunque ha habido espacio para la preocupación y la esperanza, motivos para cultivar el enojo y la ilusión, la escalada protagonizada de diciembre a mayo para desembocar en la octava plaza obliga a realizar una valoración de signo positivo. Pese a que duela no haber culminado la reacción, en el repaso la capacidad de reacción destaca sobre los errores y la inquietud.

No es la primera temporada con el Athletic opositando a premio después de flirtear con el descenso. En la 2014-15 con Ernesto Valverde se alcanzó el ecuador liguero con 19 puntos, tres menos que este año, y no solo se renovó el visado al acabar en la séptima plaza con 55 puntos, sino que se disputó una de las finales de Copa donde desgraciadamente delante estaba Messi. La pequeña gran diferencia entre aquella temporada y esta estriba en que entonces el Athletic, aparte del tema de la Copa, afrontó la fase de grupos de la Champions y una ronda de Europa League. Tuvo pues un desgaste muy superior, cifrado en catorce duelos más de los que ha jugado ahora.

Por aportar un paralelismo más, en la novena jornada de ambas ligas figuraba el Athletic con ocho puntos en el casillero. Aunque se haya olvidado, el malestar en la calle era similar al pulsado en la etapa de Eduardo Berizzo y se llegó a cuestionar el sentido de viajar por el continente mientras se sufría tanto en el ámbito doméstico. Luego vino el despertar, como ha sucedido esta vez, y se asistió a una etapa pujante, un calificativo que también, por qué no, cabría ser aplicado al tramo cubierto bajo la dirección de Gaizka Garitano, que en los números de la liga es prácticamente calcado al de Valverde.

Acaso porque el presente desplaza en la memoria al tiempo pasado, la última crisis parezca más grave que la de hace un lustro. Pero no sería este el único factor que ha condicionado la percepción del aficionado. Valverde había culminado con nota la transición del bienio de Marcelo Bielsa y gozaba de un crédito del que Berizzo jamás disfrutó. El proyecto del técnico despedido con catorce jornadas en su haber causó una impresión muy pobre. Cuando Josu Urrutia le destituyó, la imagen del equipo era en verdad desoladora y estaba en entredicho la aptitud de una plantilla sobredimensionada que curiosamente mostraba su lealtad a Berizzo mientras, sometida a frecuentes bandazos tácticos, descarrilaba cada semana.

Hoy se sabe que el grupo no es tan malo como se temía, sencillamente carecía de brújula y la gestión padecida le había devaluado. La receta de Garitano enseñó que apelando a conceptos muy básicos, el manido abecé del fútbol que prioriza la revisión del sistema defensivo, el Athletic atesoraba suficiente entidad para eludir complicaciones y, como mínimo, ubicarse en una zona desahogada de la tabla.

La celeridad con que se enderezó el rumbo fue seguramente el aspecto más inesperado de una carrera contra el tiempo que, encima, ha mantenido un ritmo sostenido. Durante seis meses el Athletic fue respondiendo al reto de devolver la tranquilidad al entorno con los altibajos normales en cualquier equipo, más acusados al final, pero nunca tan extremos como para desviarle de la senda que conduce a Europa. La labor de unos jugadores que han hecho gala de una enorme aplicación ha sido fructífera porque ellos mismos han comprobado los beneficios del plan de Garitano. Si ganas, crees en lo que haces y perseveras. Aseguraban en el vestuario que Berizzo les había convencido de la viabilidad de su método, pero resulta que no ganaban, por lo que cabe dudar de que en realidad supieran de qué estaban hablando.

LOAS Y CRÍTICAS Empezaron los futbolistas a ser conscientes de lo que vale un peine al comprobar que el blindaje de la portería propia se traducía en muchos puntos. El Athletic se puso a defender como un especialista en la materia y con eso le alcanzó para rentabilizar una producción ofensiva a todas luces exigua y que ha acabado pasándole factura. Más que en el acierto, el problema del ideario de Garitano ha radicado en la renuncia a cargar con la responsabilidad de manejar el balón con criterio y una pizca de finura. Se trataba de eludir riesgos con un estilo más directo y físico, de convertirse en inaccesibles para los rivales, cosa que se logró como demuestran los resultados de diciembre, enero, febrero o marzo. Pero abusar del rompe y rasga ha empobrecido la elaboración hasta extremos difíciles de digerir y lastrado el apartado goleador.

Guiado por la prudencia, en el discurso y en la pizarra, Garitano esperó al último mes para conceder que el Athletic estaba en la pelea por Europa. A principios de abril se oficializó su continuidad tras enlazar tres victorias y con la octava posición consolidada. El salto desde la antepenúltima le acreditaba y de paso legitimaba la apuesta de la actual directiva, aliviada en el estreno de su mandato por la gestión del entrenador que Urrutia fichó para apuntalar su planificación deportiva.

A la confirmación de Garitano en plena calma clasificatoria siguió acaso la fase más floja. Cada salida se convirtió en un calvario que se compensaba con la regularidad en San Mamés. El Athletic luce unos datos envidiables como local, pero las alabanzas que recibía su juego cuando pintaban bastos se transformaron en una censura apenas contenida por la expectativa de volver a Europa. No haber cumplido un objetivo que tuvo a mano alimenta, más si cabe, el escepticismo en torno a lo que deparará el próximo curso.