ESAS Navidades, ¿1995? Angelines, ama, les regaló a los niños un papel. Ni envuelto con dibujitos de... -lo que estuviese de moda, Dragoi Bola, Oliver y Benji, Mickey, lo que fuese- ni nada. Un papel. Fino como un carpaccio; pesado como un recibo. Era de 5.000 pesetas. Arantzazu, una adolescente con los cascos conectados al walkman y la cabeza vía satélite, y Óscar, su hermano pequeño, bueno pero más rebelde, lo recibieron con indiferencia. Un papel, un recibo por ese valor que había ido a parar al... Athletic Club. Eso ponía. El dinero ni siquiera era para ellos. Pues muy bien. Para qué querrían algo así. Eso le preguntaron a ama. “¿Para qué es esto? ¿No podías haber comprado algo que se toque, que sea algo? ¿Una camiseta? ¿Un discman? Joé, no sé”, le decían, “cualquier cosa menos este papel fino que no sirve para nada, que encima es del Athletic y que, a todo esto, ¿qué es?”. “El primer plazo para el carné de socio del Athletic”, les explicó Angelines, cuando, en el futuro, quién sabe el año y la fecha, algún día, el viejo San Mamés que entonces ya era viejo, deje su lugar a uno nuevo. No lo entendieron muy bien los chavales, compréndanles que lo de tener un regalo que no se sabe cuándo lo vas a tener no es fácil de digerir, que no era como cuando al bueno de Fernando Castro, que llegó a ser el socio número 1 de Athletic, aita le regaló al hacer la comunión con 6 años, a principios de los 30, antes de la guerra, un carné, o mejor, su asiento en San Mamés bajo un techo con mil estrellas. Antes, recuerdan los que pueden recordar, ese era el mejor regalo de la comunión. Ni un reloj, ni la bici, ni nada. El carné de socio del Athletic, que era como la estrella de sheriff con la que fardar y ser el p... amo el lunes en la escuela. ¿Pero esos papeles que quién sabe si algún día servirían para algo? ¡Vamos hombre! Los guardaron en el cajón de la paciencia, con los recibos de la hipoteca, que también iba para largo.
Tuvo que ser ama Arantza, y casarse, y pasar la treintena, para sacarlos de ahí. Lo recordó con lo del campo nuevo. Si nosotros teníamos... Allí estaban, con los de la hipoteca pagada. 30 euros en un papel. El derecho a un carné. A dos. Óscar, el hermano, no quiso el suyo. Estaba a otra cosa. El otro, pues, huérfano, cayó en estas manos que acarician las teclas del ordenador a media noche sin saber muy bien cómo explicar su primera noche como socio del Athletic, una especial, inolvidable, quizás un poco por ser la primera, otro poco, claro, por el ambiente, el partido en sí, lo que se jugaba el equipo y lo que jugará, la Champions. Eso pasó. Que acabó el partido y por el hueco por el que San Mamés se abre al cielo cayeron miles de estrellas. En la vía láctea del fútbol jugará el Athletic este año. Y uno no sabe quién, si Europa o San Mamés, debe sentirse más orgulloso.
Es verdad eso que dicen de que lo que sucede en la cancha se queda en la cancha. Cuando se sale, se acaba, fin, a casa, lo vivido parece soñado. Queda el rugido de este San Mamés que une a más de 50.000 voces en una, un coro perfecto que resuena en los oídos, que se queda ahí como se queda la voz de uno, Eneko, que grita, y suena desgarrador y sincero y pasional como la vena que dice Naiara con paciencia que le va a estallar en cualquier momento. Late: “¡Esto es histórico!”. Y puede que se refiera a lo que ocurre en el campo y consiguen los jugadores (3-1 con remontada), pero también a lo que les rodea a estos, que es lo que les lleva hasta donde llegan, el empujón en la rampa dura del Tourmalet (0-1), el jugador 12 que le llaman, aunque sean miles, algunos de toda la vida, otros nuevos como este que lo cuenta, como Eneko y Naiara, y Alfredo, el del asiento de al lado, el vecino nuevo, al que se abraza uno como si fuera un hermano cuando marca Aduriz. En San Mamés te lleva la ola. Te envuelve y cantas, y protestas la falta, la tarjeta, árbitro qué dices. Y te vuelves a abrazar a Alfredo, aupa vecino una vez más, qué bueno Aduriz. Y otra más. Y las que quedan, ¿eh, Alfredo? Habrá que vivirlo para contarlo aunque contarlo no sea lo mismo que vivirlo. Y eso, que gracias suegra.